Retrato de Donato di Niccolo di Betto Bardi, Donatello (1386−1466)

Retrato de Donato di Niccolo di Betto Bardi, Donatello (1386−1466)

Artes

Donatello, el padre del Renacimiento

El escultor italiano, cuya figura revisa una exposición en Florencia, participa en la revitalización del mundo clásico gracias a su notable individualidad y a sus importantes innovaciones técnicas

22 junio, 2022 22:00

A las puertas del siglo XV todo lo nuevo sucedía en Florencia. En aquella ciudad hermosa y rugiente, los mercaderes comenzaron a financiar a los artistas, que reinventaban el mundo hurgando en la perspectiva, la proporción y la belleza clásicas. Iban de aquí para allá arquitectos extremados como Brunelleschi, que convirtió la catedral de Santa Maria del Fiore en un laboratorio sideral; pintores con apetito de otras cosas como Masaccio y escultores como Donatello, el hijo más refinado de un levantisco cardador de lana, volcado en la tarea de fijar en la piedra, el bronce y la terracota el aire de los tiempos.

En una tabla italiana que custodia el Museo del Louvre, en la que un artista anónimo quiso representar, hacia mediados del siglo XVI, a los grandes maestros del primer Renacimiento (Giotto, Ucello y Brunelleschi, entre ellos), Donatello asoma en el centro. Aparece con turbante negro, túnica blanca y jaleo de barba. Los ojos oscuros asoman a una nariz delgada y la frente es amplia, agresora. De su boca podría salir un discurso de voz firme y sin titubeos, marcando las pausas, dejando el remate preciso en las frases como si se tratase de los perfiles exactos de sus bajorrelieves.

Vista de una de las salas de la exposición dedicada a Donatello en el Palacio Strozzi de Florencia / ELA BIALKOWSKA:OKNO STUDIO

Vista de una de las salas de la exposición dedicada a Donatello en el Palacio Strozzi de Florencia / ELA BIALKOWSKA:OKNO STUDIO

Ahí está ya el escultor tempranamente reconocido como uno de los primeros que prendieron la lumbre de una nueva manera de concebir el arte, la cultura, el pensamiento, las humanidades. “Es el padre del Renacimiento”, ratifica Francesco Caglioti, uno de los grandes expertos en el artista y comisario de la exposición Donatello. Il Rinascimento que, hasta el 31 de julio y en una doble sede en Florencia –el Palacio Strozzi y el Museo Nacional del Bargello–, lo revela como el capitán de los creadores de su tiempo. Algo así como el faro de todos los que acudían a aquella ciudad porque allí estaba el caladero de lo por venir.

Porque, justo en ese momento de entusiasmos en que las grandes urbes italianas se estaban convirtiendo en la cantera cultural de este costado de Occidente, Donatello (Donato di Betto Bardi, de nombre real, 1386-1466) se aupó hasta los primeros puestos del nuevo arte renacentista no sólo firmando algunas de las mejores creaciones en relieve o bulto redondo del Quattrocento, sino también con la práctica de una extrema originalidad individual que sedujo masivamente a los mecenas y al público, atraídos por el amasijo de perfección y novedad que ofrecían sus creaciones.    

El éxito de Donatello alcanzó, en este sentido, dimensiones tremendas. Su triunfo queda bien explicado si se rastrea su eco en las generaciones venideras. En este sentido, el tratadista Giorgio Vasari se llegó a plantear hasta en dos ocasiones, en su trabajo Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos, si fijaba al escultor florentino en el siglo XV, tal como indica la cronología, o lo situaba en la siguiente centuria, con los maestros del Cinquecento: “Ningún autor entonces lo superó y, en la edad nuestra, nadie se le ha podido comparar”, confiesa.

La tabla anónima ‘Cinco maestros del Renacimiento florentino’, con Donatello en el centro / MUSEO DEL LOUVRE

La tabla anónima ‘Cinco maestros del Renacimiento florentino’, con Donatello en el centro / MUSEO DEL LOUVRE

A pesar de ser de una hornada anterior a los grandes genios –Rafael, Leonardo y Miguel Ángel–, la trascendencia de Donatello y sus innovaciones se han adherido a estos creadores de forma natural, sin interrupciones. Así, el escultor forma parte de un mismo conjunto medular y esencial para explicar la revolución que estaba sucediendo en las ciudades italianas a la salida de la Edad Media e, independientemente de las claves cronológicas, es uno de los pilares sobre los que se construyó el edificio de la modernidad de las artes.    

Ese juego de réplicas e influencias queda claramente definido en Donatello. Il Rinascimento, una inusual reunión de más de ciento treinta piezas que, tras Florencia, visitará también Berlín (a finales de 2022) y Londres (en 2023). Surgen lecturas de enorme riqueza al exhibir, por ejemplo, en las mismas salas su David victorioso (1408-1409) y el Crucificado de Brunelleschi de Santa María Novella (hacia 1410) y su Madonna de las Nubes (1425-1435) con los dibujos de Leonardo. “Su influencia es notable en los artistas que le precedieron, con quienes compartió generosamente sus habilidades y conocimientos”, afirma Caglioti.

De una forma u otra, son muchas las obras maestras detectadas en su producción –sin ir más lejos, los numerosos encargos de la familia Médici: David (1440), Judith y Holofernes (1464) y la decoración de la sacristía vieja de la iglesia de San Lorenzo, por ejemplo–, pero, sin duda, la Madonna Dudley (hacia 1440) permite afinar la popularidad de Donatello a lo largo de los siglos y más allá del ámbito italiano, con abundantes réplicas en el mundo hispano. La pieza, creada para la devoción privada, representa a la Virgen de perfil, ajena por completo al espectador, dirigiendo una mirada tierna al hijo que sostiene entre los brazos.

El ‘David victorioso’ de Donatello, realizado en bronce, en el Museo del Bargello de Florencia / ELA BIALKOWSKA/OKNO STUDIO

El ‘David victorioso’ de Donatello, realizado en bronce, en el Museo del Bargello de Florencia / ELA BIALKOWSKA/OKNO STUDIO

Ese terremoto Donatello comenzó al poco de su debut con veinte años (1406), con los profetas que le encargaron para la Puerta de la Mandorla de la catedral de Florencia, y perduró más allá de su muerte. Tanta fama −y tan extendida a lo largo del tiempo− ha provocado equívocos a la hora de fijar su catálogo, adjudicándole a su firma cualquier escultura de buena ejecución, de bronce o mármol y encajada entre las formas medievales y el cincel de Buonarroti. Muchas de estas atribuciones fueron depuradas ya en el siglo XX, aunque siguen en discusión importantes piezas como el San Juan Bautista de la Casa Martelli.

“Donatello no fue solo el creador de la estatuaria moderna, del bajorrelieve denominado schiacciato, de los pequeños bronces de estilo antiguo o de las decoraciones murales de estuco inspiradas en la Antigüedad clásica. Y no solo fue, con Brunelleschi, el pionero de la perspectiva racional y del relanzamiento de la terracota como material escultórico. A él cabe atribuir, sobre todo, la responsabilidad del salto cultural hacia el ejercicio, incluso más que el concepto, de la extrema originalidad individual del artista”, anota Francesco Caglioti, comisario de la exposición Donatello. Il Rinascimento.

Esa aventura tan sobresaliente se explica, en buena medida, porque la genialidad fue el hábitat, el líquido amniótico de Donatello. Sus años de formación están ligados al arte de la orfebrería, en la estela de Lorenzo Ghiberti, y a la escultura en mármol, demandada en gran número a raíz de la construcción de la catedral y que ejecutó bajo la guía de artistas del gótico tardío como Giovanni di Ambrogio y Niccolò di Piero Lamberti. Ningún encuentro tuvo, no obstante, el voltaje de su amistad con Filippo Brunelleschi, casi diez años mayor que él, con quien selló una de las sociedades creativas más ricas del primer Renacimiento.

Una talla de san Juan Bautista preside una de las salas en el Museo del Bargello / ELA BIALKOWSKA/OKNO STUDIO

Una talla de san Juan Bautista preside una de las salas en el Museo del Bargello / ELA BIALKOWSKA/OKNO STUDIO

Subido a este trote, Donatello no tardó en ocupar las primeras plazas del podio artístico de su tiempo. En poco más de quince años, entre 1410-12 y 1417, los encargos de las tallas de san Pedro, san Marcos y san Jorge para la iglesia de Orsanmichele, el san Juan Evangelista de la fachada de la catedral y los seis profetas para el cuerpo superior de la torre campanario de Giotto lo situaron pronto entre los más afamados creadores de Florencia. En estos trabajos insuflaba nueva vida a los modelos clásicos dotándolos de mayor capacidad expresiva y de sentido del movimiento.

Estas conquistas estéticas están, en su caso, aparejadas a la introducción de innovaciones de gran calado en el ámbito artístico, como el uso de la terracota. Dicha práctica, recogida por Plinio el Viejo en su Historia Natural, había caído en desuso desde siglos atrás o, en todo caso, ya no desempeñaba el papel central que tenía –y que volvería a ganar– en la práctica de la escultura. Donatello también abrió caminos para que los artistas reprodujeran en serie sus imágenes, una ventaja que el genio y sus asistentes y seguidores aprovecharon de forma inmediata.

El ‘David victorioso’ de Donatello, flanqueado de sendos crucificados del escultor y de Brunelleschi / ELA BIALKOWSKA/OKNO STUDIO5

El ‘David victorioso’ de Donatello, flanqueado de sendos crucificados del escultor y de Brunelleschi / ELA BIALKOWSKA/OKNO STUDIO5

Su firma se esparció más allá del perímetro de Florencia. En 1443 marchó a Padua para una breve estancia y permaneció diez años, dejando varias obras fundamentales. El crucifijo de la basílica de San Antonio –de tamaño natural y en bronce–, el altar mayor de San Antonio de Padua y la estatua ecuestre del condottiero Erasmo de Narni, Gattamelata. En Prato se ocupó de los relieves del púlpito exterior de la catedral, en colaboración con Michelozzo, y en Siena, donde el gobierno adoptó leyes especiales para atraerlo, realizó dos alegorías de la fe y la esperanza para incorporarlas a la pila bautismal de la seo.

Cumplidos los sesenta y cinco años, Donatello regresó a Florencia para realizar sus últimas obras, más radicales, más esenciales. La Magdalena penitente, que se exhibe de forma habitual en el Museo dell’Opera del Duomo de Florencia, parece anticipar las fórmulas del Barroco. Trabajaba en nuevos encargos para la iglesia de San Lorenzo cuando falleció. “[La Naturaleza] colmó a Donato en su nacimiento de maravillosas dotes, y casi en persona lo envío aquí entre nosotros los mortales, lleno de bondad, juicio y amor”, anotó Vasari, convencido de la condición divina, inmortal, del artista.