Jeff Bezos

Jeff Bezos Matteo Chinellato / IPA via ZUMA P / DPA Europa Press

Examen a los protagonistas

Jeff Bezos

El bodorrio del año

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Jeff Bezos (Albuquerque, Nuevo México, 1964) es el tercer hombre más rico del mundo gracias a una idea (Amazon) no especialmente brillante, pero de una eficacia innegable: ser el dueño de la tienda más grande del universo. Al principio, el hombre vendía libros y discos. Y tardó lo suyo en dejar atrás los números rojos: pasaron años hasta que Amazon fue rentable.

Pero luego todo fue hacia arriba: la tienda se abrió a todo tipo de productos, llegó la plataforma de streaming, nuestro hombre empezó a forrarse el riñón (es de extracción humilde y lleva el apellido de su padrastro cubano de origen español, concretamente de un pueblo de Valladolid: Bezos lo visitó, entendió enseguida por qué sus antepasados se habían largado de allí y se volvió a los USA para no volver jamás), los nuevos negocios, el dinero a espuertas y, lógicamente, pensó que se merecía cambiar de esposa.

La elegida fue una chica hispana de Albuquerque, Lauren Wendy Sánchez (1969), que trabajaba de periodista televisiva, llevaba un par de matrimonios a la espalda (más dos o tres churumbeles) y que es desde ayer la nueva señora Bezos, como hemos podido saber todos gracias a la cobertura periodística de su bodorrio en la antes serenísima ciudad de Venecia este fin de semana.

Como no podría ser de otra manera, uno está a favor de que la gente se quiere y hasta de que la gente se case. Pero agradecería que nos ahorraran sus alharacas y sus despilfarros, que nos sacan un poco de quicio a los pobretones. ¿De verdad era necesario alquilar una ciudad para demostrarle al mundo lo mucho que quieres a la parienta? Bezos es inmensamente rico, y los 30 millones de dólares que le ha costado la boda espectáculo debe gastárselos en puros para todo el año, pero esto de venir a Europa como si fuésemos todos unos muertos de hambre que agradecen el yankee dollar, como decían las Hermanas Andrews, resulta un poco ofensivo. No tanto como lo de Donald Trump en la cumbre de la OTAN, pero sí en la misma línea.

Como soy rico, alquilo Venecia para mí y mis amigos, y me la sopla que sea una de las ciudades más castigadas por el turismo de masas (cuando estuve, enseguida distinguí a los locales de los foráneos: éstos caminaban mirando hacia arriba y maravillándose de todo lo que veían, mientras que aquellos miraban al suelo y farfullaban maldiciones indescifrables). Me puedo permitir el caprichito, y el que venga atrás, que arree, ya que, durante un fin de semana, Venecia es mía y me traigo a todos mis amigotes famosos de los USA para que me rindan pleitesía.

Las protestas fueron discretas. Algo muy propio de una comunidad que perdió hace un tiempo la ilusión. Gente que no tiene una tienda, ni un restaurante, ni nada con lo que sangrar a los turistas. Siguen allí porque es su ciudad, aunque haya dejado de serlo hace muchos años. Como viene a demostrar el señor Bezos, Mr. Amazon, con su aparición y la de su corte. Espero, al menos, que haya firmado un contrato prenupcial, ya que, si la cosa sale mal, esa mujer ligeramente operada que se ha mercado puede dejarlo tieso en la hora del por ahí te pudras.