Nuestro drogadicto favorito
La serie 'Patrick Melrose' es ideal para melancólicos y depresivos con sentido del humor
22 septiembre, 2018 00:00Las cinco excelentes novelas que el escritor británico Edward St. Aubyn (Londres, 1960) dedicó a su alter ego Patrick Melrose se han convertido en una miniserie de cinco capítulos que puede verse en el canal Sky (al que no estoy suscrito, así que he tenido que recurrir a la edición en DVD publicada en Inglaterra). La adaptación, a cargo de David Nicholls, está a la altura del original, y no se me ocurre nadie mejor que Benedict Cumberbatch para interpretar al pobre Patrick Melrose, ese chico de buena familia al que su propio padre arruinó la vida al sodomizarlo cuando solo tenía ocho años de edad. Lo hizo, eso sí, en un entorno privilegiado: la casa en el sur de Francia que le había comprado Eleanor, su rica esposa norteamericana, una alcohólica que no sabe cómo salir de un matrimonio espantoso y que se dedica a las buenas obras mientras muestra el más absoluto desinterés por lo que le pase o le deje de pasar a su hijo.
La serie y las novelas nos muestran a un hombre dañado desde la infancia que hace lo que puede para sobrevivir. El sexo, el alcohol y las drogas le ayudan a aguantarse a sí mismo y a quienes le rodean. Como la mayoría de melancólicos, Patrick tiene un sentido del humor a prueba de bomba y una visión del mundo terriblemente fatalista, lo que hace de sus andanzas una tragicomedia permanente que oscila entre lo espantoso y lo cómico --insuperable la fiesta en el castillo de unos pijos con la presencia de la estirada princesa Margarita, hermana de la reina-- y en las que siempre impera una imperturbable lucidez, que es un don que nunca ha contribuido a hacer feliz a nadie.
La miniserie, al igual que las novelas, nos presentan a un Patrick en cinco momentos de su vida: la infancia echada a los cerdos por un padre esnob y cruel y una madre ausente; la juventud consagrada a la autodestrucción a base de vino, whisky, heroína, pastillas y lo que le echen, levemente tamizada por la muerte del padre en Nueva York; el final de esa juventud en una fiesta absurda a la que asisten aristócratas despreciables que nunca han querido a nadie, empezando por sus propios hijos; una cierta madurez al contraer matrimonio y tener un par de críos; el funeral de la madre, que siempre ha estado haciendo el bien a una prudente distancia de Patrick y que acaba donando la casa del sur de Francia a un cantamañanas religioso...
Esta serie no es para todo el mundo. Melancólicos y depresivos con sentido del humor constituyen lo que los publicistas denominarían su target. Eso sí, a los que nos ha gustado, nos ha gustado mucho. Yo me tragué las novelas en verano, divididas en dos tomos editados por Mondadori hace cuatro o cinco años; ahora han salido todas juntas en un solo volumen, y con una foto del señor Cumberbatch (que está que se sale, adoptando el tono locoide de su Sherlock Holmes) en portada, y acabo de ver la serie sin lamentar en ningún momento que me vuelvan a contar una historia que ya conozco.
Patrick Melrose ha tenido muy buenas críticas por ser un producto impecablemente bien hecho. Para los melancólicos con sentido del humor --colectivo en que, con su permiso, me incluyo--, el placer ha ido más allá de la buena factura. Mi empatía con el pobre Patrick ha sido absoluta, como lo fue, en su momento, con los protagonistas de Retorno a Brideshead, Charles Ryder y Sebastian Flyte, no en vano St. Aubyn es un discípulo aventajado del gran Evelyn Waugh. Puede que el espectador que haya tenido una infancia feliz y una vida razonablemente agradable considere a Patrick un pobre niño rico cuyas desventuras ni le van ni le vienen porque no las comprende ni le interesan. Esta serie no es para él.