Vicente Aranda, el fotógrafo de la Almería de Goytisolo
El cineasta acompañó en dos ocasiones al escritor a Andalucía durante la redacción de 'Campos de Níjar' para realizar un trabajo fotográfico que ahora ve la luz en una exposición
2 septiembre, 2018 23:55Era Almería, provincia adentro, y Níjar parecía un lugar que se perdía o se descubría después de una curva. A las cumbres de la sierra Alhamilla le medían su estatura las casas. Todas modestas, dispersas y encaladas, algunas con suavidad de higueras en las proximidades. Juan Goytisolo (Barcelona, 1931-Marrakech, 2017) se aventuró por estos caminos en los años cincuenta con un morral de ciudad y pies de plomo para cubrir sendas y veredas, trazando el mapa de estas tierras a lo que fuera saliendo. Y lo que salió es un libro, Campos de Níjar, que pretendía descifrar la revelación sencilla de estos campos, el biselado de unos años de gente ajada, de luto y arrope, de burro y fonda.
Goytisolo se internó en una tierra entonces incógnita, a la que hizo sitio en el mapa con una prosa limpia y precisa donde en verdad no sólo cabía Almería, sino aquella media España con pantalón de arpillera. Fueron varias internadas bajo el sol, divagando por los caminos, mirando lo pequeño, la miniatura de la vida para llegar a una verdad subjetiva e izarla en literatura, con su mentira, con su verdad, con esa voluntad de permanencia al pasar a letra lo que se ha visto primero. En dos de esos viajes le acompañó el realizador Vicente Aranda (Barcelona, 1926-Madrid, 2015), quien se ocupó de fotografiar paisajes y gentes con la Kodak que acababa de traer de Venezuela.
Dos niños juegan en una playa, en una de las instantáneas que pueden verse en Centro Andaluz de la Fotografía / VICENTE ARANDA
De esas instantáneas se conocían sólo diez. Apenas las que habían ilustrado las primeras ediciones de un libro revolucionario que aspiraba a reescribir el espacio y a contradecir la configuración política a través de “un reportaje social y realista contra la imagen oficial del régimen”, en palabras de Jorge Carrión. Su fortuna entre la crítica de su tiempo fue, sin embargo, escasa: se consideró un testimonio de poco valor literario o la rúbrica final del realismo social. Pocos supieron ver que allí estaba ya el lenguaje como una exploración. Como un vigoroso aparejo que alcanza pleno interés cuando se fuerzan sus límites, pues ahí es capaz de ofrecer un espacio de tensión.
Esa decena de imágenes está dominada por una objetividad visual que venía a subrayar la distancia del narrador respecto a la realidad almeriense: encuadres lejanos, personajes de espaldas, ausencia de cualquier referencia al viajero. Nada que ver con el tono del resto de trabajo de Aranda, rescatado ahora en parte en una exposición –en el Centro Andaluz de la Fotografía, en Almería, hasta el 14 de octubre- y en una nueva edición de Campos de Níjar. “Es la cara B de aquellos viajes por el sureste español del joven novelista que está cambiando de piel. Como complemento visual al relato son un verdadero hallazgo”, señala Miguel Gallego Roca, quien ha estado al cuidado del libro.
En principio, se trata de un variado material documental –casi trescientas imágenes, entre copias de papel de época y hojas de negativos, cedidas por el actual ministro de Cultura, José Guirao- sin más pretensión que la de poder servir de apoyo al libro de viajes en el que trabajaba Juan Goytisolo, aunque, en ocasiones, la belleza y el contraste lo salpique todo, con ese polvo finísimo de la luz: los primeros planos, la presencia del narrador, las sonrisas, el erotismo… “Del objetivismo de aquellas diez primeras fotografías de Vicente Aranda pasamos, con esta colección, al subjetivismo de una mirada más personal y cercana”, señala el editor de esta revisión de Campos de Níjar.
Esta aventura en común de Goytisolo y Aranda nació en una mesa de un café de París. Allí los presentó el escritor barcelonés Antonio Rabinad. Tiempo después, el realizador, que vio frustrado su deseo de acceder a los estudios cinematográficos en Madrid, optó por seguir en la capital catalana, donde se pondría al frente de la Escuela de Barcelona, un brote de vanguardia en una época de oscurantismo político, corrección política y dominante folclore estético. “Cercano a este grupo de cineastas inquietos estaban otras personas del arte y la cultura y, entre ellas, los hermanos Goytisolo”, explica en su estudio el director del Centro Andaluz de la Fotografía, Rafael Doctor.
Juan Goytisolo, con Simone de Beauvoir y Nelson Algren, en la Alcazaba de Almería / VICENTE ARANDA
De esa amistad surgió la posibilidad de que el cineasta acompañase al escritor en sus visitas a Almería, ya en vísperas de la salida de Campos de Níjar. Hubo así dos viajes: uno en 1960 y otro, con Simone de Beauvoir y Nelson Algren, al año siguiente. Lo que salió de ahí es, además, el testimonio más sólido de los trabajos fotográficos de Vicente Aranda, a lo que se dedicó ocasionalmente. “Sólo se sabe que su padre fue fotógrafo y que, en su afán por aprender y dominar el lenguaje cinematográfico, se vio en la obligación de estudiar y comprender el arte fotográfico, tan cercano y necesario”, señala Doctor, quien también destaca el valor documental de la colección de imágenes.
Porque asomarse a este álbum es, en ese sentido, descubrir que cuando pasó Goytisolo por Almería, con su altivo vaivén de gigante, era una zona alejada de épicas, levantada con un esfuerzo de gentes en su siglo. El autor de Coto vedado encontró en la pelambrera de sus montes y las cicatrices limpias de sus caminos algo del misterio que tutelaba ese territorio inhóspito y sus contradicciones. “Níjar se incrusta en los estribos de la sierra y sus casas parecen retener la luz del sol. Por la carretera pasan feriantes montados en sus borricos”, anotó el escritor. También se dio de bruces con una ingenuidad y una dignidad mezcladas, una resignación de centenares de millas.
En esta línea, Gallego Roca concluye en su prólogo a la nueva edición de Campos de Níjar cómo el libro despertó en Juan Goytisolo una “mala conciencia burguesa y colonial, incluso mala conciencia catalana”, tal como él mismo llegaría a confesar en uno de los textos de El furgón de cola (1967): “Durante la Segunda República, mientras la burguesía industrial defendía un reformismo democrático en Cataluña y las provincias del Norte, mantuvo al campesinado de Andalucía, Murcia, Extremadura y Castilla bajo un régimen socialmente opresor (…). Sin comprender la realidad del Sur, los catalanes no resolverán jamás los problemas planteados en su propia casa”, remató.