Óscar Mariné: "Con un lapicero se puede escribir El Quijote"
Premio Nacional de Diseño, autor de carteles de películas de cine y creador de portadas de discos míticos, el artista madrileño habla sobre su proceso creativo
28 enero, 2019 00:00Desde lo alto de estanterías infinitas, Marcel Proust, Thomas de Quincey, Von Doderer, William Burroughs, Mario Praz, John Peel y Boris Vian observan con atención las creaciones de Óscar Mariné (Madrid, 1951). Pionero del diseño gráfico en España, ilustrador y comunicador apasionado, cuyos trabajos han sido reconocidos a nivel internacional, ha plasmado su sello personal en míticos carteles de cine como Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar, El día de la Bestia, de Álex de la Iglesia, o Tierra, de Julio Medem, así como en portadas de discos de Bruce Springsteen, Immaculate Fools, Andrés Calamaro, Los Rodríguez, Brian Eno o Siniestro Total.
En paralelo, sus exposiciones han viajado a Tokio, Nueva York, Milán, Venecia, Bolonia y, por supuesto, Madrid. En los ochenta fundó Madrid me mata, una de las revistas icónicas de la Movida. Recientemente, la galería Blanca Berlín de Madrid, donde nos recibe, acogió la muestra King for a day, centrada en “las grandes triunfadoras de nuestro siglo, las mujeres”, según sus palabras. En 2010 se alzó con el Premio Nacional de Diseño, aunque desde los 90 sus proyectos no han dejado de ser galardonados. Centenares de libros repartidos entre su casa y su estudio, el cine y la música le acompañan en sus procesos de creación.
–¿En qué momento decidió dedicarse al mundo del diseño y no al cine, como su padre?
–A los 20 años la verdad es que no sabía lo que quería estudiar, supongo que como casi todos los jóvenes de esa edad, y me fui de España. Estaba estudiando derecho pero decidimos irnos a Amsterdam en el año 70. Estuve varios años viajando por Europa, trabajando, y empecé a diseñar algunas piezas y algunas joyas para ganarme la vida y poder seguir viajando. También permanecí mucho tiempo en Escandinavia, en Dinamarca... que eran los líderes del diseño, de las cosas hechas con inteligencia, cuando en España ni siquiera sabían prácticamente lo que era eso. Aquí, todas estas cosas ni siquiera tenían un nombre o por lo menos yo no estaba en el circuito.
También empecé a hacer camisetas, me introduje en la serigrafía, lo que fue un aprendizaje magnífico, y comencé a manejar tintas y colores, a hacer imágenes. Después intenté mantener el impulso y la intensidad y de ahí me metí en el diseño editorial con Madrid me mata. No teníamos ni idea de lo que estábamos haciendo, pero lo hicimos. Es lo que pienso: si no sabes hacer una cosa, ponte a hacerla y tira para adelante. Eran los 80 y me sentía impulsado por la música, la cultura del underground, del pop y del punk. Mi vida era un aprendizaje continuo. Viajaba mucho a Londres y todo lo que aprendíamos lo traíamos a España en la mochila.
–¿Es necesario ser un artista multidisciplinar, dominar varios campos?
–Es fundamental, de hecho, ha sido la idea central de mi trayectoria. Me gusta mucho manejar todos los elementos del proceso creativo. En los inicios, en el diseño gráfico hacías de todo. Hubo una época en que me fui a Nueva York y vi que enseguida te encarrilaban y te pedían siempre lo mismo; me gustó mucho pero volví aquí de nuevo.
–¿Cómo ha vivido la evolución de la profesión y la irrupción de la era digital?
–Intensamente. Es todo lo mismo: lo digital y lo analógico son soportes, formas de pensar, aunque es enorme la limitación que tienen los elementos digitales. A veces, a mis alumnos, les he dicho: "¿Has visto ese brazo que tienes tan inteligente?" Y me miran pasmados. Tenemos un cuerpo y una cabeza para trabajar. En determinados sectores de trabajo, en la música, por ejemplo, no se puede decir que un acorde de guitarra acústica es mejor que en una eléctrica. Todo forma parte del camino. Hay cosas que están bien para un determinado momento y otras para otros. Lo que importa es la actitud y las ganas de contar historias. Luego que lo escribas a ordenador, a máquina o a mano… lo importante es la idea. Con un lapicero se puede escribir El Quijote, no hace falta un último modelo para ello.
–No se cierra a nada...
–No sólo no me cierro sino que disfruto de todo. Lo que hay que hacer es sentir emoción con lo que haces e intentar transmitirlo a la gente. Que lo entienda y, sobre todo, que lo disfrute y lo viva.
–Fundó Madrid me mata, ¿qué quería ofrecer que no proporcionaran otras publicaciones de la época? ¿La prevalencia de la estética sobre el contenido? ¿Generar un mayor impacto?
–Vivimos en un país muy echado para adentro en el que las imágenes nunca han existido, un país muy rural en el que hemos crecido con literatura, con historia, pero no somos un país de imagen. Entonces era importante poner imagen a las cosas. El 50 por ciento del contenido de la revista era imagen, puesto que el fundador venía de ese mundo. En España tenemos muchos prejuicios respecto a la estética cuando la belleza es importantísima en el mundo de la cultura. Las culturas más refinadas la buscaban.
–La Movida supuso una explosión de creatividad en numerosas vertientes artísticas ¿sigue vivo ese espíritu?
–Por supuesto. Mientras haya gente joven, la vida continúa. Todos los agoreros que dicen que antes había cosas mejores… eso es una tontería. La gente joven trae nueva sangre, nuevas ideas, y de hecho vivimos mejor que nunca, en el momento más feliz. Eso de que los tiempos pasados fueron mejores... Hay gente que pasa la vida quejándose, con miedos. La vida es un riesgo y lo que hay que hacer es disfrutarlo: hay veces que sale bien y otras no. Hay gente valiente, que empuja, personas de las que me intento rodear, positivas, con ganas de hacer cosas y vivir. Por eso me gusta muchísimo la gente joven.
–¿Con qué otras épocas podría compararse esa creatividad tan intensa?
–En realidad, independientemente de la época, cuando hay interrelación entre la gente para hacer cosas en común, lo que surge es una colaboración. Se crea un entorno y una masa, mientras al margen están la crítica y la competencia. Es un entorno necesario. En la actualidad hay buenas escuelas, buenos profesores… No sé de qué se queja la gente con el trabajo que ha costado conseguir todo esto y lo bien que se vive en este país, a pesar de que los políticos estén todo el día peleándose. Lo importante es darnos cuenta de que estamos todos en el mismo barco y que es muy bueno pensar de distintas formas. Colaboremos y seamos inteligentes. Somos privilegiados. Cada día se nos azuza desde los medios de comunicación y cuando sales a la calle ves que no hay tanta indignación, la gente joven está tan tranquila tomándose copas mientras los mayores, esos sí, se echan las manos a la cabeza. ¡Ponte una buena película y disfruta!
–Hay tanta que en el mundo entero está esperando ver lo que hacemos y aportamos. Tenemos energía, potencia, originalidad, inteligencia, y sin embargo aquí nadie es consciente de ello y los políticos menos, puesto que no hacen más que poner trabas a los artistas y creadores. En Londres, en los años 60, los chicos más creadores tenían un grupo de música que daba millones de libras a la Corona británica y aquí te metían en la cárcel y les daban palos, porque nunca se consideraba que eso era dar fruto. The Kinks, los Stones... no sólo han dado dinero sino cultura. Hay que aprovechar a la gente creativa, aprovechar ese talento y canalizarlo.
España es un país admirado en el mundo entero por su tradición e implicación en el arte. Ha habido momentos en que hemos logrado poner todo esto en circulación a pesar de que la cultura oficial no lo apoya. Tiene que haber música para jóvenes y Operación Triunfo es para abuelas. En la Movida sí que logramos dejar hipnotizado a medio mundo con lo que se creaba en Madrid y mira que se hacía con cuatro duros. Venían hasta periodistas de Japón para ver cómo hacíamos Madrid me mata, que nos daba vergüenza de lo cutre que era, pero ese ímpetu conmovió al mundo. Se ha trabajado muchísimo, con talento y dedicación. La Movida era un montón de gente que trabajaba muchísimo y otros que apoyaban con su actitud. Ese colectivo creó una obra que aún está por valorar y por exponer en exposiciones. Hay muchas cosas que se han hecho y no se valoran, y eso que desde los años 20 no existía esa unión de artistas. Es muy importante que la gente se apoye para progresar y hacer un país más inteligente, culto y educado.
–¿Saben los españoles quiénes son sus artistas más allá del cine?
–No, porque se han dejado de lado. Sales a la calle y preguntas y nadie los conoce. Conocemos a los futbolistas, a los de Telecinco, los de Operación Triunfo y para de contar. Pero eso es fantástico porque significa que hay un camino estupendo por hacer y proyectos para rato.
–Ha comentado en ciertas ocasiones que ni siquiera Andy Warhol sabía dónde estaba España...
–Totalmente cierto. Cuando llegué a Nueva York contactó conmigo un poeta, John Giorno, que había sido pareja de Warhol. Warhol nunca fue feliz pensando que la gente no conocía su obra, algo que les pasa a muchos artistas. Siempre estaba inseguro con el reconocimiento. Cuando estaba a punto de venir pensaba que iba a estar solo en el hall del aeropuerto, pero esa sensación sólo se cura viajando.
–Y lo de Nueva York, ¿cómo fue?
–Fue poco después de 1992, cuando durante una pequeña crisis en la que no había trabajo me cogí una maleta con mis dibujos y me fui allí a probar suerte. Ya tenía el estudio, clientes, pero tenía ganas de ver más mundo y sobre todo a mis héroes, a quienes admiraba: John Giorno, al impresor de Andy Warhol, que me contó 1.000 veces que nunca iba al taller sino que enviaba sus bocetos. Era muy hormiguita y muy ahorrador. Conocí a Tibor Kalman, que era admirador de Madrid me mata: le parecía fantástica. Fueron unos años maravillosos. A él le gustaba mucho ir en bici y a mí también, así que nos recorríamos Nueva York haciendo el ganso. También montando talleres, exposiciones...
–¿Qué le aportó esa etapa?
–Nueva York me enamoró totalmente. Todo lo que es la cultura visual en esa ciudad es una maravilla, la gente allí es muy inquieta y la palabra chapuza no existe, y si no existe es por algo. Todo sale adelante. Mi oficina estaba en un edificio en el que todo el mundo se dedicaba a la comunicación gráfica. Era una suma de cosas. Es la rapidez y la eficacia con la que se trabaja. Es la ciudad más fácil para trabajar del mundo aunque sea muy dura en otros sentidos. Recuerdo que empecé con un estudio muy cutre de una habitación, con un director de cine español que estaba empezando y que ahora es bastante conocido, Pablo Berger. Tampoco tenía clientela. Estaba en la calle uno. Luego ya me instalé en la Quinta Avenida, detrás del edificio Flatiron, donde todos se dedicaban a la comunicación.
–No puedo decir una en concreto. Pertenezco a una generación donde el estallido musical fue de gran nivel, éramos la primera generación que presenció ese impacto. En mi casa se escuchaban los primeros discos de jazz, luego vinieron The Beatles con su Revolver. Y todo ello sumado a que veíamos mucho cine y leíamos bastante. Era un mundo en el que una obra maestra musical tenía una cubierta que era una obra maestra, algo que se ha perdido porque ahora los discos no tienen ese empeño, y en el cine ya nadie está interesado en hacer algo diferente. Las corrientes de marketing son todas iguales. Pero eso es la vida, al fin y al cabo. Subes y bajas. Y cuando estás abajo tienes que estar contento porque luego toca encarar la subida. Hay que saber estar en todos los sitios, nunca sabes lo que va a pasar. No eres más feliz cuando ganas dinero: estás asfixiado, nervioso… y, sin embargo, en otro momento estás sin trabajo puedes pasear tranquilamente.
–¿Ve mucho cine?
–Todo lo que puedo. Es otra fuente de conocimiento. Me he criado con el cine. Durante muchísimo tiempo he visto por lo menos una película al día y con la cultura digital puedo repasar a mis autores favoritos. Completas muchas cosas, las ves desde otro punto de vista y las analizas... En eso soy muy afortunado, aunque la emoción de irte a París sólo para ver tres películas y dormir en el coche también tenía su aquel [risas].
–¿Y en cuanto a autores?
–Son tantos… Lo importante es la suma. Decir que me gusta Antonioni, Kubrick y Visconti es quedarme muy corto, porque me gustan ellos y lo contrario, los contrastes, los cambios, tanto en música como en cine. Soy un probador muy peligroso. No concibo la vida escuchando sólo a Chopin.
–¿Cuáles son sus próximos retos?
–Acabo de realizar para un periódico una marca de la Constitución. Ha sido muy interesante que me encarguen esto, ya que soy hijo de la Constitución y me ha permitido una reflexión muy profunda. También estoy haciendo una marca de hostels y creando espacios, hay que ver la iluminación, trabajar en tres dimensiones… Tengo pendientes dos o tres exposiciones y también quiero seguir con la de Big Bang, que comenzó en Navarra y me gustaría hacerla en Madrid. También hemos propuesto trasladarla a Barcelona y Valencia. Me gusta circular con ese formato en el que entran y salen piezas, que no es una exposición cerrada sino que las podemos modular y organizar en varios sitios.
–El pasado verano me leí por segunda vez En busca del tiempo perdido, de Proust. Mientras en cuanto a música me acerco mucho a las novedades, en los libros estoy contemplando una educación en la que tenía algunas lagunas. Releer es otra experiencia, ya no estás tan pendiente de lo que va a pasar porque ya lo sabes, pero estás leyendo cómo está pasando. Leyendo soy muy clásico aunque también he estado enfrascado en Cómo acabar con la contracultura, de Jordi Costa (Taurus), que me ha gustado mucho, y también he estado comprobando el talento y esfuerzo que ponía la gente en los cómics en los años 80. Todo el mundo estaba al tanto de lo que se publicaba y los dibujantes de historietas eran unos héroes, pues el trabajo era durísimo. Nos hemos criado con eso, al igual que con jazz y blues, y estoy muy orgulloso de ello porque es una fuente inagotable de conocimiento. Hay gente que lo desprecia porque lo considera de segunda división, cuando las cabezas de los dibujantes eran espléndidas. Ahí estaba Ceesepe, un gran pintor y dibujante. Insisto: lo importante es la gente creativa.