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Pasados apenas unos días desde que el proyecto de OPA de Brookfield se fue a pique, las tensiones entre accionistas y el consejo de administración vuelven a Grífols. El productor de hemoderivados vive en un permanente incendio, especialmente desde que se publicó el ya célebre informe de Gotham City. Pero desde poco después del verano, los fondos especuladores han dejado paso a los activistas, que han emprendido una de esas campañas que terminan poniendo patas arriba a la empresa más pintada.
Entre reclamaciones de puestos en el consejo, una mejor gestión y una mejor gobernanza, el nombre de Tomás Dagá vuelve a situarse en primer plano. Y vuelve a hacerlo precisamente por su permanencia en el consejo contra viento, marea y, por lo que parece, hasta su propia voluntad.
Los más que evidentes conflictos de interés y el impacto negativo que en el mercado han tenido las no siempre claras conexiones entre Grífols, la familia fundadora, partes vinculadas y asesoras no han sido suficientes para que esta situación se corrija.
Un trabajo que debería haber correspondido al presidente de la farmacéutica, Thomas Glanzmann, y más desde que su cargo ha dejado de tener carácter ejecutivo. Una medida que el consejo decidió adelantar, entre otros motivos, para que Glanzmann pudiera centrarse en labores de gobernanza, más acordes con su posición de chairman.
Por ahora, a la vista está que estos trabajos no han tenido demasiado éxito. Y sólo hace falta echar un vistazo al historial de los fondos activistas para darse cuenta de que no cejarán en su empeño hasta que ese éxito llegue. No importará el número de cartas al consejo que hagan falta o la frecuencia de los envíos. Pero, eso sí, cada una que salga a la luz será un nuevo impacto negativo para la empresa, su reputación y su imagen con vistas a los inversores. Y en este último punto, basta con echar un vistazo a la cotización para darse cuenta del resultado.