'Serial killer' jubilado
Los psicópatas criminales dan mucho juego en la literatura, el cine o el comic, pero suelen resultar siniestros y hasta aburridos en la vida real. Es evidente que, para construir una ficción audiovisual, Hannibal Lecter resulta mucho más útil que la madre Teresa de Calcuta, pero en el mundo real a nadie le gustaría cruzarse con él. Eso sí, lo mínimo que se le puede pedir a un asesino en serie es que, por lo menos, tenga una personalidad que dé para programas de true crime, como esos dementes norteamericanos estilo Ted Bundy o John Wayne Gacy, alias el Payaso Asesino. Pero ése no parece ser el caso de José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea –conocido como Josu Ternera en el mundo del crimen patriótico-, protagonista del documental de Jordi Évole No me llame Ternera, que ha sido estrenado en el festival de San Sebastián y pronto llegará a nuestros hogares a través de Netflix. Quienes lo han visto escriben que el personaje es un psicópata simplón, negado para la empatía y de escasas luces que no se arrepiente de sus deplorables hazañas bélicas, de las que, en el fondo, se siente bastante orgulloso. Ciertamente, el criminal con excusa patriótica es lo más tonto del gremio y yo diría que hasta constituye la vergüenza de los Ted Bundy y los John Wayne Gacy de este mundo. Y encima, el señor Ternera dice que no está nada contento con el documental que se le ha dedicado (¿qué esperaba, una hagiografía?). Lo mismo opinan los de Sortu, que nos han salido con esa vieja y cansina teoría de que se ha construido un relato de buenos y malos y no se ha buceado en el fondo de lo que ellos llaman el conflicto (lo mismo dijeron los abertzales de la novela de Fernando Aramburu Patria, a la que acusaron de parcial, muchos de ellos sin tomarse la molestia previa de leerla).
¡Como el señor Ternera (pese a sus advertencias, insisto en llamarle así porque sus apellidos son muy largos) me parece un pobre imbécil que arruinó vidas ajenas y, de paso, la suya propia, pues se ha chupado varios años de trullo y anda lampando por Francia a la espera de que nos lo envíen para aquí a dar unas cuantas explicaciones a la justicia sobre sus actividades como asesino en serie o inductor de crímenes a lo Charles Manson, no pienso tragarme lo de Évole de ninguna de las maneras. Antes vuelvo a ver El silencio de los corderos por tercera vez. O la enésima serie norteamericana sobre Ted Bundy. Que se lo zampe quien no pueda vivir sin bucear en el fondo del Conflicto. Convencido de que dicho conflicto era de índole mental y dado que ETA ya no está en activo, el mundo del señor Urrutiloquesea me interesa menos que nunca y me aburre soberanamente. Como decía Forges, por mí, como si se opera (en cuyo caso, me inclino por una lobotomía).