El cineasta David Lynch

El cineasta David Lynch

Examen a los protagonistas

David Lynch

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Es un mundo extraño

Lo decía Laura Dern en Blue velvet: “It´s a strange world”. En la línea de cuando Buddy Holly aseguraba en una de sus canciones que el amor es extraño. En realidad, si nos paramos a pensarlo, todo en la vida es extraño. David Lynch se sorprendía de que la gente se empeñara en entender sus películas cuando vivían en un mundo que no había quien lo entendiera.

La mayoría de sus largometrajes, ciertamente, no se acaban de entender o no se prestan a una interpretación razonable, pero da lo mismo. Una vez aprendes a disfrutar, con algún escalofrío, de lo que no comprendes, yo creo que has dado un paso de gigante en tu vida (y no me refiero al gobierno de Pedro Sánchez, cuya verosimilitud es sólo aparente).

¿Que Bill Pullman se convierte en Balthazar Getty a la mitad de Carretera perdida? ¿Por qué no? Acéptalo y no apartes los ojos de la pantalla. ¿Qué Laura Dern corre por una calle de una ciudad de Polonia y, cuando dobla la esquina, se encuentra en Hollywood Boulevard, con los pies encima de las estrellas de cine de todos los tiempos? ¿Que sigues sin saber muy bien quién mató a Laura Palmer y por qué? Dale unas vueltas o déjalo correr: yo creí entender Mulholland drive tras verla por tercera vez, pero no estoy del todo seguro de haberlo pillado todo, lo cual no me impedirá, probablemente, verla una cuarta. El mundo de David Lynch no es para quedarse a vivir, pero merece visitas constantes.

Un enfisema pulmonar trabajado a conciencia se nos lo ha llevado hace un par de días, pero no es del todo acertado decir que seguía en activo como cineasta. La última oportunidad que le dio Hollywood a nuestro hombre (Missoula, Montana, 1946 – Los Ángeles, 2025) fue hace ya unos años con la tercera y criptica temporada de su serie Twin Peaks (2017). Desde entonces, no podía (o no quería) levantar ningún proyecto, y la última vez que lo vimos hacer algo fue interpretando a John Ford en la película de Steven Spielberg Los Fabelman.

Prefería dedicarse a la pintura o a la música (salió no hace mucho un disco a medias con la cantante Christabell). Y a fumar. Le encantaba fumar. Fumaba sin parar. Hasta que el tabaco se lo ha llevado por delante, cosa que ya se debía oler pero que, para él, era inseparable de la vida de artista.

Lo descubrí a finales de 1980 en un cine de Nueva York con su primer largometraje, Eraserhead, que me voló la cabeza. Me gustó el segundo, El hombre elefante, como años después The Straight story, aunque reconozco que el Lynch humanista siempre me interesó menos que el Lynch delirante que me dio Blue velvet, Lost highway, Mulholland Drive o Twin Peaks (la primera entrega, la segunda me pareció que se había enamorado excesivamente de sí mismo).

Lo conocí en Los Ángeles en 1981, en los estudios Zoetrope de Francis Coppola, que tuvieron que chapar tras la ruina de Corazonada. Estaba promocionando The elephant man, pero hablamos básicamente de Cabeza borradora, surgida de una larga estancia en Filadelfia, ciudad que le pareció la sucursal del infierno en la tierra. Iba vestido de negro y con la camisa blanca abrochada hasta el último botón, sin corbata: el uniforme habitual.

Desde entonces me he pasado media vida enganchado a sus fascinantes películas y disfrutando de su tenebroso universo, perfectamente compatible con su dedicación a la meditación trascendental. Siempre fue un marginal en la industria de Hollywood, y en los últimos años aún más. Pese a todo, pudo hacer lo que quiso, aunque no siempre. Se me ha ido mi excéntrico audiovisual favorito y voy a echarlo mucho de menos.