El financiero Juan Abelló atesora una importante colección de arte / EFE

El financiero Juan Abelló atesora una importante colección de arte / EFE

Artes

La gran colección de Juan Abelló: todo empezó en los Jardines de Aranjuez

Abelló, el financiero y hombre de negocios, ha mantenido su vocación de coleccionista con una línea clara: el arte español de los primeros años del siglo pasado

22 marzo, 2020 00:00

Cuando terminaban los ochentas, dos socios y amigos, Mario Conde y Juan Abelló, vendieron su empresa de laboratorios, Antibióticos, y entraron como el rayo en el accionariado del antiguo Banesto. Mario Conde abrió en canal la entraña del banco de los marqueses y su ascenso dejó en la cuneta el mundo financiero arcaico y consentido por la autoridad monetaria. Poco después, una OPA hostil del Banco Bilbao Vizcaya mostró la fragilidad mercantil de Banesto y facilitó el ascenso a la presidencia de Mario Conde. Antes del hundimiento del meteoro Conde, Juan Abelló, en 1989, vendió su posición accionarial en la entidad, abandonó el consejo de administración y rompió la relación con su antiguo socio.

En el cambio de tercio, el industrial relevó al financiero y el puro hombre de negocios dio paso al chaiman de un enjambre corporativo, la sociedad holding Torreal, diversificado en sectores como el químico, los seguros, las participaciones accionariales en compañías de servicios y un amplio abanico de inversiones en el extranjero. A partir de entonces, Juan Abelló, incrementó su vocación de coleccionista y consolidó la línea esencial de sus capturas: el arte español de los primeros años del siglo pasado. Sus primeras adquisiciones, Jardines de Aranjuez de Rusiñol y un óleo del muralista mexicano Darío de Regoyos, Las peñas de Urquiola, hablan por sí solas.

Han transcurrido tres décadas, un tiempo en el que Juan Abelló ha levantando una auténtica pinacoteca privada que cuenta hoy con 500 obras. Su colección se encuentra entre las más importantes de España, junto a las de Plácido Arango, Alicia Koplowitz y la familia Várez-Fisa, según la clasificación de la prestigiosa revista Artnews.

El financiero Juan Abelló en una imagen de archivo junto a una de las obras de arte de su colección particular / EFE

El financiero Juan Abelló en una imagen de archivo junto a una de las obras de arte de su colección particular / EFE

Clasicismo con vocación de presente

Antes de la crisis financiera 2008-2010, Abelló se hizo con un Munch, Johan Martin y Sten Stenersen, pintado al oleo sobre cera, un rara avis en los muestrarios españoles privados esparcidos por viviendas y despachos alineados en la Castellana de Madrid entre piedras, vitrinas y altos edificios de acero y cristal. Empezaba el segundo gran slalom de Juan Abelló y su esposa Ana Gamazo, que equipaban su fondo en las salas de subastas de Londres y Nueva York. Pero la incertidumbre en un mercado en el que la formación de precios no es transparente ha ido tamizando sus tesoros aparentemente escondidos y solo mostrados en exposiciones museísticas. En estos últimos años, los Abelló-Gamazo han ido presentando algunas de sus mejores piezas en el CentroCibeles de Madrid, en la Thyssen y especialmente en el Museo del Prado.

Abelló compra sin intermediarios en galerías y subastas y hasta ahora ha sido renuente a exponer sus piezas de artistas cercanos muy valorados, como Antonio López y Miquel Barceló. En las escenificaciones de sus colección se ha visto a menudo la mezcla entre el barroco y la postmodernidad estética. Se podría hablar de un clasicismo con vocación de presente, con este ejemplo ilustrativo: un Greco como La estigmatización de San Francisco, frente a un imponente tríptico de 1983 de Francis Bacon, ambos bajo el techo de una misma sala.

Los Abelló-Gamazo se sienten en su salsa a la hora de contextualizar el arte contemporáneo español en las corrientes que lo han atravesado desde otros países. En algunas de sus muestras parciales, la colección ha dado un estatus superior a un grande, como Kandinsky,  mezclándolo con Tàpies, Rivera, Millares o Palazuelo. También ha sabido jugar a los duetos de artistas sin fronteras, como lo hizo mostrando en una misma sala a Miró frente a una pieza especial de Mark Rothko. Y lo más inesperado de estas perfomances de cuello alto es que los cuadros colgados en la Thyssen y El Prado estaban tal como los Abelló-Gamazo los tienen en su propio domicilio.

En La Seda de Barcelona

El coleccionismo imprime al arte un valor especial relacionado con el símbolo y la emoción, dos cosas que no tienen nada que ver con el dinero. Esta forma de presentar la obra, de hacerla casera, a la vista de todos se ha mantenido en piezas de los artistas más relevantes de la colección: los Lucas Cranach, José de Ribera, Zurbarán, Alonso Cano, Murillo, Canaletto, Francesco Guardi, Goya, Santiago Rusiñol, Sorolla, Mariano Fortuny, Juan Gris, Braque, PicassoDalí, Van Gogh, Edgar Degas, Modigliani, Gustav Klimt, Schiele o  Matisse.

Juan Abelló tuvo intereses empresariales en Cataluña en su primera etapa, cuando heredó la participación de su familia en la empresa Abelló Oxigeno Linde. Mantuvo participaciones accionariales en bancos de familia (la Garí o la Jover), posiciones medianas en empresas ganadoras como Técnicas Reunidas y en bancos industriales, como el Atlántico en su primera etapa, bajo la presidencia de Casimiro Molins. Su última aventura catalana estuvo marcada por la atmosfera química que vio nacer a su grupo familiar. Entró en el capital de La Seda de Barcelona, a través de Torreal, como accionista de referencia de la filial de polímeros, en el momento del reestreno en Bolsa de la empresa químico-textil.

Había puesto un punto y aparte en su actividad empresarial para proyectar sus dos pasiones: la caza y el arte, deportes principescos. Son celebres sus fincas en Toledo convertidas en los mejores cotos de España y conocidas con el sobrenombre de la Marbella de invierno por la cantidad de nombres conocidos que la frecuentan, como los Botín, Villar Mir o Álvarez de Toledo, entre otros.

Estancias en Barcelona

Las temporadas de caza son también puntos de encuentro para políticos de escopeta como José María Aznar o el rey emérito Juan Carlos I, en tiempos menos oscuros que los actuales. Fue allí, en una finca de Abelló, donde las escuchas del ex comisario Villarejo pillaron la voz del ex monarca hablando de Sacyr y el BBVA, quintaesencia de la llamada Operación Trampa, que salpicó a la Monarquía.

El Juan Abelló de los ulteriores capítulos empresariales había dejado de ser el emprendedor nato de otro tiempo. Sus estancias en Barcelona han coincidido más bien con visitas a la Sala Parés, catas en el Museo Miró sobre la ladera oeste de Montjuïc o tardes de búsqueda ante las Meninas del Museo Picasso, sobre la piedra quieta de la Calle Montcada, reliquia de la ciudad amurallada.

Abelló posee la afición patológica de algunos coleccionistas por su inclinación a la “suspensión vertiginosa”; acaricia el arte con los párpados, no con los dedos; podría decirse que su deleite del color y la forma exige la privacidad del que atesora belleza, sin otro fin que el placer estético.