Ada Colau se despide de la dirección de los Comuns con el partido convertido en un polvorín. La formación morada ha aprobado este domingo el informe de gestión de la dirección saliente por los pelos, y algunos de sus militantes han afirmado que "el proyecto no está funcionando".
Es una forma suave de decirlo. En el último año han perdido dos escaños en el Parlament y ya no cuentan con su gran bastión: la alcaldía de Barcelona, después de que Colau quedara tercera por detrás de Trias y Collboni.
Las intervenciones de los militantes de base han incidido en la falta de debate y democracia interna del partido. De hecho, era imposible votar a la nueva dirección en la asamblea dominical: venía impuesta desde arriba.
El ocaso de Colau con su propia gente constata el fracaso de los métodos más estalinistas de una izquierda trasnochada y demasiado encerrada en sí misma, dogmática e inflexible. Aquellos que durante el 15-M se exhibieron como apóstoles del cambio y abanderados de la democracia, hoy caen en los mismos errores que sus predecesores.
Colau deja una izquierda en ruinas: diezmada en toda Cataluña excepto en Barcelona --debido a su visión urbanita se ha quedado sin escaños en Tarragona, Girona y Lleida--, con los históricos políticos exICV subiéndose a sus barbas, una relación con Yolanda Díaz más que mejorable --a la gallega no se la ha visto este fin de semana en Barcelona-- y con la vivienda como única bandera.
Sí, pese a que en sus dos legislaturas al frente de Barcelona el precio del alquiler ha registrado la subida más meteórica de su historia.
Ada se va, pero deja varios comisarios vigilantes: el principal, Gemma Tarafa, quien será uno de los nuevos pesos pesados del partido. Una mujer que deberá ver y oír en nombre de Colau. Y quien sabe si perpetrar, también, sus ruinosas estrategias políticas, tanto intra como extramuros.