
Albert Bertran, director ejecutivo del Puerto de Sitges
Los gestores del Puerto de Sitges, llamado Aiguadolç, han logrado renovar la concesión y presentar un ambicioso plan de inversiones. Se han llevado la ampliación del permiso durante casi 20 años, lo que les da un cómodo plazo para desarrollar un proyecto con valor.
Por lo pronto, no obstante, no han empezado con buen pie. Han encajado una condena penal por maltrato a la vivienda de una de las residentes, y han visto cómo la Oficina Antifraude de Cataluña (OAC) les tocaba la cara por la gestión demasiado lucrativa de las terrazas. Sólo se han salvado de un reproche mayor porque el ayuntamiento ya tiene un expediente en marcha.
Ello viene a sugerir que la gestión de la empresa que gestiona la dársena es, cuando menos, mejorable. Albert Bertran y Xavier Cuyàs, en las posiciones de director ejecutivo y gerente, deberían pulir sus formas para interlocutar más y mejor con los residentes y comerciantes.
Deben ser conscientes de que tienen una auténtica perla en sus manos: una concesión temporal de la Generalitat de Cataluña que les deja espacio para crear economía, valor y empleo. Por ende, la gestión no debería ser sectaria ni dictatorial, sino concitar consenso y facilitar las sinergia económicas.
Es evidente que, por ahora, eso no ha pasado. Se impone un cambio de rumbo en Sitges que saque a su puerto de la excepcionalidad permanente. Todo lo demás es dañar la imagen turística de un municipio que es una auténtica joya al sur de Barcelona.