Al infierno con Nae Ionescu
Ionescu, poco conocido en España, no fue tanto escritor como formador y deformador de grandes escritores
8 septiembre, 2024 11:51Noticias relacionadas
Para acabar –de momento— con esta serie de pedagógicas columnas, cuyo objetivo no es ensuciar reputaciones, sino demostrar, de una manera si se quiere torcida, que el espíritu sopla donde quiere, que el artista vale más que la persona, y que Dios escribe recto sobre renglones torcidos… esta serie de artículos sobre grandes escritores que no eran grandes personas sino más bien todo lo contrario, tengo mucho donde elegir. Una larga lista de indeseables que escribían muy bien. Si no me inscribo a mí mismo en ella es por pudor, porque no estaría bien que dijese que merezco por mi estilo figurar en ese panteón de villanos.
Pero me decanto por el filósofo Nae Ionescu (1890-1940), entre otros motivos porque no fue tanto escritor como formador y deformador de grandes escritores, y también porque en España nadie lo conoce. No lo conocen, en realidad, ni en su casa. Y sin embargo, como digo, fue un intelectual influyente, que con sus maravillosas lecciones, clases magistrales de oratoria, en la universidad del Bucarest de entreguerras, que era un hervidero intelectual, contribuyó decisivamente a descarriar a la extraordinaria “generación del 27” rumana, en la que figuraban, entre otras luminarias, Mircea Eliade, Emil Cioran, Eugene Ionesco, Mircea Vulcănescu y otros que, con ellos, conformaron la época de oro del pensamiento, las humanidades y la literatura rumana. No ha habido una generación semejante. Época efímera, porque después de la segunda guerra mundial todos tuvieron que exiliarse, se vieron reducidos al ostracismo o murieron.
Tan mala impresión dejó el magisterio de Ionescu –nada que ver con el genial dramaturgo Ionesco, el autor de las rupturistas “El hipopótamo” (donde “aparece” Ionescu como el personaje de Lógico) y de “La cantante calva”, que acabaría como miembro de la Academia Francesa--, tan perversa fue su influencia, que figura en un fresco de la catedral patriarcal de Bucarest, rodeado de sus discípulos, como representación del mismísimo Satanás.
Veamos el contexto: tras la primera guerra mundial Rumanía era un país enormemente dilatado, incorporando, con las dificultades imaginables, minorías rumanas, germanas y rusas de la Besarabia, la Bucovina y la Transilvania, los despojos del imperio austrohúngaro y ruso obtenidos como reparación de guerra al territorio nacional. Su clase intelectual se sentía amenazada por la pujanza alemana y por las ambiciones expansivas de la URSS de Stalin, inseguridad multiplicada por la misma diversidad de las nuevas poblaciones que integraba y por los efectos disolventes de la Gran Depresión.
Así, fruto del miedo y del orgullo del nuevo rico, floreció un potente movimiento patriótico y nacionalista que encontró su más extrema expresión en un movimiento de corte fascista, ruralista, espiritualista, antisemita y violento, llamado Garda de Fier, (La Guardia de hierro) o “La legión de San Miguel arcángel”, dirigida por Corneliu Codreanu, “el Capitán”, que vestidos con sus camisas verdes lo mismo iban por los pueblos para hacer obras públicas gratuitamente como organizaban un pogromo o asesinaban a cualquier político que les parecía indeseable.
A raíz del asesinato de un pariente del primer ministro del Gobierno Armand Calinescu por miembros de la Guardia de Hierro en 1938, el rey Carol desencadenó una represalia contundente sobre la organización fascista. Codreanu fue sórdidamente estrangulado en una camioneta en marcha y al cabo de unas horas 250 de sus cuadros dirigentes habían sido estrangulados o fusilados. Los cadáveres de los asesinos del primer ministro se exhibieron en la calle bajo un cartel que rezaba: “De ahora en adelante éste será el destino de los traidores a la patria”.
Pero antes de que esto sucediese Ionescu, alumno aventajado de Husserl, que había empezado su carrera intelectual como adversario de la Guardia de Hierro, al albur de los enredados acontecimientos políticos de la época pasó a ser su mejor propagandista y su portavoz en la Universidad.
De imponente presencia, carismático profesor de lógica formal y de filosofía, fundador del “existencialismo rumano”, llamado trăirism (experiencia, lo vivido), editor del muy influyente diario Cuvântul (La Palabra), publicación nacionalista-ortodoxa que se publicó desde 1929 a 1933, en la que publicó muchos artículos sobre teología, economía, política, tanto suyos como de sus discípulos, Ionescu tenía una prédica absorbente entre la juventud intelectual. Sus grandes conocimientos en los campos de la religión comparada, la filosofía y la mística, y luego por la idealización de una Rumanía pujante, unida en torno a los valores endógenos salidos de las tradiciones campesinas, del misticismo, del trabajo y la familia, era de una eficacia fenomenal. Su retórica inflamada era avasalladora, seductora. A sus lecciones, con las aulas siempre abarrotadas, acudía como alumnos o como oyentes externos lo más granado de la juventud inquieta rumana. Allí destilaba sus tesis crecientemente violentas y antisemitas con gran éxito.
Eliade era su alumno predilecto, y Mihail Sebastian (1907-1945) un devoto oyente. Como anécdota significativa recordemos que en 1934 éste publicó Desde hace dos mil años, novela en forma de dietario donde alterna las entradas descriptivas de los pogromos que sufrían los judíos como él con las reflexiones sobre su triple condición de intelectual, de judío y de ciudadano “danubiano” o rumano, y vindica esa herencia incómoda, compleja e irrenunciable. El libro es también el relato de su fascinación por Nae Ionescu, encarnado en la novela en el personaje de Ghita Blidaru.
El joven Sebastian asistía deslumbrado, intrigado e inquieto a la deriva de su mentor hacia el fascismo. Cuando Sebastian decidió escribir este libro en el que repiensa su vivencia de la condición judía, el sufrimiento y peregrinaje “desde hace dos mil años”, le pidió a su venerado Ionescu un prólogo. El profesor le escribió una prefata que rezumaba antisemitismo y repulsión hacia el autor mismo:
“Iosef Hechter”", le interpela en ese prólogo, llamándole por su verdadero nombre judío en vez de por su alias literario, “el mesías ya vino y tú no lo conociste (...) porque la soberbia te puso escamas en los ojos... Iosef Hechter, ¿no sientes cómo se apoderan de ti el frío y las tinieblas?”.
Ese prefacio a Sebastian le heló el corazón, por supuesto, pero llevado de un impulso raro, a medio camino entre la sumisión, el masoquismo y una idea más alta y más sutil del desdén, lo aceptó. Y el libro (hay edición española, con prólogo de Norman Manea), se publicó entonces con el alegato racista de Ionescu como prefacio. Se levantó un escándalo literario fenomenal. A los intelectuales judíos les irritaba la comprensión casi compasiva que el autor parecía manifestar hacia los matones de la sangre pura, y a los antisemitas los argumentos del insolente hebreo les parecieron provocaciones de un sujeto que sólo merecía desaparecer.
Ionescu conspiró activamente en pro de un golpe de Estado. Visitó la Alemania nazi, se jactó de haber conocido a Hitler. Sobrevivió a la purga de la guardia de hierro, pero pasó por la cárcel y luego fue condenado a confinamiento domiciliario. Murió de muerte natural, aunque corrieron rumores de que había sido envenenado.
Un año después, la excitación intelectual y la atmósfera política que había generado en torno a sí parecía algo remoto y un poco absurdo. Sebastian relata en su formidable Diario una conversación con otros intelectuales sobre el difunto mentor: ellos opinan que “no era más que un poste de taberna, un embaucador, un farsante y un cacique”. Él, por su parte, había llegado a la conclusión, sólo a medias humorística, de que “Nae Ionescu era el demonio”.
Después llegó la guerra, el comunismo y para sus antiguos alumnos, el exilio. Mircea Eliade en sus diarios critica el magisterio de Ionescu y alude a su proximidad juvenil con la Guarda de Hierro como una “felix culpa”, porque le obligó a exiliarse y vivir y trabajar en Boston, alejado para siempre de cualquier veleidad política. Algo parecido pasó con Cioran y con Ionesco. Vengo pensando que a menudo un temprano y terrible desengaño político es una magnífica escuela para los escritores. Les infunde lucidez, les impele al silencio sobre las cosas en las que no son doctos y les invita a la concentración.