El chico de los recados
Juraría que nadie había oído hablar de Santos Cerdán (Milagro, Navarra, 1969) hasta que se convirtió en el segundo de a bordo, chico de los recados o correveidile de Pedro Sánchez. Sabíamos, a lo sumo, que era un voluntarioso apparatchik del PSOE (partido al que se afilió en 1999) y que sus estudios se reducían a la Formación Profesional, teniendo el cargo de Técnico en Electrónica Industrial. Empezamos a oír hablar de él en 2017, cuando Pedro Sánchez lo encargó de la recogida de avales para su candidatura encaminada a recuperar el poder en un partido del que, más o menos, lo habían echado a patadas. Descubrimos así que el señor Cerdán había formado parte de la alegre pandilla que se recorrió España en busca de un ritorna vincitore para su señorito, y que se subió con él a un coche en el que también viajaban José Luis Ábalos y un tal Koldo García, que ejercía de chófer de la cuadrilla (actualmente, como todos sabemos, Ábalos y Koldo se encuentran en la molesta situación de tener que dar ciertas explicaciones a la justicia por unas presuntas trapisondas que algún día se aclararán, quiero creer, para bien o para mal, como el supuesto tráfico de influencias ejercido por la parienta del presidente, Begoña Gómez).
En España, uno está más o menos acostumbrado a ver acercarse a los políticos. Pero Cerdán, podríamos decir, se materializó de la noche a la mañana. De no saber quien era, pasamos a encontrárnoslo hasta en la sopa. Sobre todo, para todo tipo de asuntos éticamente discutibles, como, por ejemplo, convertirse en el interlocutor privilegiado con Carles Puigdemont, un golpista fugitivo de la justicia con el que Pedro Sánchez no tenía el menor empacho en negociar si veía que podía serle útil para conservar el sillón, que es, al parecer, lo único que le preocupa. Fuimos muchos los que pensamos que no era de recibo pactar con un delincuente para mantenerse en el poder, que había una línea roja que Sánchez estaba cruzando dando unas notables muestras de miopía moral, pero nuestra opinión se la soplaba al señor presidente, quien, probablemente, nos metía a todos en la fachosfera y se quedaba tan tranquilo, pues ya se sabe que él está para defendernos del farcihmo y que todo el que le lleva la contraria milita en la derechona o, aún peor, en la extrema derechona.
A todo esto, el desconocido señor Cerdán se convirtió en el go between habitual que iba de Madrid a Bélgica cada vez que había que humillarse un poco más en vistas a conservar el sillón. Ahora acaba de verse con Puchi para ver si éste retiraba su absurda cuestión de confianza, aunque da igual si tenemos en cuenta que las cuestiones de confianza solo las puede proponer el presidente del gobierno (que no piensa hacerlo). Más preocupante sería una moción de censura, pues a eso igual se apuntan PP y Vox, la ganan y Sánchez se va al carajo (y Puchi después, pues a Feijóo se le puede sacar menos que al otro). Pero todo eso ya no es de la incumbencia del señor Cerdán en su cargo de chico de los recados de Pedro Sánchez. Él va donde le dicen que vaya a hacer lo que le dicen que haga. De momento, le toca pasarse media vida en Bélgica, como hace años le tocó patearse España en la reconquista de su señorito. Personajes como él los hay a patadas en nuestros partidos políticos. Suele gustarles medrar mientras pasan desapercibidos, pero a veces les toca dar la cara. Su tarea no es muy lucida, pero, como dicen los anglosajones, “es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo”.