La escritora Susan Sontag en la imagen de portada de la biografía de Benjamin Moser / ANAGRAMA

La escritora Susan Sontag en la imagen de portada de la biografía de Benjamin Moser / ANAGRAMA

Artes

Sontag, retrato intelectual con familia

Benjamin Moser relata la vida íntima de la escritora norteamericana, escindida entre sus sueños y las apariencias, en la apasionante biografía que ha ganado el Pulitzer

13 noviembre, 2020 00:10

Escribir una biografía perfecta es un sueño imposible. Salvo que se formule, contradiciendo los términos del pacto autobiográfico establecidos en los años setenta del pasado siglo por Philippe Lejeune –“todo lo que va usted a leer a continuación ocurrió ciertamente”–, bajo los requisitos de su género antagónico: la ficción. A primera vista parece una contradicción, pero no hay tal: cualquier vida no es más que una novela en la que los protagonistas –nosotros mismos– no conocemos ni el argumento de partida ni tampoco sabemos el punto de llegada. Únicamente podemos imaginarla a medida que la vivimos y, después, al recordarla. Si no contamos con la capacidad de registrar aquello que nos sucedió, incluido el recuerdo de lo que pensábamos en tal o cual momento, un privilegio sólo al alcance de fantasmagorías literarias como el famoso Funes de Borges, cuánto no será inalcanzable para aquellos que no visten nuestras ropas ni calzan nuestros zapatos. 

De ahí que no quede más remedio, aunque sea mediante el honrado análisis de hechos ciertos, que fabular, en mayor o menor grado, sobre la propia existencia, lo cual no implica que no se tenga, al escribir unas memorias, la intención de contar la verdad y escapar de los simulacros. El ejercicio biográfico no puede sustraerse de su condición de retrato –siempre aproximado, rarísima vez completo– de un personaje público, a cuya voz (escrita, oral o referida) vienen a sumarse, indefectiblemente, la de los demás, los otros de nuestro infierno. El coro agrio de la vida.

Susan Sontag2La escritora y ensayista norteamericana Susan Sontag

La escritora y ensayista norteamericana Susan Sontag

Benjamin Moser, columnista de Harper´s Magazine y de The New York Times Book Review, ha hecho sustancialmente esto con la vida (y obra) de Susan Sontag, una mujer fascinante y extraña que encarnó, quizá como ningún otro de sus contemporáneos, esa figura en extinción del intelectual al modo americano, prestigioso en el ámbito global, contradictorio en lo personal y, en general, escindido interiormente entre el fervoroso deseo de ser escuchado, leído y admirado y, en paralelo, saberse atrapado ante los condicionantes que implica ejercer constantemente como una figura social. Entre ellos, el miedo permanente a defraudar. 

El resultado es Sontag. Vida y obra (Anagrama), Premio Pulitzer y una crónica monumental –más de ochocientas páginas– que se lee con la devoción de una novela y que no miente, pero sí elige, igual que los mejores cuentos, elipsis incluidas, qué capítulos de la vida íntima de la ensayista norteamericana son más trascendentes para entender sus libros y su presencia. Usamos el adjetivo íntimo de forma consciente: uno de los méritos de Moser, que ha tardado ocho años en componer este friso, retrato general de una persona, pero también de toda una época histórica, es centrar su atención en las contradicciones, fallas y grietas entre la figura pública que encarnó Sontag y la persona (auténtica) que habitaba en su fuero interno. 

Benjamin Moser, biógrafo de Susan Sontag / LENA PRIETO

Benjamin Moser / LENA PRIETO

En este sentido, el libro es trágico e inequívocamente moral, pues alumbra con fuerza todos los conflictos psicológicos de una personalidad tan brillante como insegura. La peripecia vital, registrada con solvencia, guía el análisis de Moser, pero sólo es el punto de apoyo para un ensayo que aborda un tema más complejo: la construcción de la propia identidad. La inmersión en los avatares de la escritora nos descubre elementos culturalmente universales. Acaso el más poderoso de todos, porque da sentido al relato posterior, es su intrahistoria familiar. Sontag, huérfana temprana de padre, criada en el seno de un matriarcado de origen judío, hija de una mujer que ocultaba su personalidad bajo un disfraz de supuesta frivolidad, aderezado con una terrible adicción al alcohol, luchó con todas sus fuerzas por ser aquello que nadie esperaba que fuera: una mujer libre e independiente

Sobre este eje giran los relatos secundarios del libro, que tocan desde las experiencias formativas –el sinfín de lecturas, la vocación intelectual, el deseo de pensar sin cortapisas– a las emocionales, como el lesbianismo que (con numerosos episodios bisexuales, entre ellos un matrimonio) condicionaría su sensibilidad, o la singular experiencia de una maternidad no deseada que –creía Sontag– la condenaba a ser la mujer que nunca quiso. En este viaje por sus demonios, Moser fotografía inseguridades, enuncia convicciones, describe lugares (Tucson, Berkeley, Chicago, New York, París, Londres o Sarajevo) y comenta libros, diarios y papeles secretos, que son el soporte documental de la historia general. 

Sontag, Benjamin Moser

Los vectores narrativos del libro son abundantes: está la forja del carácter, el relato de iniciación, el miedo a sentirse rechazada, las dudas, la presencia de la enfermedad o la disociación entre el poder de los sueños y la realidad. Moser desmonta sin violencia, pero con rotundidad profesional, el mito fabricado por la propia escritora y nos devuelve a una mujer de carne y hueso, con virtudes y defectos, capaz de amar y también de hacer daño, egocéntrica y tierna; una personalidad tan compleja como la estructura de un diamante, fascinada por la alta cultura y atrapada por las expresiones del universo pop y el arte camp

El libro puede leerse como un poderoso artefacto retórico que no se limita a ilustrar, sino que se detiene en los nudos existenciales de un personaje que tenía pánico a la soledad –era una de esas misántropas secretas con una vida social intensísima–, víctima de una pertinaz crisis de autoestima (provocada por el ritornello de sus vivencias familiares más tempranas) y una evidente dependencia emocional. A pesar de la fachada de solvencia y talento que siempre le acompañó durante su ejercicio como referente cultural, Sontag aparece en todo momento golpeada por un dolor profundo –el amor entendido como posesión pasajera, en vez de como renuncia– que le acompañaría allí donde estuviera. Sin excepciones.

Su vida fue un caleidoscopio de afectos inestables, basados en la futilidad intrínseca de las relaciones humanas. Moser cuenta todo esto sin perder nunca la elegancia: fundamentalmente describe y argumenta, sin incurrir ni en la admiración rendida ni en la destrucción sistemática, que son los habituales vicios de las malas biografías. La lectura es tan deslumbrante como inquietante, pues de su fábula realista se deduce que el éxito social no es un bálsamo suficiente para compensar los desajustes vitales, que nos persiguen toda la vida por muy rápido que nos alejemos del pasado. 

La escritora norteamericana, obsesionada con la posteridad mientras era devorada por el cáncer, condensa en su trayectoria la férrea y admirable voluntad de querer ser frente a las trabas que desbaratan todos los sueños, causan frustraciones y son la razón última del escepticismo ante la felicidad, un rasgo muy propio de su generación, encajonada entre el consumismo feliz de los años cincuenta y la vanguardia cultural de los sesenta, enamorada de sí misma y con una más que notable patología de protagonismo social. 

Edición en inglés de 'Sontag', de Benjamin MoserEdición en inglés de la biografía de Susan Sontag

Edición en inglés de la biografía de Susan Sontag

Moser fija las escenas épicas en las que los focos de la fama iluminaron a Sontag pero, sin dudarlo, se detiene a continuación en el reverso de estas luces. Descubre entonces la paradoja suprema: a la escritora norteamericana la escuchaba todo el mundo, pero nunca dejó de sentirse sola. Fingía ser arrogante, pero fue frágil. Y, como escribió Bob Dylan en Just Like a Woman, simulaba ser toda una mujer, pero nunca dejó de ser una niña eterna. Hasta los 71 años.

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