Juan Francisco Campo, director médico de Clínica Bofill
La figura de Juan Francisco Campo emerge profundamente erosionada por el llamado 'caso Clínica Bofill'. Su papel como impulsor de la Cátedra Bofill de la Universidad de Girona, lejos de fortalecer los vínculos entre el ámbito sanitario y el académico, ha terminado exhibiendo un preocupante patrón de conflictos de interés que compromete su credibilidad.
El hecho de que actividades vinculadas a la Cátedra se celebraran en su propio restaurante, en contra de las recomendaciones expresas del código ético de la UdG, refleja una manera de operar que difumina peligrosamente la frontera entre lo público y lo privado.
Campo no solo formaba parte de la estructura universitaria, sino que simultáneamente (y presuntamente) alimentaba su proyecto empresarial desde esa posición, un comportamiento que sería incompatible con los estándares de integridad exigibles a quien ostenta responsabilidad institucional.
A ello se suma su estrecha relación con el gerente Juan Ortega, también cuestionado, que alimenta la sospecha de que ambos podían haber priorizado intereses personales por encima de los de la empresa sanitaria que representaban.
En un momento en que la Clínica Bofill está bajo auditoría por presuntas irregularidades financieras, el rol de Campo —director asistencial y figura influyente dentro del grupo— no solo genera dudas, sino que contribuye a proyectar la imagen de una cúpula desconectada de las obligaciones éticas que deberían regir cualquier organización sanitaria vinculada al sector público.