La historia de Dalí siempre va unida a la de Cadaqués, Porlligat y Figueres. Allí estuvieron y están su museo, su casa y su taller de toda la vida. Pasó largas horas, días y años entre esas paredes que hizo construir según su visión del mundo. Pero estos, no fueron sus únicos lugares de creación.
El catalán, durante largo tiempo, dispuso de un taller a 6199 km de Cadaqués. Sí, al otro lado del charco. Reconocido a nivel mundial por sus cuadros y sus excentricidades, Dalí se convirtió rápidamente en un genio en vida, adorado y querido por todos. Entró en el mundo del pop y el showbiz para hacerse con él y, como con la pintura, ponerlo patas arriba con su mera presencia.
Dalí y los Estados Unidos
Hollywood lo amó. Walt Disney quiso trabajar con él y lo logró, aunque luego su corto se quedara décadas en un cajón. Participaba en programas y concursos de televisión. Era eso que hoy se llama figura o artística mediática y, aun así, valorado por el mundo del arte.
Sus viajes a Estados Unidos fueron tantos que, en un momento de su vida, no solo se instaló allí por temporadas, sino que, como hacía en su propia casa, se montó su taller. La ciudad elegida para hacerlo fue Nueva York, el lugar concreto, un hotel.
La primera vez de Dalí
Sí, la ciudad de los rascacielos estuvo a sus pies igual que el artista quedó prendado de ella. El genio surrealista llegó allí por primera vez en 1934, a sus 30 años, financiado por el propio Picasso y con una invitación de Julien Levy, un influyente comerciante de arte vanguardista.
Esta primera visita fue crucial. Dalí aterrizó en Manhattan junto a su musa Gala y su ocelote, Babou. Su llegada fue todo un acontecimiento en la ciudad, que pronto lo acogió como uno de sus personajes más llamativos y extravagantes.
Su nuevo hogar
En su primera exposición neoyorquina, las obras del artista tuvieron una respuesta inmediata y abrumadora: los 27 cuadros expuestos en la galería Julien Levy de Madison se vendieron en apenas dos semanas. En pocos años, el artista catalán no solo había conquistado la escena artística de Nueva York, sino que se había convertido en un icono popular de la ciudad, apareciendo en revistas como Time y en entrevistas exclusivas para The New York Times.
El idilio fue tal, que el pintor decidió quedarse en cada una de sus visitas y residencias en un hotel en particular, el St. Regis. Este emblemático edificio, construido en 1904 por John Jacob Astor IV, ya venía con una historia particular, signa del genio catalán. Costó más de cinco millones de dólares, una suma colosal para la época, y su inauguración estuvo rodeada de polémica por parte de vecinos como William Rockefeller, que temían que el nuevo edificio obstruyera sus vistas. Pero si algo lo marcó fue que su propietario, Astor IV falleció ocho años después de su inauguración en el Titanic.
Un taller en Nueva York
Con esta historia y con huéspedes de la talla de Marlene Dietrich o Alfred Hitchcock era normal que Dalí sintiera un cierto apego por él. Para Dalí, el St. Regis no era solo un alojamiento de lujo; era su hogar, su refugio de invierno y, en muchos sentidos, una extensión de su estudio.
El escritor y periodista Marius Carol cuenta que en la habitación 1610, el pintor encontraba inspiración y trabajaba en sus obras, rodeado del esplendor clásico del hotel. Pero no solo eso, también lo convirtió el escenario perfecto para sus aventuras artísticas y sociales, eso que en su día se llamaban happenings o ahora performances.
El hotel le ofrecía la libertad de crear, recibir invitados y llevar adelante sus conocidas “cenas de la corte surrealista de los milagros”, un evento donde reunía a un variado grupo de personas: desde artistas en paro hasta enanos, bailarinas y figuras excéntricas, cuenta Carol. En una de estas cenas, el artista incluso estuvo acompañado por el icónico Andy Warhol y la modelo Viva, integrantes de la famosa Factory del rey del pop art, lo cual generó uno de los encuentros más comentados en la escena neoyorquina de aquellos años.
Desde esa habitación también trabajó en portadas para revistas de moda como Vogue, escribió pasajes de su autobiografía Vida secreta y diseñó bocetos para ballets presentados en el Metropolitan Opera House. El hotel era el centro de sus actividades artísticas y un lugar donde la vida y el arte parecían fundirse sin distinción.
Las excentricidades de Dalí
Según cuenta una anécdota, Dalí habría intentado pagar su estancia en el St. Regis con un cheque adornado con un dibujo suyo, recomendando al gerente que no lo cobrara, ya que con el tiempo el cheque valdría más que el propio importe de la cuenta. Claro que eso forma parte de la leyenda que rodea el genio.
Lo que esta claro es que el St. Regis fue algo así como su residencia oficial en Nueva York y un taller extra donde creaba y luego ponía en práctica aquello que pasaba en su imaginación. Una de sus hazañas más recordadas fue el destrozo de un escaparate en la Quinta Avenida, un incidente que le valió una breve estancia en prisión. Irreverente como era, esto no hizo otra cosa que incrementar su fama.
Un documental
Jack Bond, cineasta y amigo de Dalí, capturó en un documental la vida y obra del artista, reflejando cómo el hotel St. Regis y Nueva York se habían convertido en símbolos del universo daliniano. Y así fue.
A día de hoy, el St. Regis sigue siendo uno de los hoteles más exclusivos de Nueva York. La habitación en la que Dalí se hospedaba y creaba sus obras tiene un coste elevado, de alrededor de 1.500 euros la noche. La historia y el legado artístico que impregnan sus paredes mantienen viva la fascinación de los visitantes y, de algún modo, honran la memoria del artista que convirtió el hotel en su propio reino de creación.