
Luis Rubiales, y el príncipe de Arabia Saudí Abdulaziz bin Turki Al-Faisal, en la presentación de la Supercopa en 2019 EFE
Los escándalos acechan al inefable Luis Rubiales. La semana de su juicio por el beso a Jennifer Hermoso ha devuelto a la primera línea de la actualidad a este personaje que un día dirigió el máximo órgano del fútbol español.
Todo lo que le rodea es esperpéntico. El juez dictará sentencia en su momento, pero el bochorno ya es mayúsculo. Ganar un Mundial de fútbol, como hizo la selección española femenina en 2023, y que lo que más se recuerde sea a un tipo agarrando de la cabeza a una jugadora para plantarle un beso en los labios habla por sí solo.
Al mismo tiempo, a Rubiales le rodea la polémica por el caso de la disputa de la Supercopa de España en Arabia Saudí. En su caída ha arrastrado a Gerard Piqué, que declarará como imputado el próximo 14 de marzo.
Entre una cosa y la otra, a Rubiales se le acumulan los problemas. La justicia dictaminará si es culpable o no, pero su labor como cargo público, más que cuestionable, se ha visto manchada y no debería volver a desempeñar tales funciones.