Galdós, vecino ilustre de Madrid
Una exposición rastrea la popularidad del escritor a través de sus retratos en la prensa ilustrada y desvela cómo era la ciudad en la que transcurrieron su vida y sus novelas
3 diciembre, 2020 00:00“¡Oh, confusión y regocijo de las Españas!”, le dijo Benito Pérez Galdós. Y aquello quedó como signo y profecía de una ciudad a la que convirtió –de tanto vivirla, de tanto pisarla– en materia de sus novelas. Como el Londres de Dickens, el París de Balzac o el Dublín de Joyce, existe un Madrid de Galdós, acaso el más alto narrador español desde Cervantes, siempre con el cabo echado en aquel perímetro de tierra, como si éste fuera el abrevadero único de casi todas sus páginas.
Galdós llegó al acartonado Madrid de 1862, que era una escuela de gatos y un cruce de gentes. Traía la anfetamina vital del barrio de Vegueta de Las Palmas de Gran Canaria haciéndole surco en el pecho cuando descubrió una ciudad que cobijaba un cielo de cenizas en pleno invierno. Su propósito era estudiar Derecho, hasta que prendieron en él las lecturas y las amistades; también el periodismo, el teatro y la convulsión de aquellos años, con la crisis final del reinado de Isabel II.
Primer retrato conocido de Benito Pérez Galdós, realizado en formato tarjeta / FAMILIA PÉREZ GALDÓS
A partir de ahí, tuvo éxito. Y alcanzó gloria en vida. Sufrió, eso sí, los golpes de la envidia y su biografía se internó por la política y las tormentas personales, aunque siempre arrastró fama, prestigio e influencia. “No he escrito una línea sin el afán de dejar huella”, aseguró alguna vez Galdós, quien dejó anotado con precisión y minuciosidad en sus artículos, crónicas, piezas teatrales y novelas cómo fue en realidad aquel Madrid gélido y austero, casi exótico en su pesimismo. Porque, en buena medida, “lo que Galdós nos ofrece –en opinión José Manuel Caballero Bonald– no es ya una ficción novelística, sino un novelado compendio histórico de Madrid. Cafés, teatros, bailes, casas burguesas, corralas, tabernas, buñolerías, horchaterías, talleres de costura y demás escenarios populares circulan por sus libros y configuran un invariable telón de fondo, un perseverante entramado documental de la ciudad”.
Lavaderos del río Manzanares, fotografiados hacia 1910 por Eduardo Vilaseca / COLECCIÓN PARTICULAR
La curiosidad insaciable del escritor canario encontró en la capital de España el epicentro de su biografía, salteada de viajes encadenados y descubrimientos constantes que venían todos a concretarse en sus paseos por la Gran Vía, por la Plaza de Oriente, en sus acercamientos hasta la ribera del Manzanares; en sus contemplaciones de las sierras pacientes; en sus discursos en el Ateneo; en las tertulias adobadas de humo de café y un puntito de bohemia.
Todo esto, más el ancho torrente de su limpia escritura, recorre la exposición Galdós en el laberinto de España de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La muestra, confeccionada con motivo del centenario del fallecimiento del autor de los Episodios Nacionales, reúne ciento cuarenta fotografías; la mitad de ellas, retratos del escritor, solo o en compañía, y el resto, instantáneas de los escenarios de su vida, principalmente un Madrid cambiante desde las postrimerías isabelinas a la Restauración y la Regencia.
Una de las salas de la exposición Galdós en el laberinto de España / GUILLERMO GUMIEL/ RABASF
Así, es posible descubrirlo al poco de su llegada a la ciudad, aún con bigote difuso a sus veintipocos años, vistiendo pantalón claro, abrigo negro y reloj con leontina en un retrato con formato de tarjeta de visita. También apenas superada la treintena, en los cartones fotográficos firmados por Amayra y Calvet, con el mostacho subrayando ya por la mitad un rostro ovalado que sirve de remate a un cuerpo interminable y zanquilargo.
Después, cuando afianzó popularidad y la aparición de cada una de sus novelas se convertía en acontecimiento, cuando los periódicos más prestigiosos de España y América pugnaban por su firma y Sagasta se lo llevó al Parlamento en los días de la Restauración y se le abrieron las puertas de la Real Academia Española (RAE), Galdós apareció de forma habitual por las “galerías de hombres ilustres”, posando para los grandes fotógrafos de la época, como Kâulak, Laurent y Alfonso.
Algunas portadas de periódicos y revistas ilustradas dedicadas al escritor / GUILLERMO GUMIEL / RABASF
“El desarrollo espectacular experimentado por la prensa ilustrada en la frontera de los siglos acercó aún más la imagen de Galdós a los miles de lectores y admiradores, quienes siempre le percibieron como una persona cercana y familiar, como un abanderado de las causas nobles que no dudó defender en la calle, en sus libros y en el Parlamento”, apunta el comisario de la exposición Galdós en el laberinto de España, Publio López Mondéjar, académico e historiador de la fotografía en España.
“Es difícil imaginar la popularidad de Galdós pero él siempre era actualidad”, añade López Mondéjar, quien ha optado por arropar la muestra –abierta hasta el 3 de enero de 2021– con fotografías del Madrid de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX y retratos de sus personajes públicos más importantes, como Isabel II, Amadeo I, Alfonso XII, Emilio Castelar, los generales Espartero, Cabrera, Serrano y Prim y los escritores Mesonero Romanos y Leopoldo Alas Clarín.
Foto de Madrid / GUILLERMO GUMIEL
A su modo, Benito Pérez Galdós vivió algunos de los momentos más intensos de una ciudad que era un corazón con hipo. De ahí que Miguel de Unamuno lo calificara como “el gran evangelista de Madrid” y María Zambrano lo creyera un “poeta de Madrid”. Él mismo confesaría en su libro Memorias de un desmemoriado que realmente nació en 1862, el año en que por primera vez puso los pies en la estación de Atocha.