El esperpento, una vanguardia española
El Museo Reina Sofía de Madrid emparenta en una interesante exposición el ideario estético de Ramón del Valle-Inclán con obras del arte rupturista surgido en Europa a comienzos del siglo XX
Nadie como don Ramón del Valle-Inclán reflexionó sobre la Historia de España con semejante violencia, con igual depuración, con tan desgraciado triunfo. En él está la exuberancia de una sospecha porque él no fue exactamente un desengañado, sino un regeneracionista que no aceptó el chantaje de las promesas ni creía saludable agarrarse a la idea hueca del porvenir. “El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”, dice su personaje Max Estrella en Luces de Bohemia.
Ahora esa óptica de Valle regresa de nuevo al ruedo ibérico emparentada con las artes visuales en la exposición del Museo Reina Sofía Esperpento. Arte popular y revolución estética (hasta el 10 de marzo). Es una recuperación oportuna, pues su creación es una catedral del idioma que nació de la ruina y acabó por instalarse poderosa en el acierto de descreer de casi todo. Bien mirado lo suyo siempre parece una opción vencida hasta que la realidad vuelve a darle cuerda y la instala esencialmente entre nosotros.
Por ahí transita la nueva propuesta del centro artístico madrileño, que escarba en la invención del autor de Martes de carnaval para tratar de encontrarle toda la carga crítica, estética y política. La muestra establece una expedición sobre qué es el esperpento y hasta dónde ha llegado su influencia, más allá de las fronteras de lo teatral. “El esperpento –asegura Germán Labrador, uno de los seis comisarios de la exposición– es una forma de vanguardia española”.
Se trata de argumentar, por tanto, cómo la fórmula artística de Valle-Inclán otorgó expresión propia a esa torsión de la realidad que ya venían proponiendo el futurismo, el cubismo y, sobre todo, el expresionismo desde códigos puramente plásticos en las primeras décadas del siglo XX. Y explicar, de paso, que esta réplica tuvo matices propios, pues logró entrelazar la vivencia de lo cotidiano y las problemáticas históricas para dar paso a una sublimación de la duda. Algo así como un tratado nacional del desengaño. La versión ibérica de lo grotesco.
A menudo sintetizado en la metáfora del espejo cóncavo, el esperpento aparece representado como un núcleo de pensamiento que propone una perspectiva original para entender el mundo mediante la combinación de distanciamiento crítico y deformación grotesca. “Hemos querido liberarlo de su lectura esperpéntica, abriendo las posibilidades de lectura de un término que pensamos que funciona al mismo nivel que cualquier otro término central en el arte de las vanguardias de los años veinte o treinta”, explica Labrador.
De este modo, si bien sus raíces pudieran hallarse en la novela picaresca del Siglo de Oro y en la obra de Francisco de Goya, el esperpento se nutrió de procedimientos como la sátira, el distanciamiento y la animalización o la muñequización de los personajes e incorporó formatos populares como el bululú, la caricatura política, los romances de ciego, el teatro de revista y el primitivo cinematógrafo. El resultado es un cinturón de dinamita contra cualquier realidad pringosa.
Cuerpos extremados, máscaras, marionetas, toros, retablos y carnavales llenan una muestra en la que la alta cultura y la popular se dan la mano y que alrededor de la creación de Valle reúne obras de artistas nacionales como Gutiérrez Solana, María Blanchard, Antonio Fillol Granell, Alfonso Rodríguez Castelao, Rosario de Velasco y Eugenio Lucas Velázquez, e internacionales, como George Grosz, Umberto Boccioni, José Clemente Orozco, André Masson y Caspar Neher.
Esperpento. Arte popular y revolución estética se expande en ocho secciones, con títulos que refieren a obras clave de don Ramón, que examinan los principales temas y estrategias de la fórmula y ofrecen un recorrido que atraviesa el universo cultural de la España del primer tercio de siglo XX, desde la Galicia natal del autor a la relación con los movimientos estéticos y políticos trasnacionales, poniendo de relieve que el esperpento constituye una propuesta estética que ha sobrevivido al tiempo y pensamiento de su creador.
Si la primera sección, abrochada con el título 'Antes del esperpento', da cabida a ejemplares de la prensa satírica más relevante del siglo XIX junto a dispositivos ópticos concebidos para el entretenimiento de las masas (la linterna mágica, el fantascopio…), en la segunda, 'Visión de media noche', entran en juego las nuevas formas de percepción de la realidad, los avances en física y filosofía, pero también el interés por el ocultismo, la magia y los ritos espiritistas, y la alteración de los estados de la conciencia con el consumo de estupefacientes.
Cierra esta genealogía del esperpento la tercera sección, 'Tablado de marionetas', donde los materiales de escena de la época conectan las farsas valleinclanescas con el fenómeno de la “retreatalización del teatro”, término utilizado por el escritor Ramón Pérez de Ayala, y que define una tendencia en la que se le da más importancia a la escenografía, a una interpretación en la que se incorpora la gestualidad y a la introducción de elementos de vestuario para modificar la figura humana.
La parte central de la exposición profundiza en el funcionamiento específico de la creación de Valle a partir de sus obras paradigmáticas, en las que los personajes configuran la teoría esperpéntica a través de sus diálogos y acciones. Se mezcla el mecanismo literario con las fotografías de la guerra del Rif tomadas por Alfonso Sánchez García y su hijo, Alfonso Sánchez Portela, y las obras de corte caricaturesco de Feliu Elías y Juan Gris, además de la figura de Gutiérrez Solana, quien fija la formulación visual de lo jocoso y lo macabro.
A través de diversos medios como el cine, la danza, el collage y la pintura social, el apartado 'Luces de bohemia' incluye referencias explícitas al momento de revuelta social y decadencia en el que se concibe el esperpento. La mirada deformante, la del espejo en el fondo del vaso, se cierne sobre la muerte de una época y trae consigo la emergencia de un nuevo tiempo que otorga el protagonismo a la colectividad y a lo coral, representado en la confluencia de voces de la siguiente sección, denominada 'Retablos'.
Los retablos de Valle-Inclán ponen el foco en la degradación de valores y vínculos que permearon todos los estratos de la sociedad. Instintos, pecados y pasiones se entrelazan en espacios polifónicos imbuidos de una mezcla de religiosidad y tradición popular que subvierte la lógica del mundo ordinario. El siguiente paso de la exposición gira en torno a sus esperpentos narrativos, escritos en un contexto internacional de ascenso de los fascismos, tal como ejemplifica José Clemente Orozco en su lienzo El tirano (1947).
La sección 'El ruedo ibérico', en referencia al proyecto inconcluso del escritor, cierra la exposición. Como si toda la historia de España se desarrollara en una gran plaza de toros, donde se concentran la violencia, la política y el espectáculo, la deformidad de la realidad cristaliza todas las tensiones previas a la Guerra Civil, que aparece exhibida con horror en el óleo del Museo Nacional de Arte de Cataluñaa: Fallecimientos en la plaza de toros de Badajoz, de Martí-Bas, quien representó el asesinato de miles republicanos en el coso extremeño en 1936. Fue entonces cuando el esperpento acabó en desastre.