Cataluña está repleta de fortalezas militares. Su ubicación estratégica como puerta a los Pirineos y al mar Mediterráneo la han hecho una tierra muy deseada por distintas civilizaciones y se han erigido defensas para combatir a distintos invasores. Por suerte, esas épocas han pasado y esas edificaciones se han mantenido hasta hoy. Algunas en mejores condiciones que otras.
Si en Figueres todavía se conserva la mayor fortaleza de Europa y Montjuïc se ha convertido en un espacio dedicado a la memoria histórica, otros lucen abandonados en lo alto de las montañas, medio en ruinas y olvidados. Y entre medio, hay una gama de edificios de defensa que luchan por su supervivencia.
Por qué es un patrimonio abandonado
El Castillo de Maldá es un claro ejemplo de bastión que ha visto pasar los siglos y con ellos se ha ido se esplendo. Abandonado desde el siglos XIX, no ha sido hasta hace unos años que no se han activado las horas de restauración. Su aspecto era el de una casa abandonada. Apenas se sostenían sus muros y poco más. Una imagen un poco triste para una fortaleza con mucha historia.
Situado en el municipio que da nombre al castillo, en el corazón de la comarca del Urgell, este edificio fue declarado Bien Cultural de Interés Nacional, una distinción otorgada por la Generalitat de Catalunya, y también catalogado como Bien de Interés Cultural por el Ministerio de Cultura de España. De allí, que fuera necesaria un poco de conservación.
Estos son los orígenes del castillo
A pesar de su apariencia de abandono, esta fortaleza es mucho más que un conjunto de ruinas. Es un relicario de historia que se alza como un monumento al pasado bélico y cultural de la región.
Poco se sabe de su origen. Los primeros documentos encontrados que hacen mención al castillo datan del año 1040 cuando Ramón Folch de Cardona dejó en herencia los terrenos a Vicenç de Cardona con una condición de que edificase un castillo, una iglesia y le ayudara a luchar contra “los moros”.
Dicho y no tan hecho. El compromiso tardó un poco en cumplirse. No fue hasta el siglo XII que se asentaron los cimientos de esta promesa. Era el año 1212, cuando Vicenç de Cardona cumplió su promesa y ordenó a Andreu Felip erigir este castillo.
Tal y como se acordó, la fortaleza fue concebida no solo como un bastión defensivo sino también como un núcleo de fe y resistencia contra los invasores de Al-Andalus. Desde entonces, ha sido testigo de la evolución histórica de Cataluña. A lo largo de los siglos, el Castillo de Maldá ha visto diversas fases de expansión y remodelación, adaptándose a las necesidades y estilos de cada época.
Este es el estado actual de la fortaleza
Sus gruesos muros de piedra, que en algunos puntos alcanzan hasta 1,95 metros de grosor, han resistido el paso del tiempo, aunque no pudieron soportar la furia de la Primera Guerra Carlista.
En 1833, en una noche cargada de tensión y temor a que se convirtiera en un refugio para las tropas liberales, fue incendiado y parcialmente demolido por un batallón de carlistas liderados por Badía de Castellserá. Desde entonces, sus paredes resisten como pueden en medio del pueblo.
A pesar de su estado de semi-abandono durante décadas, el Castillo de Maldá no ha sido olvidado. Alfonso de Vilallonga y Serra, el actual barón de Maldá, en un gesto de preservación histórica, ha donado el edificio para fomentar su restauración y conservación. Hoy, un patronato compuesto por diversas entidades, incluyendo el Ayuntamiento de Maldá, trabaja activamente en la remodelación de este emblemático sitio.
Este proceso de renovación busca no solo restaurar la estructura física del castillo, sino también revitalizar su rol en la comunidad como un centro de cultura e historia. La iniciativa promete transformar estas antiguas ruinas en un punto de encuentro para locales y turistas, educando a las futuras generaciones sobre la rica historia de Cataluña y el papel que Maldá ha jugado en ella.
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