“Se me cerró la garganta por la emoción”. Lo señala Mario Calabresi en su libro Salir de la noche, que acaba de editar en castellano Libros del Asteroide. Calabresi, hijo de un comisario de policía asesinado por el terrorismo ligado a las Brigadas Rojas, con el argumento –falso—de que había arrojado por la ventana a un activista anarquista desde una comisaría de Milán, escucha las reflexiones del juez Salvini. Se queda sin palabras cuando éste le pide disculpas, a él y a su madre por lo sucedido con Luigi Calabresi, acribillado frente a la puerta del Cinquecento azul de su mujer, al salir de casa, cuando iba a entrar en el coche para ir al trabajo.
El Salvini joven de diecisiete años, cuando asesinan a Calabresi en 1972, era un militante socialista que había gritado consignas en contra del comisario ‘torturador’. “Verá, quisiera decirle que me avergüenzo de ello y que le pido disculpas, a usted y a su madre. En lo que a mí me atañe, les pido disculpas. Dijimos cosas de las que no éramos conscientes, no nos imaginábamos la violencia que desencadenarían. Solo hay una cosa que me tranquiliza: cuando mataron a su padre yo no estuve entre los que lo celebraron ni entre los que se lanzaron a teorías conspirativas. Lo que sentí, en cambio, fueron ganas de vomitar por lo que había sucedido”. Es entonces cuando Calabresi afirma que se le cerró la garganta por la emoción. “Le di las gracias, me levanté y salí a unos juzgados desiertos”.
En ese momento el lector está a punto de acabar un relato que sobrecoge, un libro que ha tenido que cerrar en varias ocasiones para asumir y controlar la emoción por todo lo que Calabresi sugiere o plasma de forma directa. Es el reflejo de la Italia de los “años de plomo”, desde mediados de los años sesenta hasta finales de los ochenta, aunque los atentados terroristas se mantuvieron hasta los primeros años 2000. Es el terrorismo de la izquierda, de las Brigadas Rojas, que tiene uno de los momentos cruciales en el secuestro y posterior asesinato de Aldo Moro, el primer ministro de la Democracia Cristiana, en 1978, porque intentó llevar a cabo el llamado “compromiso histórico”, el pacto con el Partido Comunista Italiano (PCI), un caso que se ha llevado de forma exitosa a la pequeña pantalla, con la serie Exterior noche. Pero es el terrorismo, también, que organiza desde dentro el aparato del Estado italiano, y el terrorismo de anarquistas y de grupúsculos ligados a las Brigadas Rojas y a las Nuevas Brigadas Rojas.
Mario Calabresi (Milán 1970) es escritor y periodista. Ha sido director de los diarios La Stampa y La Repubblica. Y lo que señala es la voluntad y la necesidad de “vivir”, de apostar por una Italia que supere la división en dos bloques, la Italia de derechas, heredera del fascismo de los años treinta, y la Italia de raíz comunista, y que apostó por una revolución imposible, en nombre de la clase obrera, en contra del 'reformista' PCI. Es una petición para querer y amar lo mejor de la izquierda, del centro y de la derecha, una Italia que sepa reconocerse en su conjunto.
El llamamiento de Calabresi, a partir del sufrimiento familiar, por el asesinato de su padre, tiene un claro objetivo: siempre hay que estar al lado de las víctimas, que han sido las más ignoradas, manteniendo el resto de actores políticos una lucha sin cuartel, una animadversión frente al adversario, olvidándose de tantas personas que vieron truncado su futuro: hijas de profesores de derecho laboral, asesinados porque trabajaban para una reforma laboral que impulsaba un gobierno de centro-derecha; hijos de policías, que eran los verdaderos ‘hijos del pueblo’, y que buscaban mantener el orden; o la hija del propio Aldo Moro, víctima de las contradicciones del propio estado Italiano y del orden geopolítico, que no podía permitir, en plena guerra fría, que la Democracia Cristiana y el ’reformista’ PCI pudieran colaborar.
Los llamados años de plomo en Italia resultaron ser una locura colectiva. Terrorismo organizado también desde las entrañas del Estado, atribuido a anarquistas, que buscaba un fin: que Italia se inclinara hacia el flanco atlantista, al lado de Estados Unidos, frente al peligro izquierdista que representaba el todopoderoso PCI. Por ello, atentados escalofriantes se relacionaban con grupos anarquistas, como sucedió con la bomba que explotó en la sede de Milán de la Banca Nazionale dell’Agricoltura, en la plaza Fontana, en 1969. Murieron 17 personas y otras 88 resultaron heridas. Los autores materiales fueron neofascistas, asesorados y amparados por los servicios secretos, pero la policía investigó a grupos anarquistas y acabó deteniendo a Giuseppe Pinelli, un viejo partisano y “conocido pacifista”, como explica el periodista Enric González en el prólogo del libro de Calabresi.
Y es la caída de Pinelli, que estaba siendo interrogado esos días, desde un cuarto piso, lo que provoca el asesinato del comisario Luigi Calabresi, a quien los medios de comunicación ligados a la izquierda, como el periódico Lotta Continua –ligado a la misma organización con el mismo nombre de la extrema izquierda--, llamaban el ‘comisario ventana’, a quien se le adjudicó el papel de culpable desde el primer segundo. La campaña política, social y mediática fue de enorme envergadura, hasta provocar que Calabresi fuera asesinado en 1972, dejando una mujer joven viuda, dos niños pequeños --uno es Mario Calabresi-- y uno a punto de nacer.
La espiral de violencia no tenía fin. El dramaturgo Dario Fo, Premio Nobel de Literatura, había estrenado en 1970 la obra Muerte accidental de un anarquista, basada en la supuesta autoría del asesinato de Pinelli por parte de Luigi Calabresi. La ultraderecha se cebó con la mujer de Fo, la actriz Franca Rame, secuestrada, torturada y violada en 1973.
Lo que presenta Mario Calabresi en Salir de la noche es la necesidad de superar los traumas desde una petición muy concreta: las autoridades deben saber con quién están. Los ex terroristas pueden haber pagado sus deudas, con el código penal en la mano. Pero, ¿qué deben y que pueden hacer después? En el libro se refleja cómo los distintos presidentes de la República hacen gestos con las familias de los asesinados, con Carlo Azeglio Ciampi o Giorgio Napolitano a la cabeza. Pero el esfuerzo lo debe realizar el conjunto de la sociedad italiana.
Ciampi lo expresó en un escrito en La Repubblica, después de una carta de los familiares de los escoltas de Aldo Moro, que fueron asesinados, en la que pedían un mayor apoyo. El presidente italiano señalaba: “La legítima reintegración en la sociedad de los culpables de actos de terrorismo que hayan saldado sus deudas con la justicia debería traducirse en el reconocimiento explícito de la injustificable naturaleza criminal del ataque terrorista contra el Estado y sus representantes y servidores, y debería ir acompañada por conductas públicas inspiradas en la máxima discreción y mesura”.
En ese itinerario de Calabresi a lo largo de los años de plomo en Italia no se puede dejar de pensar en España, y en cómo el terrorismo de ETA sigue siendo utilizado en el combate político. Pero lo que pretende el periodista, que sirve para un posible debate sereno en España, es poner a cada uno en su sitio. Y siempre al lado de las víctimas.
Refleja esa posición Calabresi con el testimonio de Carole Beebe, esdounidense, que se casó con Ezio Tarantelli, a quien conoció en Boston. Profesor de Economía, Tarantelli regresó a Italia, con Beebe. Fue asesinado en la Universidad de Roma en 1985. Carole Beebe, que sería parlamentaria durante tres legislaturas, con la izquierda independiente y luego con Democratici di Sinistra, se pronuncia con rotundidad sobre la cuestión de las víctimas y la posterior vida de los ex terroristas:
“En Italia se ha abierto camino una ilusión, que corresponde a la fantasía de los terroristas, de que lo que han hecho puede superarse como si nada hubiera ocurrido. Pero eso es imposible. Una vez que has cumplido la pena, eres libre, pero no han terminado tus responsabilidades. Esta idea no se corresponde con la realidad. Y no es una cuestión de buena o mala voluntad, es sólo cuestión de realidad, porque los efectos de sus gestos todavía pueden verse. Se ven en las personas que sobrevivieron y se sienten todos los días en la ausencia de las personas a las que mataron. El terrorismo nunca terminará mientras esté vivo mi hijo, que lleva su marca encima. Los efectos negativos continuarán en nuestra vida todos los días, no podemos olvidarlo”.
La reflexión es oportuna. ¿Qué distancia hay que mantener con partidos políticos que son herederos de bandas terroristas? Han decidido participar en las instituciones, abandonando la lucha armada. Juegan en el terreno pactado. Pero, ¿hay que buscar acuerdos con ellos? ¿Han recorrido todo el trayecto necesario, para dejar claro que todavía tienen una deuda con la sociedad?
De Italia, a España, de las Brigadas Rojas, que mataban en nombre de la revolución obrera, a ETA, que mataba por la ‘libertad de un pueblo’ y el socialismo, con dirigentes políticos que han llegado a incorporar a ex terroristas con delitos de sangre en las listas electorales.
En el fondo, en los dos casos, aparece el debate sobre qué sucedió, por qué ocurrió, y en qué lado recae la máxima responsabilidad. El peligro es pasar página sin recordar apenas nada. Calabresi no quiere olvidar, pero sí deja claro que lo importante es “vivir”, amar la vida y cerrar el paso al odio y al rencor. Eso se lo enseñó a Mario Calabresi su madre, la viuda de Luigi Calabresi, un comisario que ni tan solo estaba en su despacho cuando murió Pinelli.
La emoción desborda al lector, con los numerosos casos que expone Calabresi. Su obra, muy conocida en Italia, puede permitir ahora en España una reflexión por parte de todos, para que cada fuerza política y el conjunto de la sociedad, tenga claras las prioridades. Y que se difunda, sin titubeos, lo que sucedió, y se dejen de producir también escenas como los cánticos de 'que te vote Txapote' en la fiesta de una boda, o se pronuncie en la asemblea parlamentaria de una comunidad autónoma.