Carles Puigdemont ha visto como el ente privado que creó para tratar de influir en la política catalana tras fugarse a Bélgica en 2017 se le ha acabado girando en contra como un bumerán.
Poco podía imaginar el fugado que el Consell de la República, que él mismo preside, acabaría poniéndole palos en las ruedas en la negociación de su partido (Junts) con el PSOE para la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Una votación interna acaba de mostrar que casi el 75% de sus inscritos la rechaza (por más que la participación fuera de un nimio 4,4%, una nueva muestra la desmovilización general del secesionismo).
Ahora, Puigdemont se encuentra ante un dilema: por una parte, sabe que se encuentra ante una oportunidad única de intentar obtener una amnistía; y por otra, si hace caso omiso a las bases de su chiringuito, teme quedar ante éstos como un "botifler" ("traidor"). Un exabrupto que llevan años recibiendo sus antiguos socios de ERC, donde ahora se frotan las manos al verle en esta tesitura.