Alejandro Cao de Benós
El amigo del brillante camarada
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Hace unos pocos días, detuvieron en la madrileña estación de Atocha a uno de los españoles más absurdos del momento, Alejandro Cao de Benós de Les y Pérez (Reus, 1974), aristócrata tronado cuya carrera laboral incluye el paso por Repsol en condición de guarda de seguridad. Lo soltaron rápidamente, pero sigue sometido a estricta vigilancia, ya que está bajo el radar del FBI, que se interesa por él y sus actividades a favor del régimen delirante de Corea del Norte, país del que Cao de Benós es súper fan, pues lo considera la única democracia digna de tal nombre en el mundo y admira profundamente a la dinastía Kim, que lleva décadas dirigiéndolo con mano de hierro por el bien, teóricamente, de sus habitantes. La admira tanto que se ha convertido prácticamente en coreano y presume de tratarse con las altas esferas del régimen, aunque sobre eso hay teorías alternativas que no lo sitúan en tan buen lugar, pues más bien lo presentan como un cantamañanas al que le gusta figurar, lucrarse organizando viajes de españoles al paraíso comunista de Corea del Sur y controlando la Asociación de Amistad con Corea. Los americanos lo consideran una person of interest por haberse intentado saltar las sanciones impuestas al Paquirrín de Pyongyang montando unas conferencias sobre criptomonedas que eran una tapadera para mover dinero y eludir dichas sanciones. De ahí la detención del otro día (las hay anteriores, por presunto tráfico de armas).
La sociedad no se pone de acuerdo sobre la auténtica naturaleza del señor Cao de Benós. Para unos, es un fanático comunista (tiene hasta un nombre coreano, Cho Son Il, que significa Corea es una), responsable de haber enviado gente al campo de reeducación o, directamente, al paredón; para otros, no pasa de ser un bufón excéntrico al que un ataque de comunismo en la adolescencia –extraño en un aristócrata, aunque quizás no tanto en un aristócrata que va ligeramente tieso- condujo a incrustarse en uno de los regímenes más absurdamente criminales de la historia, que él considera lo más parecido al paraíso en la tierra. Y así, entre Rasputín y el padre Apeles, Cao de Benós va viviendo su vida entre su Tarragona natal y su Corea del Norte de adopción. Cíclicamente, aparece en la prensa por algún chanchullo o algún problemilla con la justicia. Pero seguimos sin saber exactamente quién es y qué pretende, sin averiguar si es un pilar del régimen de Kim Jong Un o un arribista delirante que ha encontrado en Corea del Norte una peculiar manera de medrar, lucrarse y darse aires.
El hombre lleva seis años sin poner los pies en su querido Pyongyang porque el lío con los americanos lo mantiene varado en España, cosa de la que se queja continuamente. No sabemos si debería estar en la cárcel o en una institución para perturbados mentales. Pero ahí sigue, con su uniforme cubierto de medallas, su defensa numantina del régimen norcoreano, su supuesta pertenencia a la élite de ese país y sus presuntas maniobras para echarle una manita a su tierra de adopción. Realmente, el sujeto existe porque en este mundo tiene que haber de todo: no se me ocurre otra explicación para su absurda peripecia. Me gustaría saber si estoy ante una rata inmunda o ante un fantasioso de sí mismo pero, de momento, me estoy quedando con las ganas