Carrasco de la Rubia: cine libertario y periodismo de trincheras
El periodista, realizador y crítico de cine se alineó con el anarquismo y narró la Guerra Civil en el frente de Aragón; fue fusilado en mayo de 1939 en Barcelona
8 agosto, 2018 00:00El cine Capitol, en las Ramblas, mantenía aún en cartel la película La que apostó su amor, con Bette Davis y George Brent, a la espera del inminente estreno de Pánico en el aire, una de las grandes apuestas por esas fechas de Columbia Pictures. En el Coliseum de la Gran Vía, la Paramount proyectaba La llave de cristal, con George Raft y Edward Arnold, y la comedia El cantor del río, con W. C. Fields. El Astoria, radicado en la calle París, ofrecía un programa doble con La cita a medianoche y La incomparable Ivonne, protagonizada por Ricardo Cortez y Dorothy Page. Aquel sábado 18 de julio de 1936, dicen, caía un calor en punta sobre Barcelona.
Quizás a elegir uno de esos filmes dedicó esa mañana Francisco Carrasco de la Rubia (Sevilla, 1905- Barcelona, 1939), ignorando que a las pocas horas se iba a poner en marcha una macabra sucesión de hechos que le llevarían a morir fusilado en el Camp de la Bota de Barcelona, junto a otras dieciocho personas. Así finalizaba un rápido proceso militar abierto contra él, periodista y crítico de cine, por ser “un anarquista destacado de toda la vida”, “un furibundo propagandista de la CNT” y, en definitiva, “un sujeto peligrosísimo” que hacía “elogios a Durruti y otros jefes anarquistas, atacando el Movimiento Nacional e injuriando al Caudillo”.
Carrasco de la Rubia había aterrizado en La Vanguardia en mayo de 1936 desde la revista cinematográfica Popular Film que dirigía Mateo Sanz, a quien se le debe la filmación de documentos esenciales sobre la Guerra Civil, como Barcelona trabaja para el frente. Conectados ambos desde, al menos, junio de 1932 a través de la Asociación Cinematográfica Española (ACE), de explícita orientación libertaria y próxima a los planteamientos del Cinéma du Peuple francés, los dos son partidarios de un cine que combine la aspiración social y formal –por ejemplo, el soviético-, al tiempo que rechazan la mayoría de la producción española del momento.
Así queda claro en una las primeras colaboraciones de Carrasco de la Rubia en el periódico barcelonés, donde defiende el uso del cinematógrafo para la educación del espectador. “Aprovechemos la gran fuerza expresiva del cinema, editemos películas que ataquen con valentía la terrible lucha e inundemos el mundo de películas que enseñen a odiar la guerra. El cinema es la única de las armas que no ha fracasado durante la guerra”, anota en El cinema y la guerra (6 de mayo de 1936) el crítico y periodista, quien acabaría encuadrado en la Generación Popular Film, donde militarían también Antonio del Amo, Sylvia Mistral y Alberto Mar, entre otros.
Francisco Carrasco de la Rubia, con su mujer Conchita en una fotografía familiar / COLECCIÓN MARTA CARRASCO
Sin embargo, al poco de la Guerra Civil, él abandona el ecosistema de las salas de proyecciones y se empotra en la bandada de milicianos que luchan en el frente de Aragón como enviado especial de La Vanguardia, según da cuenta el rotativo el 8 de agosto de 1936: “Hoy mismo se ha trasladado a la línea de fuego, desde donde enviará sus crónicas de guerra”. Por el rastro de sus textos, Carrasco de la Rubia informó de los combates a lo largo de dos meses, con el paréntesis de unos pocos días en los que regresó para llevarse una cámara fotográfica y un automóvil, un Citroën Rosalie “lleno de medallas de San Cristóbal y otros santos”, requisado a la fuerza en Barcelona.
El reporter Carrasco de la Rubia envía textos desde todo el frente aragonés. En Quinto, en Osera, en Belchite… “Antes del amanecer comenzaron los disparos de cañón y ametralladora –relata el 19 de agosto de 1936-. Los hombres de Ortiz [el comandante Antonio Ortiz Ramírez, jefe de la denominada Columna Sur-Ebro], cuyo espíritu combativo es algo inenarrable, lucharon bravamente en la toma de Belchite, causándole al enemigo numerosísimas bajas y haciéndole huir desordenadamente, abandonando armas y heridos, presos del mayor terror. Los que no tuvieron tiempo de emprender la retirada se refugiaron en el seminario y en la cárcel, donde sólo les espera la muerte”.
También logra encuentros con algunos de los protagonistas de la lucha, como Durruti. El líder anarquista, incluso, le invita a recorrer el frente en su coche. “Oyendo hablar a Durruti y a Ortiz se siente uno dominado por la fuerza persuasiva de verbo cálido, y la sangre se enciende en las venas. Son auténticos caballeros del ideal; en sus rostros, lo mismo que en sus labios, se refleja la ilusión de implantar las nuevas doctrinas, cuyo rastro queda señalado por banderas rojas y negras por estos pueblecitos de Aragón. Sólo tiene un defecto para nosotros: que son impenetrables. No hay manera de enterarse nunca de lo que se prepara”, escribe en La Vanguardia el 15 de agosto de 1936.
De vuelta a Barcelona, Carrasco de la Rubia retoma su labor de crítico de cine, si bien algunas de sus fotografías ilustran la actualidad de la Guerra Civil en los meses siguientes. Así, por ejemplo, una imagen suya abre un amplio reportaje gráfico sobre las condiciones de vida de los milicianos. Otra instantánea firmada por él da cuenta de la muerte de Durruti en el suplemento de La Vanguardia del 22 de noviembre de 1936: “Un héroe auténtico: Buenaventura Durruti. El camarada por excelencia, el hombre bueno, el hombre honrado, el hombre que se dio por entero a sus ideales, ha caído víctima de las balas enemigas en el frente”, se lee en el titular y en el pie de foto.
Milicianos en los combates de Belchite (1937), en una célebre instantánea de Agustí Centelles. MUSEO REINA SOFÍA
Con todo, él nunca abandona su compromiso político, aunque ahora desde el mundo cinematográfico. Con el impulso del Gobierno de Negrín, llega a filmar dos cortos de tono propagandístico (Ejército Regular, en 1937, y Campesinos de ayer y de hoy, en 1938) y se pone al frente de un grupo denominado Cinemático con la intención de promover la renovación cinematográfica. También da cuenta en artículos de la situación en Andalucía. Por ejemplo, en la pieza titulada ‘El sacrificio de Sevilla’ (La Vanguardia, 19 de julio de 1938) recoge la lucha en los barrios obreros de la capital hispalense y del asesinato de Blas Infante, “maestro respetado y queridísimo amigo mío”, anota.
Aunque, sobre sus orígenes, quizás la nota informativa de una alocución radiofónica que él dirige “a sus paisanos” el 15 de septiembre de 1938 ofrece algún dato más: “Comenzó evocando sus años mozos que transcurrieron en Triana…”. “¿Cómo podéis soportar tantas humillaciones?, preguntó luego a sus paisanos –recoge el texto-. Y para levantarles el ánimo, para incitarles a la reconquista de sus libertades, recordó a los sevillanos la grandeza de su pasado…”. “¡Alzaos contra los invasores!, gritó Carrasco de la Rubia, sevillano de pura cepa, enamorado de su tierra y, por ello, celoso del honor de sus paisanos”, concluye la pieza publicada por La Vanguardia.
Precisamente, esta conferencia radiofónica jugará en su contra al poco de decidir no partir al exilio, dado que su hija Marta tenía aún pocos meses y no había cometido ningún delito de sangre. A pesar de ello, es detenido y juzgado por rebelión militar por “su activísima labor en pro de los marxistas”, un proceso lleno de arbitrariedades y acusaciones interesadas ampliamente documentado por los profesores José María Caparrós y Magí Crusells en la exposición Cinema en temps de guerra, exili i repressió (2009). Tras conocer la condena a muerte, le escribe cartas a su mujer donde le declara amor eterno, pero, en las que con extraordinaria lucidez, le advierte de la imposibilidad de indulto por el odio y la revancha existente. Murió fusilado el 13 de mayo de 1939. Aquel día, dicen, una lluvia extraña caía sobre Barcelona.