Los palacios reales siempre son garantía de lujo, riqueza y, también, arte. Las monarquías no solo cuentan con poder, sino que con él y su dinero, no son pocos quienes han ordenado pinturas y esculturas a artistas de renombre. Velázquez y Goya son algunos de los ejemplos patrios, pero también Dalí.
Una residencia real catalana oculta, precisamente, cuadros de estos dos últimos artistas. Unas obras que, además, apenas puede disfrutar el público general, ya que están escondidas en sus dependencias, las del Palacio Albéniz.
Un palacio para reyes en Barcelona
Conocido porque allí se celebra el almuerzo previo de los Premios Ondas, este edificio es una rara avis en la montaña de Montjuïc de Barcelona. Mientras por la zona obras novecentistas del estilo de la plaza España, de estilo clásico como el Teatre Grec o más modernas como el Palau Sant Jordi y el Estadi Olímpic, el palaceta destaca por sus toques barrocos y escurialenses, más propios de Madrid que de Barcelona.
Este estilo tan mesetario tiene su explicación. El palacio se erigió con motivo de la Exposición Internacional de 1929 para ser la sede de la Casa Real en Barcelona y acoger a dignatarios extranjeros durante el evento.
Arquitectura madrileña
Diseñado por el arquitecto Juan Moya, su estilo inspirado en el barroco y el clasicismo español quiso recordar a las construcciones emblemáticas como el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso o el Monasterio de El Escorial. Su estructura de piedra y ladrillo, rematada con tejados de pizarra, contrasta con el estilo modernista y novecentista de otros edificios cercanos, como el Palau Nacional.
Todo estaba hecho para que los monarcas se sintieran en su casa cada vez que acudieran a Barcelona para la Expo en fechas posteriores, pero el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia apenas disfrutaron del lugar. Pocos años después de la clausura de la Exposición se proclamó la Segunda República.
De la República a la Guerra Civil
Durante la República, la Junta de Museos de la Generalitat asumió la gestión del recinto y planteó convertirlo en un museo de música. Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil truncó el proyecto.
Durante el conflicto bélico, el palacio permaneció cerrado, pero los edificios anexos, conocidos como el Palacio de las Misiones y el de Comunicaciones, adquirieron un trágico protagonismo al ser transformados en cárceles para presos políticos. Esta función se mantuvo tras la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, convirtiéndose en un símbolo de los tiempos de represión.
Remodelaciones
En las décadas posteriores, el Palacio de las Misiones fue utilizado como centro de internamiento para inmigrantes llegados desde otros puntos de España. Aplicando la Ley de Vagos y Maleantes, aquellos que no podían demostrar medios de subsistencia eran retenidos aquí bajo estricta vigilancia antes de ser enviados de vuelta a sus lugares de origen.
No fue hasta 1957, bajo la alcaldía de José María de Porcioles, que el Palacete Albéniz inició una nueva etapa como residencia para huéspedes ilustres, un cambio que incluyó una remodelación profunda del edificio. Las obras respetaron en gran medida el diseño original, pero también introdujo elementos que realzaron su singularidad.
Dalí, Goya y Nixon
Una de las incorporaciones más destacadas fue una cúpula diseñada por Salvador Dalí, un detalle que convirtió al edificio en un enclave artístico único. Además, en su interior se conserva una colección de tapices diseñados por Goya para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, lo que añade aún más valor al conjunto.
A eso se le añade la gente que pasó por allí. El palacio albergó a personalidades como Richard Nixon, los actuales monarcas y se consolidó como un espacio de lujo reservado para ocasiones especiales.
Cerrado parcialmente
El problema principal es que todas estas obras no pueden verse. El interior del palacete no está abierto al público habitualmente. Sólo en festividades como La Mercè o algún otro evento ocasional, los visitantes tienen la oportunidad de admirar las obras de arte y la exquisita decoración del lugar.
La parte que sí puede visitarse son sus jardines, tan impresionantes como el propio edificio. Bautizados como los Jardines de Joan Maragall, este entorno, diseñado por Nicolau Maria Rubió i Tudurí y Jean-Claude Nicolas Forestier, ocupa cuatro hectáreas y combina estilos clasicistas y mediterráneos.
Unos jardines únicos
Los jardines están salpicados de fuentes, pérgolas y esculturas que convierten el paseo en una experiencia artística. Asimismo, destacan elementos como la escultura Susana en el baño, situada en un templete en el área principal, o las fuentes con tritones que flanquean el edificio.
Por otro lado, también se encuentra allí la Dona ajaguda, de Enric Monjo, y la Serena, de Pilar Francesch, que aportan un carácter poético al lugar. En el área que conecta con el Palau Nacional se extiende un patio con columnatas jónicas y la pequeña ermita de Santa Madrona. No son Goyas ni Dalís, pero sí tienen un gran valor artístico.