El irritante Alan Moore
A pesar de sus miles de fans el guionista Allan Moore puede ser muy criticable, por otorgarse una fama de intelectual de la historieta más falsa que un billete de tres euros
19 junio, 2023 09:27Hablar mal del guionista británico Alan Moore (Northampton, 1953) no es la mejor manera de hacer amigos en el mundo del comic, donde acumula admiradores a granel que lo consideran un genio y un renovador absoluto y visionario del género. Así pues, ¿cómo decir que no lo soporto sin echarme encima a una legión de haters que me acusarán de no haber entendido nada de su magna obra? No va a ser fácil, pero prometo intentarlo. A tal fin, empezaré destacando la (escasa) parte de sus comics que me parece interesante y, sobre todo, el que me parece su logro principal: haber incorporado a un estrellato reservado habitualmente a los dibujantes a ciertos guionistas, como él mismo y su compatriota Neil Gaiman (del que no voy a decir ni mu para no incrementar la fabricación de haters, aunque, en mi opinión, cojea del mismo pie que su compadre: exceso de ambición conceptual, elevadas pretensiones que rozan el ridículo y el deseo inconfesado de dignificar un género narrativo que no tiene la menor necesidad de que lo dignifiquen, sobre todo de manera tan tramposa y bombástica).
Tuve suerte con lo primero que leí de Moore, que fueron la aventura de Batman Killing joke (1988), dibujada por Brian Bolland, y V for Vendetta (1982), con dibujos de David Lloyd. En la línea de la revisión siniestra de Batman a cargo de Frank Miller, Killing joke me pareció una ingeniosa vuelta de tuerca al personaje del Joker que tenía su punto. Igualmente, V for Vendetta, con su héroe inspirado en Guy Fawkes y su militancia anti Thatcher aplicada a una Inglaterra distópica y fascista, se me antojó interesante, amena y casi trepidante (aparte de socialmente oportuna). Reconozco que nada sé de todo lo que hizo Moore con anterioridad para la revista británica 2000AD (entre otros motivos, porque nunca me ha parecido que el Reino Unido sea un país al que Dios haya llamado por el camino del comic, a diferencia de Estados Unidos, Francia o España). Pero, animado por la lectura de Killing joke y V for Vendetta, me lancé con la mejor de mis intenciones ante otras obras suyas, y ahí fue cuando empecé a cogerle una manía tremenda por culpa de unas historias muy ambiciosas y que congregaban a miles de fans y que a mí se me antojaban el tocomocho propio de alguien que ha leído cuatro libros más que su seguidor medio y no pierde la oportunidad de recurrir a su (supuesta) alta cultura para auto otorgarse una fama de intelectual de la historieta más falsa que un billete de tres euros.
Animado por algunos amigos, me tragué Watchmen, presunta renovación total y vanguardista del universo de los súper héroes que me dejó frío y aburrido. Me pareció que el señor Moore se pasaba de listo con sus justicieros enmascarados y aquella especie de sabio místico en pelotas que atendía por Doctor Manhattan. A fin de cuentas, los súper héroes dan de sí lo que dan de sí, y abordarlos de forma excesivamente pomposa suele conducir a los límites del ridículo (véase la trilogía sobre Batman de Christopher Nolan, nada que ver con la mirada irónica de Tim Burton sobre el personaje de Bob Kane). Así se lo hice saber a los amigos que me habían recomendado Watchmen, quienes no dejaron de dirigirme la palabra de milagro.
Mis peores presagios se confirmaron cuando intenté leer (ni pude acabarlo, me sentí expulsado por su estupidez manifiesta) The league of extraordinary gentlemen (1999, dibujos de Kevin O´Neill), cuya idea (de bombero) consistía en reciclar como súper héroes victorianos a personajes como Allan Quatermain, Jekyll y Hyde o Mina, la esposa de Jonathan Harker, el sufrido bibliotecario del conde Drácula). Inasequible al desaliento, me zambullí en From hell (1989, dibujos de Eddie Campbell, artista francamente mediocre), sobre los crímenes de Whitechapel a cargo de Jack el Destripador, y me encontré con un plagio totalmente desacomplejado y por la cara del guion que escribió John Hopkins para la película de Bob Clark Murder by decree (1979), protagonizada por Christopher Plummer y James Mason en los papeles respectivos de Sherlock Holmes y el doctor Watson. Tras esa experiencia horripilante, me despedí del señor Moore, pero no de forma definitiva, pues tuve la humorada de tragarme las adaptaciones cinematográficas de The league of extraordinary gentlemen, Watchmen, V for Vendetta y From hell (la tercera y la cuarta me parecieron correctas; las dos anteriores, sendos espantos de una fidelidad extrema al original, eso sí, aunque Moore se pasara la vida diciendo que le traicionaban de manera indignante cada vez que lo adaptaban al cine).
Desde entonces, me he mantenido a una prudente distancia de Alan Moore mientras éste acababa de construir su personaje a medio camino entre druida y enanito del bosque muy crecidito, se dedicaba a la magia (concretamente, a un invento propio denominado Magia del Caos), se dejaba una luenga barba como de hippy satanista, seguía ciscándose en las películas que le llenaban los bolsillos de dinero y demostraba con cada gesto y cada quiebro conceptual que se consideraba un incomprendido rodeado de idiotas por todas partes.
A todo esto, a mí me parecía que los idiotas eran él y los lectores que le reían todas las gracias. De hecho, considero su obra un inmenso y ambicioso tocomocho que le ha salido incomprensiblemente bien. Que nadie se me enfade, si tal cosa es posible: los fans de Moore tienen todo el derecho de considerarlo un genio; y yo, de que me parezca un mamarracho (recuerdo con lágrimas de risa la parodia de Muchachada Nui) que podría haber sido un espléndido guionista si no se hubiera venido tan arriba, hasta acabar convertido en un megalómano de tendencias místicas e ideología teóricamente anarquista al que me confieso incapaz de tomarme en serio. Me quito el sombrero que no tengo, eso sí, ante su triunfo. Y, sobre todo, ante su hazaña de haber convertido en estrella a la maltratada figura del guionista de tebeos. El hecho de que mi guionista favorito de todos los tiempos sea el francés René Goscinny solo servirá para que los fans de Moore me consideren aún más rancio de lo que ya soy, pero no puedo dejar de consignarlo en este texto, aunque no tenga nada que ver con el sujeto al que va dedicado.
Llegado hasta aquí, prometo no decir nada más sobre los súper héroes en lo que queda de libro (salvo en las parodias del género, que alguna saldrá).