Lluís Reverter
Nunca olvidaré el día que conocí (o, mejor dicho, que vi en acción) a Lluís Reverter Gelabert (Barcelona, 1943 – 2025), mano derecha del entonces ministro de Defensa Narcís Serra. Fue en Sevilla, durante la Expo de 1992. Se estaba montando una sala que presidirían en breve los reyes de España, y se acababa de instalar una vistosa alfombra roja por la que habrían de desfilar sus majestades. Como todo debía quedar impecable, el protocolario Reverter se decidió a probar la alfombra en persona. A tal fin, se quitó los zapatos, se estiró las perneras de los pantalones, dejando al descubierto unos calcetines de tronío, y recorrió la alfombra sobre sus pinreles. Concluida tan necesaria ceremonia, se dio por satisfecho y partió en busca de otro pequeño detalle que requiriera su atención.
Siempre que me hablan de Reverter, pues, lo recuerdo en calcetines por la Expo de Sevilla. Y ahora que se nos ha muerto, vuelvo a recordarlo así, alternando las imágenes andaluzas con las que me transmitió mi difunto amigo Agustí Fancelli y que son muy anteriores: las de un Reverter con bata blanca, atendiendo a la clientela de la droguería de sus padres en Sarrià, con el mismo boato que cuando lo de la alfombra real.
Diría que Lluís Reverter siempre estuvo obsesionado por el protocolo. Aunque, como militante del PSC, pasó por el ayuntamiento de Barcelona, todos le recordamos como el sidekick ideal de Narcís Serra, como el hombre que enviaba ramos de flores a las mujeres de los generales (que lo querían muchísimo), como una especie de súper mayordomo que ponía pomada y un toque de distinción a las relaciones entre un ministro socialista y unos militares escasamente propensos a leer a Marx (o a Semprún).
Se comentaba en la época que el ministerio de Defensa lo dirigía Serra, pero que era Reverter quien conseguía que las cosa fuesen, más o menos, como la seda. Mi amigo Agustí, que iba a su tienda con su madre, aún recordaba la extrema amabilidad del droguero y la fiabilidad de sus promesas: si decía que tal producto llegaba el viernes, el viernes podías pasar a recogerlo sin miedo a que te dijeran que aún no lo tenían.
Lluís Reverter fue nuestro Protokolen, aquel personaje de una película de Werner Herzog empeñado en que todo se hiciera bien, a tiempo, con orden y, como decía Lola Flores, con método. Este hombre convirtió el servicio (a quien fuera) en un arte y un sacerdocio. Y ahora, cuando vivimos rodeados de gente grosera e ineficaz, observamos que necesitamos a unos cuantos Protokolen para que todo transcurra con un poco más de suavidad, educación y buenos modales.