'Autorretrato de un artista degenerado', de Oskar Kokoschka (1937). FONDATION OSKAR KOKOSCHKA, 2023, VEGAP, BILBAO

'Autorretrato de un artista degenerado', de Oskar Kokoschka (1937). FONDATION OSKAR KOKOSCHKA, 2023, VEGAP, BILBAO

Artes

Oskar Kokoschka, el pintor de la rabia

El Museo Guggenheim de Bilbao se asoma a la fértil carrera del siniestro y lúcido artista austriaco, activista político, adalid de la figuración y decidido abanderado del expresionismo europeo

17 mayo, 2023 19:00

Los lienzos de Oskar Kokoschka mueven a la inquietud, al vértigo, al daño. El empaste espeso y los trazos nerviosos entran en la carne. No es extraño: si se miran fijamente algunos de sus autorretratos, se puede ver a un lobo seco con los brazos afilados. A un tipo consumido probablemente en la lumbre de sus demonios. A un artista en punta con la mirada hecha puñal. Cuentan de él que era siniestramente lúcido. Y que no retrataba lo que de marginal hay en nosotros, sino todo aquello que nos empeñamos en ocultar: nuestra rabia, nuestro dolor, nuestra monstruosidad como seres humanos.

De ese mundo torcido da cuenta la exposición Oskar Kokoschka, un rebelde en Viena, abierta hasta el 3 de septiembre en el Museo Guggenheim de Bilbao que produce esta muestra en colaboración con el Musée d’Art Moderne de París. Se trata de una especie de inventario de todo lo que le importó al artista: telas, dibujos, ilustraciones, poemas, obras teatrales, escritos políticos... Basta recorrer el arsenal reunido –un total de 122 obras– por los comisarios Dieter Buchhart y Anna Karina Hofbauer para dar la razón a la privilegiada posición del pintor centroeuropeo en el arte del siglo XX, del que fue resumen y consecuencia.

Se sabe que Kokoschka llegó a la pintura como el que venía a cumplir una venganza. Aunque quizá sea más exacto decir una protesta. Y que fue así desde muy pronto. La infancia marcó de algún modo el desarrollo de su aventura. Nació en 1886 en la localidad austríaca de Pöchlarn, a orillas del Danubio, en el seno de una familia de orfebres que acabó descarrilando a causa de la industrialización. Directamente desde aquel desastre, se instaló, muy joven, en Viena, donde asumió como maestros a Gustav Klimt, Gustav Mahler y Sigmund Freud. Con aquella tríada sulfúrica se llenó los ojos del mejor veneno.

Retrato del entomólogo suizo Auguste Forel, realizado por Oskar Kokoschka en 1910 / FONDATION OSKAR KOKOSCHKA, 2023, VEGAP, BILBAO

Retrato del entomólogo suizo Auguste Forel, realizado por Oskar Kokoschka en 1910 / FONDATION OSKAR KOKOSCHKA, 2023, VEGAP, BILBAO

El art noveau fue el primero de sus caladeros. Pero más allá de ejercitarse en los principios decorativos de aquella escuela, el artista alcanzó un desarrollo personal que le otorgó pronto una estela de leyenda, un prestigio de francotirador capaz de taladrar con el gesto denso de su pintura, con esos trazos hondos y desarmantes. De hecho, puso en práctica una concepción muy física de la pintura que sorprendió a sus contemporáneos al utilizar las uñas y los dedos para repartir los colores en el lienzo. “Soy un expresionista porque no sé hacer otra cosa que expresar la vida”, afirmó.

"Desde su primera exposición en la Kunstschau de Viena, en 1908, fue considerado un salvaje, con fama de enfant terrible. Lo llamaban Kokoschka, el loco’, han explicado los comisarios Buchhart y Hofbauer, quienes han ejemplificado el desvarío del artista con su retrato del entomólogo suizo Auguste Forel (1910), plasmado a modo de un sabio disparatado, con los ojos muy abiertos, sobre un fondo difuso. Al parecer, al científico no le gustó el trabajo y acabó rechazándolo, ya que, según le dijo al pintor, no reproducía su parecido, sino que era más bien como una expresión de su psicología.

‘La princesa Mechtilde Lichnowsky’, de Oskar Kokoschka, en el Museo Guggenheim Bilbao / EFE

‘La princesa Mechtilde Lichnowsky’, de Oskar Kokoschka, en el Museo Guggenheim Bilbao / EFE

Con todo, la avería se le agrandó a Kokoschka como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Se apuntó a la carnicería tan europea –fue herido de gravedad en dos ocasiones– para olvidar la ruptura con Alma Mahler, a quien llegó a retratar hermosa y terrible, bajo un jaleo de rizos rojos. Con ese mismo propósito, encargó a la fabricante de decorados teatrales Hermine Moos una muñeca a tamaño natural de su amante (“Permita a mi sentido del tacto disfrutar en aquellos lugares donde las capas de grasa o músculo repentinamente dan paso a una cubierta fibrosa de piel”, escribió) que acabó decapitando en una fiesta con amigos.

De regreso de las trincheras, ingresó en un sanatorio, ocupó plaza de catedrático en la academia de Bellas Artes de Dresde, viajó por Europa, el norte de África y Oriente Próximo y, desde un lugar de privilegio, detectó pronto el ascenso del fascismo adivinándole el desastre que alojaba. “El artista debe ejercer de alarma”, llegó a afirmar para explicar su lucha política. Tenía razón: más de cuatrocientas obras de su autoría fueron confiscadas por la Gestapo y nueve de ellas formaron parte en la exposición Entartete Kunst (Arte Degenerado) que se celebró en Múnich y Viena en 1937.

El manantial’, de Oskar Kokoschka (1922 - 1938) / FONDATION OSKAR KOKOSCHKA, 2023, VEGAP, BILBAO

El manantial’, de Oskar Kokoschka (1922 - 1938) / FONDATION OSKAR KOKOSCHKA, 2023, VEGAP, BILBAO

En sus años de nomadismo se adentró en la pintura de paisajes con sello personal. Como se observa en los lienzos dedicados a la ciudad de Marsella –presentes en la exposición del Guggenheim de Bilbao–, Kokoschska no aspiraba a reproducir la topografía de un determinado lugar, sino más bien a captar la atmósfera, alcanzado una expresividad sin igual. “Quiero crear un espacio a base de colores”, diría el pintor, quien conjuraba la traumática experiencia vivida en las trincheras observando las ciudades y los paisajes desde miradores elevados.

Por razones de supervivencia, al estallar la Segunda Guerra Mundial, Kokoschka acabó exiliado en Londres, donde afiló su compromiso, ejerció de militante y fabricó una obra alineada con la denuncia social. Los cuadros de esa época desprenden un mensaje antibelicista, como el crítico El ocaso de Europa, en el que dos ranas se funden con un fondo agitado y que simboliza el peligro que corren el continente y la democracia si no se crea una unión fuerte, o Liberación de la energía atómica (1947), un alegato en contra de esta arma que encarna un león que corre a sus anchas en un jardín donde hay niños y mujeres.

Exposición dedicada a Oskar Kokoschka en el MoMA de Nueva York en 1949

Exposición dedicada a Oskar Kokoschka en el MoMA de Nueva York en 1949

A partir de ese momento, el artista se interesó cada vez más por el arte y la arquitectura clásicas de Roma y Grecia, al tiempo que se posicionó en contra de la tendencia general hacia la abstracción. En 1953 fundó en Salzburgo la Escuela de la Visión, ejerciendo la enseñanza a través de la observación basándose en las obras del pedagogo Jan Amos Komensky, conocido como Comenio. Con ello, la generación de artistas que le habría de suceder se convirtió en un aspecto fundamental de la obra y de la construcción de su legado, tal como queda plasmado en la obra Time, Gentleman Please (1971-1972).   

En sus últimos años tuvo pasión y contundencia, un equilibrio nada fácil con el que se ganó el reconocimiento en importantes exposiciones internacionales. La urgencia de sus pinceladas y la inalterable crudeza de sus trabajos finales pusieron de manifiesto una radicalidad estética que recordaba a la de sus inicios en Viena, dejando a las claras la autenticidad de quien concibió el lienzo como un aullido. Quedó así fijado como uno de los abanderados del expresionismo europeo, que amplificó a nuevos territorios plásticos hasta que un infarto le reventó el corazón el 22 de febrero de 1980 a orillas de un lago suizo.