Una imagen del Club Capitol, que fue cine y luego teatro; en el inicio de las Ramblas / WIKIPEDIA

Una imagen del Club Capitol, que fue cine y luego teatro; en el inicio de las Ramblas / WIKIPEDIA

Artes

La doble muerte del Capitol

Este cine barcelonés era conocido como 'Can Pistolas' por la decoración de la fachada, siempre relacionada con las películas de acción, y luego fue un teatro

22 junio, 2020 00:00

El propietario del teatro Capitol, en la parte superior de la Rambla, no quiso renovar el alquiler a los cómicos y el local chapó: supongo que pronto veremos en su lugar una sede de Mango, H&M o Yamamay, que es lo que se impone ahora en Barcelona. Es la segunda vez que palma el Capitol, ahora como teatro; su primera muerte tuvo lugar en 1990 como cine, que es cuando realmente era una presencia icónica en la Rambla. Si volvías de viaje y querías asegurarte de que todo seguía en su sitio en tu ciudad, te bastaba con acercarte al Capitol y plantarte unos segundos ante su fachada, siempre decorada de manera llamativa (¿digamos chillona?) con motivos relacionados con las películas de acción que constituían su especialidad. Por eso se ganó a principios de los años 30 el sobrenombre de Can Pistolas.

El cine Capitol se inauguró el 23 de septiembre de 1926 con un bonito programa doble compuesto por Los parásitos y Dick, el guardiamarina. Nada sé de la primera, pero la segunda estaba protagonizada por el galán mexicano del cine mudo instalado en Hollywood Ramón Novarro, un competidor de Rudolph Valentino que, ya de mayor, acabó asesinado en un turbio encuentro homosexual que acabó fatal. La deriva hacia las películas de tiros fue rápida, pues en la década de los 30 ya era Can Pistolas para todo el mundo. Sus decoraciones de la fachada eran las más espectaculares de la ciudad y entre los responsables de ellas se colaba de vez en cuando algún artista de verdad, como fue el caso de Antoni Clavé entre 1932 y 1935.

¿Sólo interesante 'por fuera?

Lo que perdió rápidamente fue el glamour original, convirtiéndose rápidamente en una sala popular, tirando a populachera, cuya clientela podía llegar a ser un tanto especial. Mi padre me contó un día que en cierta visita al Capitol le tocó al lado un sujeto que hablaba con la pantalla y que estaba totalmente metido en la historia que desde ella se le explicaba. Cuando el protagonista se liaba a tortazos con los malos, el hombre boxeaba con el aire que tenía delante (sin llegar jamás, todo hay que decirlo, a golpear la cocorota del espectador de delante). Si alguien se acercaba al héroe con aviesas intenciones, este individuo lo avisaba a gritos de la amenaza que se cernía sobre él. Creo que mi padre no volvió a pisar en su vida el cine Capitol, y no seré yo quien se lo reproche. En realidad, a mí Can Pistolas me gustaba por fuera. Sus lamentables programas dobles me daban lo mismo, pero había algo en su presencia que formaba parte de la que ahora es mi Barcelona fantasma.

Cuando se convirtió en teatro en 1990, para mí fue como si lo hubiesen chapado. Adiós a las marquesinas rutilantes y al aire deliciosamente tronado de la fachada. Ahora era un teatro, algo serio, no Can Pistolas, aunque se especializara en la comedia y los monólogos. Lo inauguró La Cubana con Cómeme el coco, negro, y Pepe Rubianes lo convirtió en su segunda casa: de la misma manera que los Doors decían que les encantaría tocar en el Whisky a Go Go de Los Ángeles si algún día lo abandonaba Johnny Rivers, cualquier humorista podría haber dicho algo parecido con respecto a Rubianes, un tipo muy simpático cuyos monólogos, lamentablemente, nunca me hicieron la más mínima gracia.

La segunda muerte del Capitol me resulta mucho menos dolorosa que la primera. Y con respecto a esa primera muerte, me hubiese conformado con que hubieran conservado la fachada --recuperando alguna obra de Clavé, a ser posible--, aunque detrás hubiese un Zara o una tienda de Levi´s. Una fachada anacrónica en la Rambla, sin correspondencia alguna con el interior, hubiese sido una jugada conceptual que muchos hubiésemos agradecido.