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Hay edificios feos. Se puede decir. Es cierto que la gente ha de vivir en algún lado y tanto da cómo sea la fachada si la vivienda es digna. 

En Cataluña hay varios edificios cuya estética es, cuanto menos, curiosas. Algunos incluso son de estilo modernista, pero hay de todo un poco, aunque si alguno se lleva la palma este puede ser uno que se encuentra en la zona llamada dels Encants Nous, en el barrio de la Sagrada Família de Barcelona.

No tiene nombre, no es tan importante. Nunca fue una casa, siempre estuvo pensado como bloque de pisos, por eso se le cita con el nombre del arquitecto y de la calle: el edificio de viviendas de Mario Catalán Nebot de Sant Antoni Maria Claret.

Si es tan poco estiloso, ¿por qué hacerle mención? Porque no es un bloque cualquiera. Es una mole revestida de mosaico azul marino que ondula como si quisiera imitar La Pedrera de Gaudí, pero más bien recuerda a una costilla de vidrio.

Parecidos razonables

Firmado por el arquitecto Mario Catalán Nebot en 1975, el edificio número 110–112 de la calle Sant Antonio Maria Claret, nunca pasó desapercibido. Lo amas o lo odias. Y, si no pasa nada parecido, se le ponen sobre nombres,

A este edificio se le ha llamado de muchas maneras, desde ovni, a cofre marino, pasando por caja torácica, y es que a muchos le recuerda a un pulmón. Y sí, los que menos pueden con su fachada lo califican directamente de “insulto a la vista”, aunque, tal vez, eso sea pasarse.

Cómo es el edificio

Bien es cierto que es imposible ignorarlo si uno pasa frente a él. La fachada está enteramente recubierta de gresite cerámico, con pequeñas teselas de vidrio montadas sobre malla sintética y aplicadas sobre paños curvos. 

El efecto es hipnótico, sin duda: una superficie continua que refleja la luz del sol con diferentes intensidades según la hora del día, pero que también invade el entorno con una estética difícil de clasificar. 

La forma general del volumen recuerda a una estructura orgánica encerrada en un caparazón técnico. Sus balcones no siguen la típica modulación de hueco-vano del Eixample, sino que se abren como si fueran ojos, con la misma forma, y con barandillas semicirculares que parecen más una elección escultórica que funcional.

A nivel técnico, el edificio se estructura en una planta baja libre, con pilares de hormigón que permiten retranquear el acceso y liberar la calle, y varias plantas superiores que sobresalen en voladizo. 

Un estilo particular

La envolvente, sin embargo, es lo que más destaca: no existe elemento vertical que no parezca ajustarse a su forma. No hay ni un ángulo recto visible en la fachada principal. Incluso los antepechos están recubiertos del mismo gresite azul profundo, generando una sensación de continuidad.

Durante años, ha sido motivo de debate entre arquitectos, vecinos y críticos. Algunos lo han reivindicado como una obra adelantada a su tiempo, una muestra de “futurismo mediterráneo” en medio de la sobriedad desarrollista del tardo-franquismo. 

¿El edificio más feo?

Otros lo han denunciado como un exceso innecesario, una pieza kitsch que rompe con cualquier idea de armonía urbana. El crítico Lluís Permanyer lo llegó a incluir en su célebre inventario de “edificios feos de Barcelona”, mientras que algunos blogs contemporáneos lo celebran por su capacidad de generar reacción.

Lo cierto es que, más allá de su discutido gusto, el edificio de Claret 112 es fruto de su tiempo, de esa estética futurista de la que tanto se reía Jacques Tati y que triunfó en los años 70. En una época marcada por el debate entre racionalismo y organicismo, entre norma y ruptura, este bloque rompía esquemas, Y, de alguna manera, también lo hace ahora. 

Quién es el arquitecto

Su autor, Mario Catalán Nebot, tuvo una carrera breve e intensa. Falleció en 1973, apenas con 44 años, poco antes de que su obra más polémica —esta misma— se completara. Formado en una arquitectura aún dominada por el funcionalismo postbélico, Catalán Nebot encontró un camino propio entre las convenciones estructurales y el impulso plástico. 

Su lenguaje arquitectónico, aunque limitado en número de obras, es reconocible por el uso de formas curvas, materiales industriales reinterpretados y un interés casi obsesivo por la superficie como campo expresivo. Y, aun así, no acabó de destacar. Aunque si uno piensa en las reacciones que todavía suscita, si lo hizo.

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