El aburrido regreso de los Underwood
Las cuatro primeras temporadas de House of cards fueron emitidas cuando Barack Obama presidía los Estados Unidos, con lo que el carácter monstruoso de Frank y Claire Underwood (Kevin Spacey y Robin Wright) destacaba notablemente en comparación con el bienintencionado discurso del inquilino de la Casa Blanca. La quinta llega en el primer año de la era Trump, que todos esperamos que sea lo más breve posible: a ver cuándo la caga de tal manera que se imponga el impeachment. Así pues, ante un monstruo genuino en la vida real, los esfuerzos de los Underwood por mostrarse malísimos pierden bastante de su potencia inicial. Si a ello le añadimos que la serie muestra síntomas de decaimiento, puede que a muchos espectadores les suceda lo mismo que a mí hace unas noches: quedarme frito en el quinto episodio y tachar de mi lista de prioridades el tragarme la temporada completa.
Nunca había sido fácil sentir empatía por dos personajes tan desagradables como Underwood y su parienta, pero los guionistas se esforzaban y suplían con ingenio la falta de atractivo de los protagonistas de la serie. Los ingleses lo habían logrado antes con la serie homónima en la que se inspira House of cards, que narraba la ascensión a primer ministro de un miserable sin escrúpulos que, curiosamente, conseguía hasta caerle bien al espectador en su condición mefistofélica (fue la primera serie en la que el protagonista se dirigía directamente al público para ponerle al corriente de sus trapisondas).
Peripecias cansinas y aburridas
En la quinta temporada de House of cards se le exige al espectador un esfuerzo que, en mi caso, se ha revelado imposible: interesarse por las cuitas y las miserias del matrimonio presidencial. La trama avanza a trancas y barrancas y se centra en los esfuerzos de Frank y Claire por quitarse de en medio a su rival en las elecciones a la presidencia, pero las peripecias resultan cansinas y aburridas, como si ese par de miserables ya no dieran más de sí, pero hubiera que seguir con ellos por imperativo comercial.
Cuando empiezas con la nueva temporada de House of cards, detectas un tono moroso pero crees que la ficción levantará el vuelo en cualquier momento. Vana pretensión, como demuestra el hecho de que me quedara sopas en la quinta entrega y me desentendiera ipso facto del destino de Frank y Claire Underwood, que no puede importarme menos. Quien no viera la serie original, haría bien en recuperarla, eso sí, ya que el canalla de Francis Urquhart sigue siendo uno de los villanos más fascinantes de toda la historia de la televisión.