Jorge Herralde, editor de Anagrama

Jorge Herralde, editor de Anagrama

Examen a los protagonistas

Jorge Herralde

Archivando a Luisgé

Publicada

En una decisión que le honra, Jorge Herralde, gran patrón de la editorial Anagrama, ha decidido no distribuir el libro de Luisgé Martín (Madrid, 1962) sobre el asesino José Bretón, El odio, que había irritado sobremanera, y con razón, a su ex mujer, quien, no contenta con haber tenido que encajar el asesinato de sus dos hijos a manos de semejante psicópata, dando muestras del más radical ejemplo de violencia vicaria, ahora tenía que aguantar que esa mala bestia volviera a tomarla con ella por persona interpuesta, la de un escritor deseoso, según propia confesión, de “marcarse un Carrere o un Capote”.

Las protestas de la madre machacada para que no se distribuyera un libro que le hacía revivir la pesadilla de hace unos años han dividido a la sociedad española entre sus partidarios y los de la presunta libertad de expresión. Reconozco que yo no tengo muy claro si el libro en cuestión debería haberse distribuido sin problemas, en aras de la citada libertad de expresión, o quedarse en el almacén hasta el día del juicio. Valoro como el que más la libertad de expresión, pero hay algo en la actitud del señor Martín que no me acaba de convencer. ¿Por qué no le dirigió la palabra a la buena señora mientras trabajaba en El odio, consagrando todo su esfuerzo a hablar con el asesino? ¿No hay algo muy frívolo en ese anhelo de “marcarse un Carrere o un Capote”? ¿No se paró en ningún momento Luisgé a pensar en el posible daño moral que podría causarle a una madre cuyos hijos han muerto asesinados por su marido un libro en el que éste fuese el absoluto protagonista?

Si valoro la libertad de expresión como el que más, reconozco que disfruto enormemente de un buen true crime”, pero es que el del señor Bretón ni siquiera me lo parece. Y no sé si semejante persona de mala calidad merece que se le conceda la palabra. Si el libro se llega a distribuir, no creo que la cosa me quitara el sueño, pero casi prefiero que no sea así, ya que el asesino debería haber hecho voto de silencio y agradecer que en España no esté vigente la pena de muerte.

En los casos de Emmanuel Carrere (El adversario) y Truman Capote (A sangre fría) no había ni rastro de frivolidad, pero me temo que en el de Martín ese concepto asoma la patita peligrosamente. Nada raro en alguien que llegó a escribir discursos para Pedro Sánchez, muestra de una cierta tara moral, y a pillar la dirección del Instituto Cervantes de Los Ángeles, en pago, intuyo, a los servicios prestados como amanuense. Diré más: solo por trabajar para Sánchez, un escritor ya debería ser castigado con la no distribución de sus libros.

Así pues, no puedo menos que aplaudir la decisión de Herralde, quien, aunque los jueces no le obliguen, ha optado por dejar toda la edición de El odio en el almacén. Dudo, incluso, que darle la palabra a un asesino tan miserable tenga nada que ver con la libertad de expresión. Tan miserable y tan poco interesante, nada que ver con los personajes de Carrere y Capote, quienes, pese a su miseria moral, estaban predestinados a la literatura. Un caprichito estético-comercial no creo que justifique más dolor para una madre que ya ha estado en el infierno y no debe tener ningunas ganas de volver.