Anarcoma reina en Barcelona
Nazario organiza la primera exposición monográfica dedicada a la detective transexual que llenó páginas en la revista 'El Víbora', personaje que se convirtió en un símbolo de la contracultura española
31 mayo, 2023 17:16Entonces en Barcelona cogía velocidad el underground, que se dejaba hacer por la trasera sucia de la ciudad en horario de madrugada, principalmente. Aquella Transición suburbial la vivió el dibujante Nazario (Castilleja del Campo, Sevilla, 1944) con un papel y un lápiz y el deseo siempre en la punta de los ojos, profesando la rabia feliz del insurgente. Ya hace tiempo que anda en la fotografía y en sus cosas, pero para algunos será siempre el cronista de una verdad muy bien falsificada, de cuando en los bares aún había percheros para las boinas y la libertad se despachaba en crudo por la vía del exceso, el disparate y la extravagancia.
Como muestra, ahí está Anarcoma, su personaje más popular, que apareció en tres números de 1977 de la revista erótica Rampa antes de publicarse con regularidad, ya a partir de 1979, en El Víbora. En aquellas páginas, la detective transexual –mitad Humphrey Bogart, mitad Lauren Bacall– y su séquito de chulos, chaperos y maleantes se pasean por una Barcelona barrocamente sórdida, envueltos, por lo general, en argumentos con un delirante toque noir y con claras referencias culturales. Del cine de Georges Franju al Diario del ladrón de Jean Genet. De la Barbarella de Jean-Claude Forest a los machotes de Tom de Finlandia.
Si sus primeras historietas daban cuenta de la variada fauna urbana de la sociedad española de los setenta para aventar sus vicios y sus represiones, las andanzas de esta exuberante investigadora le permitieron a Nazario poner su trazo al servicio de la descripción de la vida subterránea de la comunidad homosexual, adentrándose en sus rituales, sus modos y sus tipos urbanos, pero exhibidos no con ánimo exótico o excepcional, sino como algo real, visible. Ahí, precisamente, radica la transgresión y, en buena medida, la carga política de un personaje que tomó el nombre de la contracción de los términos anarquía y carcoma.
“Quería hacer un retrato de la Barcelona underground. Crear un personaje que se moviera por el ambiente homosexual, de travestis, de bares de transformistas. Ese fue el origen. Primero pensé en un detective homosexual, pero no me cuadraba. Tampoco veía a una mujer moverse por aquellos ambientes. Entonces comprendí que tenía que ser un transexual con total impunidad para entrar en cualquier tugurio y más libertad de movimientos”, explica el dibujante, quien ha abierto por primera vez una exposición monográfica sobre su personaje (en la galería barcelonesa Bombon Projects, hasta el 17 de junio).
Anarcoma, tú y yo reúne una selección de treinta y siete dibujos originales, junto a diverso material gráfico, recortes de prensa y ejemplares de las revistas Rampa y El Víbora. La cita viene a completar la recuperación integral de las historietas de esta detective travesti que llevó a cabo el sello La Cúpula en 2017 en formato de cómic de lujo. “Es un tebeo que se rebosa a sí mismo, un muestrario de lujuria, un dechado de vibrante crueldad y de tabúes por los aires”, señala, a modo de prólogo para aquella edición, Rubén Lardín, quien también lo califica allí de “diferente, delirante y raro (como adjetivo de virtud)”.
Si se revisan las viñetas de Anarcoma, se puede descubrir a Nazario asomándose como el voyeur de un mundo desatado al que dio forma sin desatarse del todo. No lo explica, ni lo pretende. Tan sólo deja su versión de algo tan loco como andar por el alambre. Los travestis, los artistas jóvenes, los chaperos, jóvenes también, los torcidos, los fuera de la ley, los que iban de acá para allá con la cabeza llena de vientos. “Aquel travelo con gabardina era un inadaptado, como todos nosotros entonces. Por esa razón, era uno de los nuestros. Es un tumor anárquico y de libertad que le salió a la cultura”, ha apuntado el escritor Javier Pérez Andújar.
Anarcoma es, posiblemente, la creación más completa del Nazario viñetista. Y, de seguro, la que más dinero le ha dado, pues las historietas de la detective circularon, a través de las librerías alternativas, por Francia, Italia, Suecia y Holanda e, incluso, entró en Estados Unidos, aunque aquí su venta quedó limitada a los sex-shops por considerarse pornografía, teniendo que venderse con un envoltorio para alertar de su contenido. Incluso, en la inauguración de la antológica que le dedicó en Sevilla el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), el dibujante anunció que le habían comprado los derechos para hacer una serie de televisión.
En paralelo, contiene muchas de las claves de los cómics de Nazario. A saber: la fascinación por el placer y el sexo, el estilo barroco y minucioso, la disolución de fronteras entre alta y baja cultura y, por supuesto, la fina observación de la realidad. “Anarcoma nos habla de nosotros mismos y de nuestras historias cotidianas, pero lo hace con demasiada crueldad para que debamos aceptar que nos retrata, con demasiada ironía para que debamos angustiarnos, con demasiada obscenidad para sacar conclusiones ejemplares”, señalaba Ludolfo Paramio en el primer volumen que recopiló las aventuras de la singular heroína (La Cúpula, 1983).
Resulta llamativo, en este punto, cómo todas las aproximaciones teóricas en torno a la producción de Nazario han insistido, de algún modo u otro, en el valor documental de sus dibujos. “Su obra era una especie de retablo donde narraba la historia cotidiana de una generación de españoles y retrataba aquel ambiente opresivo. Sus historietas condesaban tanta información de la realidad española de los años setenta que se las puede comparar con las novelas de Balzac y sus minuciosas descripciones literarias de la sociedad francesa del siglo XIX”, ha señalado, al respecto, Pablo Dopico.
Sobre el mismo asunto, Jordi Costa Vila ha indagado en los intereses creativos del artista y en la mecánica de sus historias: “Nazario ha sido, desde el principio, un documentalista” y, como tal, “además de ese afán por capturar, hasta en su más nimio detalle, indumentarias, gestos y fetiches, concederá asimismo una importancia fundamental al registro del habla, de diferentes texturas de conversación que irán desde el chismorreo hasta las inercias verbales de unas vidas vacías en la que el lenguaje sobrevive sólo en su función fática, sin ninguna garantía de verdadera comunicación”, ha explicado el crítico cultural.
Con todo, en el caso de Nazario, la obsesión por los detalles y el registro puntual de los ambientes se unen a una exigente e insobornable concepción del underground. Tanto es así que, al echar la vista atrás, el artista sólo ha otorgado, en rigor, esa calificación a uno de sus trabajos: La Piraña Divina (1975). Los requisitos innegociables son, en su opinión, la autoedición (en este caso, gracias al préstamo de una vietnamita) sin ningún tipo de soporte legal, la distribución fuera de cauces comerciales (los doscientos ejemplares los puso a la venta el propio autor en el festival Canet Rock) y la ausencia total de censuras (incluidas las propias).
Impulsado por esa misma exigencia, Nazario proclamó, en fecha temprana, el final del movimiento contracultural. En concreto, el 6 de junio de 1981. A escasos tres días de la clausura en la galería Brosolí de Barcelona de su primera exposición individual, El original y la reproducción, el artista celebró allí “el entierro de la contracultura” con un ataúd de papel maché traído por Ocaña y, tal como obliga la liturgia católica del Viernes Santo, con las obras ocultas por paños y telas (originales de La Piraña Divina, Purita braga de jierro y, también, Anarcoma y la portada del álbum San Reprimonio y las Pirañas, entre ellas).
Aquella escenificación de la sepultura del underground fue su respuesta a la progresiva asimilación de las creaciones contraculturales por parte de una industria editorial que había descubierto en ellas una indudable veta comercial. Así lo ratificaría, por entonces, la edición inaugural del Salón del Cómic y de la Ilustración de Barcelona, que acababa de coronar, casi al unísono con el citado sepelio, a El Víbora como la mejor publicación de 1980.
De algún modo, la extraña ceremonia venía a certificar el adiós a la contracultura como fenómeno colectivo y dejaba entrever que su supervivencia se reduciría a aventuras personales si se sabía (o se tenía la fortuna de) preservar la rebeldía y la salud. Eso sí, entonces, cambió la calle por los museos y las galerías, donde ahora reina Anarcoma.