David Broncano
Una cuestión de Estado
Sacar las cosas de quicio es una costumbre muy española que se acaba de poner nuevamente de manifiesto con el fichaje por RTVE del humorista David Broncano (Santiago de Compostela, 1984). Otra cosa es si un ente público tiene el derecho a competir con una empresa privada por el favor de la audiencia invirtiendo en ello una cantidad considerable de dinero, o que el presidente del Gobierno “compre” a un humorista para hacer frente a otro (supuesto) humorista que no es precisamente miembro de su club de fans (Pablo Motos, al frente de El hormiguero y líder de audiencia desde hace 19 años).
Es del dominio público que a Su Sanchidad no le hacía ninguna gracia el señor Motos (a mí tampoco, pero no por los mismos motivos) y colaboró activamente en el fichaje de lo que consideraba un profesional progresista (o sea, alguien que no le hacía la puñeta y que, con un poco de suerte, lo consideraría ese muro contra el fascismo que él dice que es). Y así es cómo, entre casi todos, hemos convertido un simple asunto de lucha por la audiencia en una especie de combate entre el progresismo (Broncano) y la reacción (Motos). Y hemos conseguido convertir prácticamente en una cuestión de Estado un tema que no es más que el ejercicio de la competencia audiovisual; es decir, algo decididamente banal. Hay gente que ha tomado partido (político) por Broncano o por Motos y que se ha creído lo de la lucha sin cuartel entre la izquierda y la derecha. ¡Dios les conserve la vista! Y es que, además, Motos y Broncano ni siquiera se detestan (yo tampoco odio a Motos; simplemente, no me hace ninguna gracia, aunque le felicito por haber conseguido colar en la programación para adultos lo que a mí me parece un programa infantil); hay quien dice, incluso, que o son amigos o, por lo menos, se llevan razonablemente bien.
Desde diarios opuestos al actual PSOE se ha destacado la millonada de dinero público que ha costado el señor Broncano, y se ha señalado a éste por el apartamento que habita o el coche que conduce, insinuando que ha llegado a la cima de lo suyo gracias a su actitud pro-Sánchez. Yo no sé si es legítimo gastarse el dinero del contribuyente en un programa que le guste a Sánchez pero, aunque así fuera (que no me extrañaría, conociendo al sujeto que nos gobierna), ¿qué culpa tiene Broncano de aceptar los monises que se le ofrecen y tratar de destronar a su adversario Motos? Y, sobre todo, ¿no es un poco ridículo convertir una inofensiva lucha de egos en un escándalo nacional?
Confieso que no he visto el programa de Broncano, La revuelta, y que sólo me he tragado breves fragmentos del de Motos, El hormiguero, mientras zapeaba y me enfrentaba a esa gracia que no se puede aguantar de los títeres Trancas y Barrancas (llevo tiempo entregado casi en exclusiva a las plataformas de streaming). Lo único que tengo claro es que Broncano, por lo que había visto de él, me parecía un humorista delirante, criado con La hora chanante y Muchachada Nui, cuyas absurdas entrevistas y constantes salidas de pata de banco me hacían cierta gracia, mientras que ésta no se le veía por ninguna parte al señor Motos. No sé si uno es pogresista y el otro del PP ni me importa. Total, no pienso seguir el programa de ninguno de los dos. Pero convertirlos en representantes de dos tendencias políticas me parece que es mear fuera de tiesto. Dejemos que el público decida cuál de los dos le hace más gracia, y si lo del fichaje millonario de Broncano con dinero público es una cacicada (que lo parece), que se lleve el tema a las instancias adecuadas. Pero no me conviertan la rivalidad entre dos humoristas en una cuestión de Estado y una lucha entre el Bien y el Mal.