El lienzo ‘Una huelga de obreros en Vizcaya’ (1892), del pintor madrileño Vicente Cutanda.

El lienzo ‘Una huelga de obreros en Vizcaya’ (1892), del pintor madrileño Vicente Cutanda. MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Artes

El arte social conquista en el Museo del Prado

La pinacoteca madrileña dedica una exposición, de la que se pueden extraer lecturas sociológicas, a los artistas que miraron a la calle en el tránsito del siglo XIX al XX para dar cuenta de los cambios y problemas de España 

20 junio, 2024 19:00

En lo extremo han sustanciado muchos artistas su gramática. Por ejemplo, en el siglo XVII, Velázquez, pintor del rey, retrató a bufones y mendigos, adoquines de una sociedad basada en la desigualdad. Goya también fue a compás de las oscuridades de su tiempo y trastocó el asunto de sus obras para dejarnos rastro de cómo un espíritu de ética y libertad acabó transformándose en la estampa de unos tipos machacándose la cabeza a garrotazos. 

Otro tanto sucede con los creadores que dieron cuenta a finales del siglo XIX de un país infectado por la crisis, con ramalazos de derrape social y económico. Sus trabajos son el story board de España en una época traicionada, pero también la moviola de un cambio en la forma de entender la pintura, que abandonó las vitrinas para asumir otros perfiles: más activa, crítica, más dinámica, extrema, hirviente, combativa. 

A iluminar esta nueva misión de los pintores en favor de las expresiones sociales atiende la exposición Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910), que acoge el Museo del Prado hasta el 22 de septiembre. La denuncia, la incisión crítica y la dentellada ideológica asoman en las casi trescientas obras seleccionadas por el comisario, Javier Barón, y que ocupan al completo las cuatro salas de temporales que la pinacoteca madrileña tiene en el edificio Jerónimos. 

Antonio Fillol plasmó, con toda su crudeza, en ‘La bestia humana’ (1897) el mundo de la prostitución.

Antonio Fillol plasmó, con toda su crudeza, en ‘La bestia humana’ (1897) el mundo de la prostitución. MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Es el más amplio repertorio del arte social en España. Es la pintura patria ocupada por vez primera en fijar una crónica precisa del ahora, en presente continuo. Influidos por la fotografía, los artistas buscaron una objetividad en la representación, adoptando un estilo naturalista, similar al que había triunfado en Francia y en otros países, pero con una identidad especial en algunos trabajos gracias al estudio y a la reivindicación de los maestros del Siglo de Oro.

Sin ánimo de grupo ni unanimidad de estilo, quisieron levantar acta de las transformaciones de la sociedad española entre 1885, año del pacto entre Cánovas y Sagasta y fecha de arranque del gobierno liberal largo, y 1910, año del mandato del también liberal Canalejas. En apenas un cuarto de siglo irrumpen las industrias, surgen los guetos urbanos y se registran importantes avances en la medicina y la educación, y la pintura está ahí anotándolo todo.  

De ahí que el lenguaje de muchas de estas obras aún conserve cierto calambre y pueda despejarse cualquier vocación arqueológica. Estas piezas entran a fondo en el contexto de un momento que acaso ya no está cerca, pero que aún no se ha difuminado del todo. La lucha obrera, la explotación infantil, la marginación étnica y social, la prostitución, la emigración y la pobreza tienen un eco de actualidad incesante. 

La calle es el botín principal de esta corriente artística que, apagadas las polémicas iniciales por su falta de decoro o por la aparente trivialidad de los temas, encontró cobijo en los círculos oficiales. Muchas de las obras que encajan dentro de la etiqueta de arte social obtuvieron premios en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, siendo adquiridas por el Estado para su incorporación al Museo del Prado. 

La sala dedicada a la enfermedad y la medicina, en la exposición ‘Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910)’.

La sala dedicada a la enfermedad y la medicina, en la exposición ‘Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910)’. MUSEO NACIONAL DEL PRADO

La muestra ha servido para escarbar en sus fondos para colgar lienzos poco o nada vistos, pues la representación de temática social en la colección permanente de la pinacoteca se limitaba a solo cuatro obras, con el cuadro de Joaquín Sorolla ¡Aún dicen que el pescado es caro! (1894), en el que se muestra a un joven marinero atendido por sus compañeros en el suelo de la bodega de un barco tras sufrir un accidente durante la faena, como principal reclamo. 

Al arsenal acumulado por el Prado se han sumado las aportaciones de casi un centenar de prestadores públicos y privados, que han permitido incorporar los nombres de Regoyos, Nonell, Gargallo, Picasso, Gris y Solana, entre otros. Tiene predominio la pintura, pero también se ha dado cabida a la escultura y las artes gráficas, así como a la fotografía y al cine, que tuvieron un papel en la configuración de la imagen de la época. 

Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910) tiene, por así decirlo, dos tiempos de exhibición. Los lienzos y las piezas escultóricas ocupan las salas más amplias –elección motivada, en buena medida, por las grandes dimensiones de las telas–, en tanto que en los espacios más reducidos se exhiben, a modo de gabinete, las instantáneas, las acuarelas, los dibujos y los aguafuertes.  

“Los temas son la principal novedad que trae consigo el arte social. Por vez primera, aspectos de la vida contemporánea, como el trabajo industrial o las huelgas, son tratados de forma objetiva, con ánimo de precisión. No tiene nada de casual que surja en paralelo a la fotografía, que permite plasmar fielmente la realidad, y al éxito de la novela social que en España encabezan Galdós, Pardo Bazán y Palacio Valdés”, ha señalado Javier Barón.  

‘Una desgracia’ (1890) del sevillano José Jiménez Aranda refleja el impacto de un accidente laboral.

‘Una desgracia’ (1890) del sevillano José Jiménez Aranda refleja el impacto de un accidente laboral. MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Tanta relevancia tiene lo plasmado que la exposición no se define ni por estilos ni por cronología. Las catorce secciones están marcadas por la temática de las obras, desde el trabajo hasta la muerte, pasando por las escuelas y la religión, apartado en el que se exhibe el lienzo La catedral de los pobres (1898) de Joaquim Mir, quien plasma a un grupo humano delante del templo de la Sagrada Familia de Barcelona, al poco de comenzar su construcción.  

La muestra se abre así con varias entregas dedicadas al trabajo. Destaca entre ellas cómo la representación de las actividades agrícolas y ganaderas –la principal fuente de riqueza y de ocupación laboral en la España finisecular– abandona el costumbrismo y se adentra en un estilo marcado por la crudeza, tal como se observa en el óleo de Laureano Barrau Escardadoras (1891), donde dos mujeres apartan, con sus manos, las malas hierbas de un sembrado.   

También es posible descubrir abundantes ejemplos de las ocupaciones industriales, que transitan desde los operarios pintados con tono heroico, con exactitud en la representación de las máquinas y herramientas, a los niños ocupados en las fábricas textiles. Se incluye, dentro de este ámbito, el lienzo La tejedora (1882) de Joan Planella, quien muestra a una niña trabajando en un telar de garrote, bajo la mirada de un adulto y en un cuarto insalubre.

El óleo ‘A la amiga’ (1905) de Julio Romero Torres preside la sala dedicada a la educación.

El óleo ‘A la amiga’ (1905) de Julio Romero Torres preside la sala dedicada a la educación. EFE

Otro de los temas más frecuentados por los pintores de la corriente social fue la prostitución, que asoció a la injusticia y la explotación (Antonio Fillol pintó en La bestia humana, de 1897, a una proxeneta induciendo al trabajo sexual a una joven vestida de luto ante la mirada indiferente del cliente). Los artistas más renovadores, como Anglada Camarasa y Picasso, abordaron el asunto a través de escenas más urbanas, tanto en la calle como en los cabarés.   

Resulta especialmente interesante la elección de los artistas por las consecuencias de las transformaciones sociales. El paro obrero, la muerte del cabeza de familia y la enfermedad eran un billete directo a la miseria. María Luis Puiggener lo reflejó en Madre e hija (1900), cuadro que representa a una mujer con un bebé en brazos mendigando en la catedral de Sevilla, y Solana en Los desechados (1908), una tela sombría que exhibe a dos frailes junto a unos niños tullidos. 

La exposición se cierra con el capítulo dedicado a las huelgas obreras, muchas de las cuales tuvieron como resultado represión y muerte. José Uría recogió en Después de una huelga (1895) las protestas en los talleres ferroviarios en Valladolid, con un obrero muerto; Vicente Cutanda mostró en Una huelga de obreros en Vizcaya (1892) un paro en el sector siderúrgico vasco, y Antonio Fillol plasmó en El hijo de la revolución (después de la refriega) (1904) el resultado de un enfrentamiento entre manifestantes y autoridades, con un cadáver tendido en el suelo.