'Homenot' Juan Genovés / FARRUQUO

'Homenot' Juan Genovés / FARRUQUO

Artes

Juan Genovés, ‘tableau vivant’

El pintor valenciano creó un cuadro en movimiento en contra de la tabla rasa de la España metafísica, un retablo de las gentes de su tiempo, inmersas en la reconciliación

19 mayo, 2020 00:00

Ni modo. El pintor valenciano Juan Genovés evitó ser encasillado pese a su génesis, correlato de las masas. Ahora se adentra en su último viaje con dos amagos: esquivando la sombra del realismo social y esgrimiendo la libertad que hizo posible su Abrazo, obra de referencia. Luchó “abrazo partido”, escribe con ingenio García Montero, director del Instituto Cervantes, convencido de que, aún en tiempo de tristezas como el actual, toda despedida es única. El mismo pintor fue deudor de esa intimidad; solía decir que en su famoso cuadro, donado al Congreso en 2016, en el que todos abrazan al futuro, él buscó siempre una nueva mirada, “algo diferente para contar”. Jugaba dos cartas: la del arte como un reflejo del mundo dotado de particularidades inherentes al artista y la de la política, estupefacto ante unos políticos incapaces de levantar la cabeza para ver otros ámbitos. Para Genovés, la colectividad, o si se prefiere, el sentido de pueblo, fue un derecho; él nunca aceptó la endogamia pegadiza y vocinglera de nuestros representantes electos. 

Nació en 1930, seis años antes de aquel 14 de abril del Frente Popular, que proclamó la II República desde los balcones de los ayuntamientos españoles; pasó su infancia en el cuarto piso del barrio valenciano de Mestalla, frente al césped del estadio de futbol. Su padre le inhaló el hooliganismo local de la huerta, y su sueño cotidiano dejó de lado la utopía para abrazar causas más venales, cómo la satisfacción de ganarle una Copa del Generalísimo al Real Madrid y pasear el trofeo por la ciudad del Turia, desde la Malvarrosa hasta la plaza fallera de la Nit del Foc, entonces llamada del Caudillo. Sus amigos de siempre todavía le recuerdan con un carboncillo en la mano embadurnando láminas o dibujando héroes del cómic en la tienda de sus padres, una carbonería montada después de la Guerra aprovechando el tirón de la economía del frío. 

El siguiente paso lo dio en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos y cuando acabó sus estudios abrazó las vanguardias; pronto irrumpió en el arte contemporáneo a culatazos y manifestaciones. Nunca dejó de pintar la lucha social de los de abajo; abrazó el marxismo, una ideología abrasadora que lo encorseta todo; todo menos a Genovés, ferviente bolchevique de las estrellas; inasible, incapaz de admitir el campo adocenado que “renuncia al lirismo en nombre de la consigna”, remarca García Montero, dispuesto a limpiar cualquier sombra de duda sobre la libertad de su camarada, ante el tribunal de la Historia.

El abrazo, Juan Genovés : MUSEO REINA SOFÍA

El abrazo (1976), la mítica obra de Juan Genovés / MUSEO REINA SOFÍA

El abrazo, que sirvió de símbolo en una época de profundos cambios sociales, pertenece hoy a la colección del Museo Reina Sofía. Surgió para un cartel de Amnistía Internacional y enseguida se convirtió en reflejo icónico del clima de reconciliación que alumbró la Transición. Genovés se va dejando huellas sobre la piel de la ciudad; una escultura, basada en su célebre obra , se puede ver hoy en la plaza de Antón Martín de Madrid, como homenaje a los abogados laboralistas asesinados en Atocha. 

Fue un resistencialista y formó parte de la Junta Democrática en los últimos días del antiguo régimen; estuvo unos días en prisión y a su salida se enteró de que su galerista había vendido sus cuadros a un coleccionista extranjero. Genovés recurrió al Gobierno de Suárez para recuperar las piezas. En 1994 integró la ejecutiva del comité español del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), junto a José María Mendiluce y conoció de cerca el drama de los Balcanes. A lo largo de su vida, su consideración como gran naturalista del siglo XX colocó su obra en el MoMA y el Museo Guggenheim de Nueva York. 

Estos días ha salido al encuentro del pintor la memoria de Manuel Vicent, el escritor de Denia, la costa limpia de Son de mar, letra de bellísima factura, que huele a paella de rape, con bragas y sujetadores en el colgadero, pasada al cine por Bigas Luna y con Rafael Azcona de guionista (lujazo). Vicent se entrega siempre; memoria prístina, habla de las tardes de domingo en el Madrid de los sesenta, cuando él y su amigo, Genovés, buscaban una mesa en cualquier fondo de restaurante para reunir a la peña de hinchas valencianistas, Tirant lo Blanc, dispuestos a rescatar del “aroma de los cromos” a futbolistas míticos, como Bertolí, Iturraspe, Lelé, Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza. Genovés y Vicent optaron por Waldo, aquel inconmensurable delantero centro, ídolo de Mestalla. Y contra lo que muchos puedan creer, los dos amigos no hablaban nunca de marxismo ni cosas por el estilo. Eso, la ideología, o la rabia contra la cruzada del  millón de muertos, lo llevaban pegado en la testuz; simplemente.

Juan Genovés

El pintor Juan Genovés

Genovés falleció el último viernes, meses después de celebrar su última muestra, titulada La unidad dividida por cero. Fue  una exposición conjunta con sus tres hijos, Pablo, Silvia y Ana, que él presentó radiante de felicidad en el Centro Niemeyer de Avilés (Asturias). Un bellísimo homenaje, el adiós precoz o premonitorio (tenía casi 90 años), con medio centenar de obras que van de la escultura a la fotografía pasando por el videoarte, fusionados con su pintura, en la cuna arquitectónica del arquitecto brasileño. 

La pintura de Genovés es una crónica, sin malbaratar por una vez el concepto tan socorrido por los críticos. El pintor repitió y repitió un cuadro en movimiento, como un mantra contra la tabla rasa de la España metafísica; un tableau vivant de las gentes de su tiempo, inmersas en la reconciliación, que podría haber sido representado, como un gran retablo. Antes de plasmarse en el lienzo, los cuadros de Genovés eran una performance creada por la mente del artista, destinada a ser narrada sobre el lienzo. Se acercó al método de trabajo de Caravaggio, –salvando las distancias, claro; épocas y de estilos diferentes– cuyo aporte está siendo reconocido en España gracias a La Conversione di un Cavallo, una muestra escénica de la compañía Ludovica Carambelli Teatre, que recupera cómo se compusieron 23 obras del pintor barroco. 

Caravaggio recurrió a actores que hacían de modelos y que componían una escena; finalmente, él la trasladaba al lienzo, como en el caso de su célebre Baco, que ahora se encuentra en los Uffizi de Florencia. En resumen, sus obras se escenificaron  antes de ser pintadas; y puede decirse que esta modelización transcurre en la mente fotográfica que tiene todo pintor. De este modo, las grandes concentraciones anti autoritarias del Genovés de los años setenta acabaron convirtiéndose también en obras vividas por el pintor valenciano, como un gran ensayo de lo que acabaría en la tela. Fue un pintor en movimiento; él refundó en la plástica el regeneracionismo filosófico de Ortega (en su archiconocida Rebelión de las masas) y despertó el interés del mismo Elías Canetti (al final de su vida), autor de Masa y poder

Captura de pantalla 2020 05 18 a las 20.57.52Monumento de la Plaza de Antón Martín de Madrid inspirado en El abrazo de Juan Genovés

Monumento de la Plaza de Antón Martín de Madrid inspirado en

El tableau vivant de Genovés fue la calle, como en el caso de la película El acorazado Potemkin, de Serguéi Eisenstein, cuyos exteriores se repartieron los muelles en blanco y negro de San Petersburgo y los de un estudio de cartón piedra. Pese a su entrega a la causa, no creo que las obras de Genovés hubiesen superado la limpieza de Stalin en el 20 Congreso del PCUS; de lo que sí estoy seguro es de que un escritor naturalista, como Maxim Gorki (murió en el exilio), y un poeta futurista, como Maiakovski,  lo hubiesen celebrado.   

García Montero confiesa que conoció al pintor valenciano en Praga, en 1983, en un congreso internacional sobre la Cultura de la Paz (como suena). Faltaban todavía seis años para la caída del muro, que devolvió la luz danubiana a la bella Praga. Al congreso, en el que participó el Partido Comunista de España, le invitaron Alberti  y Marcos Ana, y allí tuvo la oportunidad de conocer también a Juan Antonio Bardem y a Armando López Salinas. Una trinchera selecta aunque algo socorrida, 15 años después del Mayo de París en el que los jóvenes rebeldes sepultaron el comunismo prosoviético, en un boulevard de la Rive Gauche, echándole en cara su conformismo al mismísimo José Aragón, gloria de las letras de Francia, e intelectual orgánico de George Marchais, el eurocomunista forzado. 

En el capítulo de congresos, Vicent, por su parte, cuenta brevemente otro viaje de Genovés. En este caso a Moscú, en otra murga por la Paz. Describe el momento en que el pintor se salió de la cola de los congresistas, que iban entrando en el Kremlin; a su lado, de repente, tronó la voz de Manuel Azcárate (diplomático y número dos de Carrillo en el PCE): “No seas loco, te van a disparar”. Pero el pintor acabó departiendo amigablemente con los guardias rojos. Genovés puso por delante a la Humanidad; ahora vuela y descubre mundos en la ingravidez de la otra cara. Se fue igual que vivió: confiado.