Alexis o el arte y ensayo
Como sala de culto, solo atraía a cinéfilos silenciosos incapaces de empapuzarse a palomitas y un personal con el que no era difícil sentirse hermanado
7 abril, 2019 23:55En pocos sitios se encuentra uno más a gusto que en el interior de un cine. Ya de pequeño, cuando mi abuela nos llevaba a mi hermano mayor y a mí a tragarnos un programa doble de reestreno los sábados por la tarde, disfrutaba enormemente de los minutos previos al inicio de la proyección. “No vuelves al cole hasta el lunes por la mañana”, me decía, “y ahora, dos películas seguidas. ¿Qué más puedes pedir?” Esa sensación se agudizó en los tiempos del arte y ensayo gracias a un cine que ya no existe, el Alexis, que estaba en el vestíbulo de otro cine que tampoco existe, el Alexandra, en la Rambla de Cataluña esquina Mallorca (ahora hay un inmenso Mango en el que compro los tejanos porque cuestan la tercera parte de unos Levi´s y se desintegran a la misma velocidad).
Era el Alexis un cine pequeño, con solo 143 butacas --que se redujeron a 110 en los años previos a su fallecimiento--, y esa pequeñez resultaba tremendamente acogedora. Como sala de arte y ensayo, el Alexis solo atraía a cinéfilos silenciosos incapaces de empapuzarse a palomitas, un personal con el que no era difícil sentirse hermanado. Fuera podían caer chuzos de punta, o bombas de racimo, que a los de dentro nos daba igual.
Lo visité por primera vez para ver una película que me había recomendado mi hermano, Trenes rigurosamente vigilados, gracias a la cual me enganché a todo el cine checo de antes de la represión rusa: Jiri Menzel, Vera Chytilova, Milos Forman….Nunca olvidaré la secuencia en la que el protagonista, un funcionario del ferrocarril que se aburre como una seta, se dedica a dar tamponazos en las nalgas a una chica que se ha ligado. Si no fue el primer trasero femenino que vi en la pantalla, poco le debería faltar. Gracias con retraso al taquillero que hizo como que no se daba cuenta de que yo aún no tenía dieciocho años de edad.
El Alexis fue fundado en 1954 por un señor llamado Modest Castañé i Lloret. Se convirtió en teatro a finales de 1955, y así se mantuvo hasta 1963, año en el que fue cerrado por orden gubernativa sin que un servidor conozca las razones. Reabrió como cine en 1969 y la palmó, junto a la casa madre, el señorial Alexandra -reciclado ya en multisalas- en el 2013. No he vuelto a encontrar un cine como aquél, tan acogedor que solo le faltaba una estufa y una mesa camilla para redondear la sensación hogareña de compartir con una falsa familia – o sea, mejor que la de verdad- experiencias inolvidables.
El Alexis era un cine, pero también un refugio. Nunca vi en él una sola película mala. Señor Castañé, donde quiera que esté -a dos metros bajo tierra, intuyo-, gracias por su brillante iniciativa. Y gracias también a los responsables de la programación en mi adolescencia, el Círculo A, del que formaba parte, si no me equivoco, mi admirado Jaume Figueras, también conocido como Mister Belvedere, el alias que utilizaba en la revista Fotogramas.