Encarnita Polo, en una imagen de 2012

Encarnita Polo, en una imagen de 2012 Europa Press

Examen a los protagonistas

Encarnita Polo

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Sunset boulevard

Pongamos que has sido una estrella del pop español de los 60 y que, ya octogenaria, afrontas los últimos años de tu existencia en una residencia para la tercera edad en Ávila. Un mal día, a un compañero de presidio se le va la olla y decide que estrangularte puede ser una buena idea. Y así es como tu despedida (involuntaria) del mundo acaba saliendo en los periódicos en la sección de sucesos, como si fueses la Marilyn Monroe del flamenco pop.

Esto es lo que le ha ocurrido a la pobre Encarnita Polo (1939 – 2025), dejándonos a todos pasmados y convencidos de que su final nunca fue material para la crónica negra. Ella, que siempre fue la alegría de la huerta con sus canciones ligeras, pero de gran impacto comercial, como Pepa Bandera o la famosísima Paco, Paco, Paco, que aún suena por todas partes en diferentes versiones.

Nacida en Sevilla, Encarnita se crió en Barcelona, a donde se había trasladado su madre tras la muerte del cabeza de familia. Empezó cantando flamenco, que no tardó mucho en teñir de tonos pop (cuando el concepto flamenco pop aún no se había manifestado). La descubrí de pequeño porque salía constantemente por televisión: Encarnita ni era del régimen ni dejaba de serlo. Como decía Héctor Lavoe, lo suyo era cantar. Y aunque uno era más propenso al rock que a las flamencadas , la verdad es que sus apariciones en la tele en blanco y negro nunca me amargaron la vida como las de otros cuyos nombres les ahorraré.

Encarnita Polo cantaba bien, era guapa y se mostraba graciosa y simpática. Durante sus buenos viejos tiempos, se casó con el compositor argentino Adolfo Waitzman (en la línea de Carmen Sevilla y el catalán Augusto Algueró), que le echó una mano con sus coplas, y disfrutó mientras pudo de la fama, hasta retirarse de manera discreta y elegante, sin haber dicho nunca una mala palabra de nadie.

Puede que Encarnita Polo no fuese mi personaje favorito del pop de los años 60 y 70, pero estaba ahí, formando parte de mi paisaje músico-sentimental, junto a Franz Joham, Joaquín Prat o el inefable Walter Torrebruno. Y, sin duda alguna, nunca mereció tan siniestro final como protagonista inesperada de un suceso digno de El Caso.