Título original: Viva la libertà
Año: 2013
Duración: 94 min.
País: Italia
Director: Roberto Andò
Guión: Roberto Andò, Angelo Pasquini
Fotografía: Maurizio Calvesi
Reparto: Toni Servillo, Valerio Mastandrea, Valeria Bruni Tedeschi, Michela Cescon, Anna Bonaiuto, Eric Nguyen, Judith Davis, Andrea Renzi
Viva la libertá es, indudablemente, una película política, pero esta es solo la primera de las dos lecturas que la obra permite, porque junto a lo que es evidente, el oscuro y complejo mundo de la política, un venenoso laberinto de ambiciones enmascaradas, transcurre la historia de dos gemelos con una relación muy complicada, parte de la cual es que desde hace veinticinco años, contra lo que dicta la experiencia sobre la vida de los gemelos , que no pueden ignorarse mutuamente sin un agudo padecer, no saben nada el uno del otro.
Con una premisa clásica, el Anfitrión, de lauto, una de las grandes joyas del teatro cómico universal, y desde el eco de obras en las cuales la suplantación de la personalidad entre gemelos es el motor de la historia, incluso en géneros tan alejados como la comedia y el drama, sea El prisionero de Zenda, de Richard Thorpe, una obra maestra dentro de su género, o Inseparables, de David Cronenberg, un perfecto ejemplo del cine de psicologías enfermizas y morales perversas del autor canadiense; la película de Roberto Andó, basada en su propia novela, Il trono vuoto (El trono vacío), explota a la perfección este juego de suplantaciones y permite al espectador no solo adentrarse en las entrañas de un partido supuestamente democrático, sino también en la vida destrozada de un dirigente que descubre, de repente, que ha perdido su vida personal y que se siente desconectado del meollo de las emociones que nos definen como seres humanos.
La presencia de Toni Servillo, después del éxito indiscutible que consiguió con La grande belleza, es per se todo un aliciente añadido a la película, y más aún si, como se anuncia en el cartel publicitario de la película, se prevé que haga dos papeles diametralmente opuestos. Esta suposición enseguida deviene una presunción equivocada, porque, y eso es un mérito indiscutible de la película, la clave de la suplantación de personalidades no radica en la mayor o menor eficacia de unos caracteres marcadamente enfrentados, que permitan, por así decirlo, una actuación contenida i seria hasta el aburrimiento, por parte del político en horas bajas, y otra alocada, llena de eso que solemos llamar 'la joie de vivre', del hermano loco, que se ajustaría, por otro lado, al perfil propio de quien acaba de salir de una institución mental. No hay tantas diferencias, sin embargo, entre ambos hermanos, y, de hecho, bien podríamos considerar que son más las semejanzas entre ellos que propiamente las diferencias. ¿En qué radica, entonces, el efecto antagónico que permite seguir la película con un creciente placer sin exaltaciones ni desmesuras?
Contestar a esta pregunta significa asistir a la más que inteligente renuncia del guión a explotar una situación que podría haber dado pie a muchísimas más situaciones divertidas. Es de todo punto elogiable la habilidad con que se ha construido el mismo para no dejarse caer por la peligrosa pendiente de la screw ball comedy, lo cual nos permite profundizar de una manera crítica, lúcida y realista en la tarea política, y más especialmente en la italiana, cuyas antiguas raíces hemos de ir a buscar a historiadores como Tácito, por ejemplo, que nos ofrece ya, en aquella Roma Imperial, el patrón de conductas que cubren el abanico entero de las pasiones humanas que hallamos en tan generosa dedicación ciudadana.
Desde siempre han sido noticia las luchas de personalismos y las inmensas dificultades que han experimentados los políticos italianos para llegar a acuerdos entre el gran número de fuerzas políticas que obtienen representación parlamentaria, todos siempre más pendiente de los citados personalismos que de acordar programas que lleven a buen puerto políticas de modernización del país. Quizás a ese cainismo básico de la política italiana se deba la 'espantá' repentina del jefe de la oposición, que desaparece de un día para otro sin dejar rastro ni comunicárselo a nadie, ni a su mujer ni a su jefe de gabinete, un eficacísimo Valerio Mastandrea, parte fundamental en el éxito de la comedia.
Esa 'espantá' inicia una narración que se articula en torno a dos ejes bien definidos: el reencuentro del político con una antigua amante, ahora script y mujer de un famoso director de cine, por una parte; y, por otro, la actuación suplantadora de un hermano que, sin él desearlo, se ve, por primera vez en su vida, con acceso a las altas esferas políticas y con el poder inmenso de ser escuchado, además de con la posibilidad real de transformar la realidad mediante su iniciativa política.
Sin caer en el sentimentalismo, en el primer caso, ni en la parodia histriónica en el segundo, los dos ejes se desarrollan como si no hubiera relación ninguna entre ambos. A medida que avanza la película, sin embargo, estad dos líneas paralelas se tuercen y, con una sutileza que el espectador agradece, como si fuera un reconocimiento del director a su madurez hermenéutica, la del público, ambos ejes acabaran convergiendo de una manera casi imperceptible, pero inequívocamente, lo cual añade un grado de complejidad a la historia que el espectador, al que no le agrada que se lo den todo masticadito, agradecerá profundamente.
La vertiente política de la película tiene mucho que ver con nuestra situación política actual, porque lo que se critica es el aggionarmento de una clase política que se distancia del pueblo que lo traiciona en aras del beneficio de los poderosos, de los poseedores del capital que dictan, desde sus intereses, la política de cualquier gobierno, sea de derechas o de izquierdas.
Ante tal atonía representativa, el usurpador articula un discurso que lejos de halagar a sus posibles votantes, los interpela por el lado individual y los coloca ante sus propias responsabilidades a la hora de crear sus propias vidas. Toda la actuación del filósofo transmutado en político por azarosas circunstancias -¡nada que ver, sin embargo, con la mediocridad insultante del Terricabras secesionista, un auténtico demagogo de feria ambulante!-, sus discursos e intervenciones ante la prensa o en encuentros con otros colegas son de lo mejorcito de la película, y recuerdan, en parte, aquella magnífica película, Bienvenido Mr. Chance –basada en una breve novela de Jerzy Kosinsky, Being there, que recomiendo como entretenida lectura veraniega– de Hal Ashby (autor, por cierto de una joya bastante desconocida: Harold y Maude, cuya visión también recomiendo fervientemente); una película en la que Peter Sellers hacía el papel de un jardinero que deviene azarosamente un experto analista político mediante unas enrevesadas metáforas hortelanas cuya interpretación trae de cabeza a los más sesudos expertos in politics.
Son muchos los momentos brillantes de la película que desnudan la impostura tradicional de la acción política y su juego de imposturas, engaños ¡y hasta daños!, pero baste como significativo botón de muestra el momento en que el usurpador sube a un escenario para dar un mitin y parece que no sepa qué decir. De repente se vuelve y descubre a su espalda un mural donde aparecen decenas de palabras que quieren sintetizar las principales reivindicaciones obreras. Las lee rápidamente, se gira y comienza su alocución diciendo que no halla entre todas aquellas palabras la única que iba buscando: pasión. El hermano loco del tristísimo y solemnísimo secretario general del partido de la oposición representa, y así se lo explica a las masas en un brillante discurso jamás oído por estos lares, la pasión de vivir. Lo que me callo, en este juego arriesgado y oscuro de los gemelos, al que habían jugado muchas veces hasta que se separaron, es, al final, quién es quién. Para eso se habrá de ir a ver la película.