Leni Riefenstahl, de las cumbres nevadas a las profundidades
La "industria del Holocausto", o sea la explotación comercial de los crímenes nazis, con el objetivo de satisfacer el sadismo de los espectadores y al mismo tiempo hacerles sentirse compasivos y virtuosos por su identificación emocional con las víctimas, y todo eso so pretexto de exponer a la luz los abismos de la maldad en el corazón del hombre y contribuir a la "memoria histórica" para que aquellos horrores no se repitan, es un meganegocio a cuyas saneadas cuentas yo mismo he contribuido leyendo demasiados libros sobre el régimen nazi. Entre ellos las Memorias de Leni Riefenstahl, la cineasta oficial de Hitler, en cuanto las publicó Lumen en 2013.
(De hecho es borrosa la frontera entre el carácter perverso de la explotación morbosa del sufrimiento ajeno y la incitación legítima, y hasta necesaria, a la memoria).
Pero es que Riefenstahl (1902-2003) fue un caso de reinvención de sí misma tan prodigioso que roza la categoría de misterio humano. En su juventud fue una atractiva y atlética actriz especializada en películas del género, entonces muy popular en Alemania, de las aventuras en la alta montaña: película tras película siempre aparecía dispuesta a salir en expedición de rescate de un marido que había caído con su avioneta en algún confín inaccesible y helado de los Alpes. Y venga escaladas y peripecias al borde del abismo. Luego dirigió magistralmente alguna de esas películas. Éstas atrajeron la atención de Goebbels, que la convirtió en directora oficial del partido nazi, para el que entre otros encargos realizó dos documentales apologéticos que han pasado a la historia del virtuosismo cinematográfico: El triunfo de la voluntad, sobre el congreso del partido en Núremberg, en 1934, y Olimpia, sobre los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936.
Después, superada la depuración, se recicló en fotógrafa y en los años setenta publicó dos asombrosos libros de fotografía sobre los nuba de Sudán. A los ochenta años cumplidos, como consumada submarinista, se enfundaba en el traje de neopreno para filmar reportajes sobre el mundo silencioso de la fauna abisal en los arrecifes de coral.
Qué extraña vida creativa que empieza en el aire puro de las cimas nevadas y acaba en las profundidades silenciosas de los arrecifes de coral
La representación en el teatro Principal de Sabadell, el próximo 6 de mayo, de una obra teatral bajo la forma --de moda desde el éxito de Frost-Nixon-- de una entrevista ficticia, montada a partir de diversas declaraciones de Riefenstahl y en contrapunto a imágenes de la época proyectadas en pantalla, algunas tomadas por ella misma y otras seguramente dramáticas, es una ocurrencia ingeniosa y que puede resultar impactante y muy teatral. No diré que no sea legítimo ni inteligente, aunque este tipo de operativos me parece que son jugar con las cartas marcadas, y me desagradan, por lo que he expuesto más arriba. La historia es reciente, los documentos están al alcance de la mano, y lo propio es ir a ellos, sin necesidad de dramatizarlos. Para justificarlo se puede alegar lo que dijo el otro día Jiri Menzel: que el teatro y el cine están para quienes no leen.
De las memorias de Riefenstahl recuerdo, entre otros episodios significativos, el anhelo popular de aire puro, altas cumbres y plenitud física que estaba implícito en las películas de alpinismo de la desgarrada Alemania de entreguerras. Y tras la caída de Berlín, la fuga de Riefenstahl, que sola y desesperada busca amparo contra la persecución en casa de un amigo judío al que ella había protegido durante el III Reich y con el que siempre había creído mantener relaciones cordiales, cálidas, y que en vez de mostrarle la esperada gratitud la recibe fríamente y la despacha con cajas destempladas.
El estupor con el que Riefenstahl recuerda muchos años después aquel inesperado bofetón, su incapacidad para comprender, por un lado, que aquella supuesta cordialidad le había sido impuesta al judío por las pavorosas circunstancias, y por otro, el asco y el odio que había generado su proximidad servil con Goebbels e Hitler, es todo un poema sobre los esfuerzos mentales que uno es capaz de hacer para no entender nada: ni entender a los demás ni comprender las magnitudes de la propia responsabilidad.
Por lo demás, qué extraña vida creativa que empieza en el aire puro de las cimas nevadas y acaba en las profundidades silenciosas de los arrecifes de coral...