Lluís Llach
El yayo malhumorado
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El excantautor Lluís Llach (Gerona, 1948) se está esforzando mucho por convertirse en el personaje más cansino y desagradable del extinto prusés (que, según él, sigue vivo y coleando). Desde que está al frente de la ANC (para optar al cargo tuvo que abonar las cuotas de socio que debía a la entidad y que llevaba tiempo esquivando), sale a diario en la prensa del ancien regime para insistir en que aquí no se ha acabado nada y en que el independentismo, aunque atraviese un mal momento, tiene una salud de hierro y puede volver a la cumbre en cualquier momento. Para dotar a sus palabras de una fuerza suplementaria, nuestro hombre no duda en utilizar un lenguaje grueso contra todos los que, según él, se oponen a la libertad del terruño. Es así cómo hace unos días calificó a Salvador Illa de posfranquista y se quedó tan ancho.
Lo suyo es también la negación de la evidencia. Si las manifestaciones de la última Diada fueron un fracaso, él lo niega y pregunta, retóricamente, qué otra causa puede convocar en Barcelona a 60.000 personas (que para él son muchas más, dado que la Guardia Urbana miente por sistema). Junto a Jordi Turull en el frente político (ese hombre que tilda de ilusos a los que tienen la impresión de que, por el momento, se acabó lo que se daba con la tabarra independentista), Llach es el principal negacionista de la realidad que nos vemos obligados a soportar en Cataluña. Furiosamente antiespañol (aunque tenga la sede de su fundación en Madrid para ahorrarse dinero: todo parece indicar que estamos ante un roñica de nivel cinco), insiste en que la independencia llegará más pronto que tarde, pese al aparente desinfle de la cuestión (a su lado, el arribista Xavier Antich, mandamás de Omnium, parece un ejemplo de raciocinio y lucidez).
Otro de sus logros ha sido desilusionar a todos los españoles que se compraron sus discos hace años creyendo que estaban ante un camarada de la lucha antifranquista. A mí no me ha desilusionado, porque siempre me aburrió y me pareció un cursi y no soportaba ni su estaca ni a su abuelo Siset. Pero hay un montón de gente en España que, aunque no le alabe el gusto musical, se ha llevado una gran decepción al comprobar que el supuesto luchador por la libertad del pueblo no era más que un supremacista xenófobo (por mucho que le guste Senegal, donde tan bien se lo pasaba con su amigo Mamadou y donde muchos le agradeceríamos que volviera). El joven cantante se ha convertido en un viejo permanentemente cabreado que, como no le gusta la realidad, la interpreta a su manera mientras no para de soltar comentarios desagradables sobre la gente que le revienta.
Reconozco que las cosas podrían empeorar si le diera por volver a cantar, pero su faceta de salvador de la patria con muy mala baba resulta francamente irritante, la verdad.