Yoko Ono
La culpable de todo
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Yoko Ono (Tokio, 1933) nunca ha sido muy popular entre los fans de los Beatles, que la acusaban de haber contribuido poderosamente a la disolución del grupo en 1970 con su funesta influencia, rayana en la posesión demoníaca, sobre John Lennon, al que, involuntariamente, convertían en una especie de calzonazos del pop que se habría dejado comer la oreja por una oriental más malévola que el doctor Fumanchú. Hace muchos años, fui al cine a ver Let it be y tuve que soportar durante toda la proyección a un tarado en la fila de atrás que iba haciendo comentarios insultantes sobre Yoko Ono cada vez que la pobre mujer salía en pantalla. “Mírala, la hijaputa”, clamaba el sujeto. “Tú tuviste la culpa de todo”, añadía indignado y subiendo notablemente el volumen de su peculiar discurso de odio. Me dio la tarde, vamos, pero creo que era paradigmático a la hora de representar al inmenso colectivo de fans de los Beatles convencidos de que Yoko acabó con su grupo favorito: sin ella (y sin el asesinato de Lennon y la muerte de Harrison) seguro que a día de hoy seguían juntos y en activo, como los Rolling Stones.
Yoko Ono acaba de cumplir 91 años y el odio que concita no ha bajado ni un ápice. Los que no la odian se limitan a reírse de ella y ridiculizarla (con la ayuda, a veces, de la propia Yoko, algunas de cuyas performances son, digamos, discutibles). Casi nadie tiene en cuenta que la obra de la señora Ono, te guste o no, ocupa un lugar en la historia del arte conceptual desde que se integrara, a mediados de los años 50 del pasado siglo, en el influyente grupo Fluxus. No es que yo sea un gran fan de esta buena señora, pero de ahí a echarle la culpa de la disolución de los Beatles y hasta de la muerte de Kennedy creo que hay un gran trecho. Desconozco la mayor parte de su obra musical y artística, pero sigo pensando que las canciones que compuso para Double fantasy, el último disco de Lennon, publicado poco antes de su asesinato a las puertas del Dakota, en Nueva York, estaban francamente bien (yo fui el primer sorprendido en su momento: ya estaba preparado para, carpeta en mano, saltarme los temas escritos por Yoko para ir directamente a los de Lennon).
Los detractores de Yoko Ono insisten en el papel supuestamente nefasto que jugó en la vida de Lennon, y se centran en aquel momento en que se lo quitó de encima (“Dependes demasiado de mí”, parece que le dijo), lo echó del hogar conyugal, Lennon se tiró a la bebida (en compañía de su amigote Harry Nilsson) y pasó un año desastroso. Nadie tiene en cuenta que Yoko le buscó una sustituta a su marido, otra oriental (y más atractiva que ella, lo que, reconozcámoslo, tampoco costaba mucho), y que, finalmente, le revocó el destierro y le permitió volver a casa. Pero haga lo que haga, Yoko Ono ha pasado a la historia como la malvada que acabó con los Beatles y que, en el fondo, es una impostora artística que no sabe hacer la o con un canuto.
Aunque tampoco creo que a ella le importe mucho. Con una fortuna personal de unos 600 millones de dólares, más otros trescientos y pico en inmuebles, ¿a quién le importa la opinión de una pandilla de inmaduros que aún no ha superado la separación del grupo de rock que les alegró la adolescencia?