En sus adaptaciones audiovisuales, siempre se nos ha presentado a Hércules Poirot, el detective belga creado por Agatha Christie, como un señor rollizo, pomposo y levemente irritante en su manera de ir por la vida. Menos Kenneth Branagh, todos respondían a ese aspecto: Peter Ustinov, Albert Finney, David Suchet… Pero la guionista Sarah Phelps tenía otra idea para Monsieur Poirot, la de un tipo atormentado por un secreto del pasado que, además, no vive su mejor momento al enfrentarse a la vejez. En El misterio de la guía de ferrocarriles (The ABC Murders), en Movistar, Poirot es un viejo pasado de moda al que ya nadie le ríe las gracias, hasta el punto de que se ve obligado, para llegar a fin de mes, a organizar charadas detectivescas en las mansiones de los ricachones que lo contratan los fines de semana para que se invente un crimen y lo resuelva de la manera habitual, reuniendo a todos los sospechosos en la biblioteca y llegando a la verdad por eliminación. Su amigo del alma, el comisario Japp, se ha jubilado y, no contento con eso, sufre un infarto letal durante una visita de Poirot. Su sustituto, el inspector Crope –Rupert Grint, el amiguito de Harry Potter, al que se le ha puesto una pinta ideal para interpretar al doctor Watson–, lo desprecia y no quiere que se acerque a sus investigaciones.
Este nuevo Poirot de tres dimensiones está impecablemente interpretado por John Malkovich, que otorga al personaje una gravedad y una humanidad inéditas hasta ahora. Los asesinatos –alguien se dedica a matar gente por orden alfabético en lugares que empiezan por la misma letra que su apellido– son los del libro, pero todo lo demás se debe al tratamiento que la señora Phelps ha dado al investigador belga, incluido ese secreto horroroso que se desvelará al final del tercer y último episodio de la miniserie.
Tal como Tim Burton hizo con Batman –sacarlo del cartón piedra y otorgarle la condición de ser humano con sus contradicciones y sus angustias, lástima que luego se le fuese la mano a Christopher Nolan al intentar presentarlo como un personaje de Shakespeare–, Sarah Phelps ha convertido a Hércules Poirot en algo muy diferente al ingenioso monigote que se inventó Agatha Christie, una escritora a la que el factor humano se la soplaba que daba gusto (la señorita Marple es otro monigote, aunque Margaret Rutherford hizo lo que pudo por humanizarlo en las adaptaciones cinematográficas de principios de los sesenta). La terapia ha funcionado a la perfección y El misterio de la guía de ferrocarriles es una propuesta excelente para cualquier fin de semana de asueto. Puede que los fanes de Agatha Christie consideren que Phelps se ha tomado excesivas libertades con un cliché que les encantaba, pero los que siempre hemos considerado que los personajes de la escritora británica eran meros prototipos sin hondura alguna le quedamos muy agradecidos. Y en cuanto a John Malkovich, solo nos queda aplaudir su decisión de unirse al proyecto, pues interpretar a un personaje del que todo el mundo tiene una concepción inamovible y conseguir trascenderlo es una hazaña que no está al alcance de cualquiera.