ERC intenta sacudirse de encima su propia responsabilidad en la pésima gestión del agua por parte la Generalitat de Cataluña, evidenciada de forma flagrante con la actual sequía. El presidente autonómico, Pere Aragonès, atribuyó ayer la falta de inversiones en materia hídrica a "una austeridad mal entendida de otros gobiernos" catalanes. Una observación cierta, aunque su partido tiene gran culpa de ello: no en vano, ERC forma parte del Govern catalán desde 2015 y, durante más de una década -concretamente desde 2012-, ha estado yendo de la mano de sus aliados posconvergentes en el Parlament.

No es de recibo que los partidos secesionistas -lo mismo puede decirse de Junts- y el propio Aragonès intenten ahora lavarse las manos en esta cuestión, intentando hacer creer que no tienen nada que ver con lo ocurrido. Los sucesivos Ejecutivos secesionistas han priorizado sus veleidades identitarias -ayer mismo se supo que el actual destinará más de 1.300 millones de euros a TV3 y Catalunya Ràdio hasta 2027- sobre otras cuestiones de vital importancia para la ciudadanía, como es el caso de la sanidad, la educación o el agua. Y a la vista están los resultados.

Mientras el procés causaba graves perjuicios en la sociedad y la economía catalanas, las infraestructuras hídricas siguieron sin apenas actualizarse, con las consecuencias ya sabidas. Ahí están casos tan sangrantes como los miles de litros que se pierden a diario por fugas en ciudades como Badalona, o la escasez de plantas regeneradoras y desalinizadoras.

Un ejemplo lo dice todo: la última desaladora que se construyó en Cataluña -donde sólo existen dos- se inauguró en 2009. En cambio, la Comunidad Valenciana, con la misma sequía, un clima incluso más seco y menor población, tiene el triple (seis), y este verano podrá ayudar enviando su agua sobrante en barcos. Como en el cuento de la hormiga y la cigarra, mientras en la autonomía vecina se ocupaban del tema, en Cataluña la Generalitat sesteaba con sus eternas ensoñaciones nacionalistas. Y ahora, tarde y mal, parecen entrarle las prisas.

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