
Francesc Rubiralta, expresidente de Celsa / EP
Actitudes como las referidas por expresiones populares del tipo “escurrir el bulto” o “echar balones fuera” no suelen ser buenas consejeras en el ámbito de los negocios. Tampoco lo son evasiones de responsabilidad, al estilo de “yo no estaba allí”, “yo no me enteré” o “yo aún no había llegado cuando sucedió”.
La comparecencia de Francesc Rubiralta, expresidente de Celsa, en el juicio por la acción social de responsabilidad que pesa sobre él, promovida por los actuales socios del grupo, ha sido una suerte de compendio de todo lo anterior. Y, desde luego, una forma poco eficaz de tratar de explicar una maniobra ya extraña de por sí, como es obtener un préstamo de una empresa de la que se es accionista con el fin de reinvertir posteriormente en la propia compañía.
El hecho de que este controvertido préstamo a las patrimoniales de los Rubiralta ya estuviera en el balance cuando el ejecutivo se hizo cargo de la siderúrgica no puede ser excusa para no querer saber nada de él; como tampoco lo es que figure correctamente consignado en las cuentas. Porque más adelante pueden darse casos como, precisamente, el que sufrió Celsa: una situación financiera más que comprometida, un rescate solicitado al Estado, so pena de quedarse sin oxígeno… y mientras, un préstamo de casi 500 millones de euros, pendiente de amortizar y sin aprovechar las múltiples refinanciaciones para resolverlo.
No es casual que, nada más tomar el control de Celsa, los nuevos dueños (y antiguos acreedores) fueran directamente a examinar esta cuestión y encargaran un forensic con un demoledor resultado. No es tampoco señal de que aquel préstamo no levantara interés y sospechas; es decir, de que nadie preguntara por él.
Ha pasado mucho tiempo desde que llegó el momento de dar explicaciones en Celsa. Pero cuando se dan delante de un juez es una señal inequívoca de que se ha llegado demasiado tarde.