La máquina de ganar
El tenista mallorquín Rafael Nadal Parera (Manacor, 1986) se retira y se dispone a disfrutar de la morterada de dinero que ha ganado a lo largo de su brillante carrera deportiva. En principio, nada que objetar. Nuestro hombre no se ha hecho rico explotando a sus semejantes y, desde un punto de vista profesional, siempre se ha portado como un caballero. Pese a ello, un sector del pogresismo (no confundir con progresismo) nacional siempre lo ha considerado una especie de enemigo del pueblo de cuyas victorias nunca había que alegrarse. Mientras escribo estas líneas, tengo constancia de un mensaje elogioso de Pedro Sánchez al futbolista Iniesta, que también se jubila, pero no me suena que Rafa haya recibido uno similar.
Uno no es aficionado al deporte, ni como practicante, ni como espectador. El fútbol me horroriza; sobre todo por su influencia social, que lleva a que nos miren mal a quienes nos la sopla, pero especialmente porque hay demasiada gente en el terreno de juego y me hago un lío. El tenis va más con mi carácter individualista: uno contra uno es algo que puedo entender (los dobles ya me desorientan un poco). De ahí que sea incapaz de ver partidos de futbol o baloncesto, pero que, de vez en cuando, pueda tragarme con agrado un torneo de tenis. Por eso he visto más de un partido de Rafa Nadal, pasándomelo bastante bien (aunque nunca tanto como con una película, pues lo mío son las historias falsas con su exposición, su nudo y su desenlace, no necesariamente en ese orden).
Rafa siempre me ha caído bien. Me parecía un tipo incansable y pundonoroso que nunca daba un partido por perdido. Y su carrera se me antoja ejemplar. Por eso, ahora que se retira a la envidiable edad de 38 años, creo que todos deberíamos darle las gracias por los buenos ratos que nos ha hecho pasar y envidiarle discretamente por la pasta que ha logrado amasar y que, insisto, no ha acaparado explotando a nadie. En vez de eso, hay gente que no deja pasar la oportunidad de ponerlo verde, y siempre por motivos ideológicos. Los lazis catalanes siempre le han tenido manía por ser más español que Don Pelayo y haber pasado del prusés y del pancatalanismo como de la peste. Los podemitas y asimilados lo consideran un lacayo del imperialismo (ya no queda imperio, pero da igual), un monárquico infame, un reaccionario y un lamentable hincha del Real Madrid (también se le acusa de haberse lucrado con la publicidad, como si fuese la única celebrity que se presta a anunciar algo por dinero: hasta Lou Reed y Bob Dylan prestaron su jeta a la tarjeta American Express).
El pogresismo y el lazismo (liados ya desde hace un tiempo en una unión contra natura) han sido los principales martillos del señor Nadal, al que no han dejado pasar ninguna oportunidad de poner de vuelta y media. ¿Hacía falta? Sí, de acuerdo, Rafa es un chico de derechas, puede que pepero, no nacionalista y dado a confraternizar con el Emérito. ¿Solo por eso hay que basurear al mejor jugador de tenis que ha dado España en toda su historia? ¿Tan difícil es alegrarse de su brillante carrera y despedirle con admiración y un poco de cariño? Ya sé que es inútil pedir algo de humanidad a lazis y pogresistas, pero por intentarlo que no quede.