Josep Costa
Lo de Josep Costa con las fuerzas del orden distintas a los Mossos d'Esquadra no es una anécdota, es casi una obsesión ideológica elevada a marca personal: lleva años reivindicando que “odia” antes al cuerpo armado que a cualquier adversario político, y ahora intenta envolverse en un supuesto abuso policial para reforzar ese relato de mártir del procés.
El episodio que ha contado en sus redes sociales —dos agentes que le “retienen” una hora, le ponen varias multas “falsas”, y hasta inventan infracciones porque él les habla en catalán— está narrado exactamente en la clave que le interesa: una España “autoritaria y corrupta” que persigue al independentista catalán.
Cuando el abogado escribe que “la Guardia Civil continúa siendo la perfecta imagen de la puta España catalanófoba, autoritaria y corrupta”, no está describiendo un hecho objetivo, está insultando y proyectando el cliché de siempre para consumo de su propia parroquia.
La realidad es que cualquier ciudadano puede discutir una sanción por vía administrativa o judicial, pero él prefiere el atajo del tuit inflamado y del insulto fácil —“xusqueros”, “puta Espanya”— antes que someter sus acusaciones a un mínimo contraste. Esa actitud no tiene nada que ver con la defensa de los derechos civiles y mucho con la agitación constante contra cualquier símbolo del Estado que opere en Cataluña, sea un juzgado, un policía o un funcionario.
Llama especialmente la atención que quien firma este relato sea abogado y exvicepresidente del Parlament, alguien que conoce perfectamente cómo funciona un expediente sancionador y cuáles son los cauces para denunciar un posible abuso de autoridad, pero opta por el populismo del exhibicionismo digital.
El punto culminante de su historia es convertir el uso del catalán en excusa total: todas las multas serían falsas “por hablarles en catalán”, como si no hubiese incurrido en ninguna conducta objetivamente sancionable.