'Homenot' Quino / FARRUQO

'Homenot' Quino / FARRUQO

Artes

'Quino', la viñeta como género literario

El creador de ‘Mafalda’ fue un maestro implícito de la transversalidad; alcanzaba todos los rincones y desmontaba el mundo sin pertenecer ni reivindicar ninguna frontera

6 octubre, 2020 00:00

El día que Mafalda citó a La Rochefoucauld, la elocuencia se desmoronó. La niña que acariciaba un globo terráqueo, pronunciando aquello de “sana, sana colita de rana” sigue siendo hoy la imagen icónica de la resistencia frente a una decadencia que no cesa, en pleno ocaso de la palabra (como mostró la futilidad del debate Trump-Biden, en plena pandemia). La pequeña de pelo azabache y cinta blanca, que odiaba la sopa de su mamá, estaba llamada a deconstruir la sociedad mucho antes que Jacques Derrida. Uno de sus mejores amigos, Manolito, el hijo del tendero español, apegado al dinero, dijo un día con la lista de precios en la mano: “¡Pensar que yo estos precios los conocí de pequeños y ahora verlos ya tan crecidos! ¿Qué querés? Me emociona”; y de este modo quedó flotando en el vacío el experimento tautológico de Adam Smith, padre de la economía, la ciencia de la mano invisible.

El humor nace del lenguaje persuasivo; es una actitud que se expresa socráticamente. El humorista de verdad se ríe de sí mismo antes de caricaturizar al mundo circundante y sin caer jamás en la ridiculización ad hominem. Nadie ha de salir malparado. El juego crítico de las apropiaciones le era familiar a Joaquín Lavado, Quino, inventor de Mafalda, el sabio nacido en Mendoza, tocado por la chispa bonaerense, que nos ha dejado, a los 88 años, como confirmaba, el pasado miércoles su editor y amigo Daniel Levinsky. Hace días que llegan sin parar correos de pésame a un lado y al otro del Atlántico; las redes sociales mutilan frases bonitas entrecortadas, en más de 20 idiomas. Todos le rinden homenaje; todos le recuerdan con afecto. 

Quino junto a una estatua de Madalda / EE

Quino junto a una estatua de Madalda / EE

Quino, así llamado por su familia para distinguirlo de su tío, Joaquín Tejón, pintor y diseñador gráfico, ha sido un hombre extraordinariamente querido. Fue un maestro implícito de la transversalidad; alcanzaba todos los rincones y desmontaba el mundo sin pertenecer ni reivindicar a ninguna frontera. Su trabajo como viñetista empezó en 1954 en el semanario Esto es y, una década más tarde, apareció su primer libro de humor, Mundo Quino; por aquellas fechas, la revista Primera Plana presentó a Mafalda

El trabajo de un humorista gráfico se cobija en la ciudadela, un concepto utilizado por Goethe para proteger en su día a los románticos alemanes afectados por el Sturm und Drang, aquel manifiesto en defensa de la emoción. Igual que los artistas enfermos de belleza, el viñetista está circundado en plena soledad; rodeado, pero no contaminado; encastillado, al fin, como lo estuvo Montaigne en la Torre de Burdeos, donde las letras llamaban a las letras, dejando testimonios escritos en las vigas del viejo chateau. Aunque el dibujante de tiras piensa con los dedos, su producto es un género literario, un espacio metafórico cercano a lo epistolar, situado entre el relato y el ensayo; un espasmo que germina con insolencia en las tangentes coloquiales del idioma.

mafalda 2

Pocas horas después de su deceso, la RAE le otorgaba una vez más carta de naturaleza a Quino, al destacar “el vacío que deja este enorme artista de la lengua hispana”. La Academia ilustró su comentario de despedida con una viñeta en la que se ve al padre de Mafalda consultando brevemente un diccionario; le echa un vistazo, lo cierra rápido y lo vuelve a dejar en su estantería. La niña replica: “Así nunca aprenderás a terminar un libro gordo”. Afortunadamente, sus contemporáneos le han reconocido al padre de Mafalda el mérito en vida con ofrendas ante el altar de la cultura: recibió la Legión de Honor en Francia y fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias, en España.

Para mal trago de sus lectores, Quino dejó de publicar la célebre tira cómica en 1973; dijo entonces que se le habían “congelado las ideas”. Puede que los aforismos de la infancia se apaguen en la edad adulta, pero por lo visto nunca se olvidan. Aparte de almanaques, resúmenes y libros recopilatorios, Mafalda duró menos de una década sobre el papel, aunque llevamos medio siglo hablando de ella. La última Mafalda vio la luz el año de la vuelta de Juan Domingo Perón a la Argentina, bajo la presidencia de Héctor Campora; dicho así parece un fenómeno del pasado, pero lo cierto es que el efecto Quino reverbera todavía hoy en medio mundo.

En 1977, Mafalda fue escogida como el icono de los Derechos de la Infancia promovidos por Unicef, aunque para entonces, su expansión no hacía más que empezar. A la hora del recuento, la tira ha sido traducida a 20 idiomas y da vueltas por el planeta impresa en papel; también ilustra libretas, tazas de café y camisetas; se engrandece como un emporio del merchandising.  En los momentos de plenitud se realizaron 52 cortos para la televisión argentina y se unieron en una misma película. En 2017, la cadena Telefé recuperó su figura para los informativos, otorgándole el título de columnista. Quedaba lejos aquel 1962, cuando la empresa de electrodomésticos Mansfield le encargó a Quino una viñeta publicitaria similar a Charlie Brown con personajes de una misma familia que empezaran todos por la letra M. Fue una espoleta.    

Mafalda y las bibliotecas

La viñeta nace del conflicto y se almacena en el inconsciente antes de llegar al papel. Si la Alicia de Lewis Carroll es una reflexión sobre la imaginación y la belleza actuando como barrera ante el horror de lo real,  Mafalda  es la aventura del ingenio dentro de lo absolutamente real. Quino no imaginó, denunció; era de los que tocan siempre de pies en el suelo; con sus dibujos, puso en marcha la ductilidad de millones de lectores ante las paradojas cotidianas que, en ocasiones, son las más crueles. Antes de descubrir un espacio encantado, Alicia se cae por un agujero persiguiendo a un conejo blanco y se supone que el país de las maravillas es fruto del azar. Mafalda, por su parte, chaparrita y pegada a la tierra, es la niña que presenta paradojas a los mayores para que ellos cumplan con la obligación de resolverlas. Ella se limita a situar la vanidad y la prepotencia delante el espejo. 

Para ver y tocar el mundo ya eterno de Quino hay que visitar el Paseo de la Historieta de Buenos Aires. En 2009 se instaló allí una estatua de Mafalda sentada en un banco, durante la celebración del segundo centenario de la independencia argentina; después, poco a poco, todos los personajes de Quino se han ido reuniendo en este enclave situado entre los distritos de Montserrat, San Telmo y Puerto Madero; y con los años, ya les acompañan un total de 20 personajes de otras tiras de dibujantes consagrados, como García Ferré, Nik, Dante Quinterno o Sendra. El paseo es un monumento al humor, intangible por antonomasia de Argentina, una mercancía de alto valor en la balanza comercial de la cultura; y todo gracias al inventor de la troupe de la niña que utilizaba silogismos sin haber leído a Kant.

mafalda 1

El diseño gráfico ha saltado por encima de fronteras y ha remontado épocas; ha creado entornos similares a los que generó, por ejemplo, el estudio de Picasso, en la Rue des Grands-Agustins, al que acudían los cerebros de las vanguardias. Rafael Argullol, en Maldita perfección (Acantilado), dice que la irradiación de Picasso fue comparable al influjo que había ejercido Goethe en Weimar, respecto a los músicos y poetas de su tiempo. La viñeta heredó de las vanguardias la mirada corrosiva del siglo XX y posteriormente las tiras cómicas de la prensa han seguido el curso de la fotografía marcado por los grandes maestros, como Cappa, Brassaï o Cartier-Bresson.

Si la fotografía desvela la vida secreta de las estatuas, de la pintura, del dolor o de la guerra, las tiras cómicas de Quino (y de otros) son una puerta abierta a la digresión. No la puerta poética sino la del alma: “El acto moral es la única tentativa por la que los fenómenos se dejan conocer”, escribió Novalis en sus Himnos de la noche, en la traducción española del sello Elejendria.  Quino ha funcionado con el compromiso ético por bandera; ha sido un cruzado de la justicia; ha filosofado el mundo sin apartarse de la discreción, incluso al verse asaltado por la fama; jamás denigró y nunca lanzó dicterios contra nadie. Era hijo de padres andaluces, republicanos y antiautoritarios; llevó la marca de los suyos pegada en la piel y en 1990 obtuvo la nacionalidad española. Habían transcurrido dos décadas de su entrada en España como dibujante y autor de la mano de Esther Tusquets y de la Editorial Lumen

Mafalda :quino

Mafalda se cuestiona el orden y la lógica de las cosas; su creador se reserva el derecho a criticar la catadura moral de los que hacen las cosas, tal como se vio en el documental Buscando a Quino, dirigido por Boy Olmi, en el que el gran calígrafo se sinceraba: “Muy pronto empecé a preguntarme sobre el bien y el mal, Abel y Caín. Y Dios, que ha adjudicado roles, no sé si con razón o no. Habría que preguntarle a él”. En el género cómico, el mensaje lo es todo, sin caer en la compasión. Sea como sea, se puede concluir que, a base de conceptos, como antibelicismo, combate contra el odio o contra la sinrazón y empatía con los desfavorecidos, se podría resumir el solipsismo de Quino, a modo de síntesis. Naturalmente, sin desatender la calidad, porque el arte de Quino ha crecido significativamente desde los albúmenes de los setentas hasta sus últimos libros ilustrados.

En el citado paseo bonaerense, Mafalda convive con las evocaciones de sus amigos, como Susanita, la pija; Felipe, el inconformista tosco, Guille, Miguelito o Libertad, la niña que recuerda a Beatriz, la protagonista de un cuento de Mario Benedetti –contenido en el libro Primavera con una esquina rota– orientado a descargar sobre la infancia la idea de que libertad es una palabra enorme. En la narración corta del escritor uruguayo, mientras el padre de Beatriz está preso por sus ideas en una cárcel llamada Libertad, la hija barrunta: “Yo creo que ahora mi papá seguirá teniendo ideas, pero es casi seguro que no se las dice a nadie, porque si las dice, cuando salga de Libertad para vivir en libertad lo pueden meter otra vez en Libertad. ¿Ven como libertad es una palabra enorme?”