María Jiménez
Cuando tuve que elegir una canción para los créditos finales de mi película Haz conmigo lo que quieras (2004), no tuve ninguna duda de que debía tratarse del célebre Se acabó (1978) de María Jiménez (Sevilla, 1950 – 2023), y no lo digo para subirme encima de un muerto con la intención de parecer más alto (teniendo en cuenta que no he vuelto a rodar nada, la cosa tiene más bien un aire de reconocimiento del fracaso), sino porque, de una extraña manera, el tema le iba como anillo al dedo al personaje de Ingrid Rubio (o eso me pareció). Por aquellos tiempos, ya hacía años que yo era fan de la cantante y fuerza de la naturaleza María Jiménez Gallego, cuyos lamentos aflamencados solía poner Enrique Vila Matas en su apartamento de la Travesía del Mal a altas horas de la madrugada para desesperación de sus vecinos y alegría de los beodos que le habíamos seguido hasta su hogar: ahí escuché por primera vez Se acabó o la favorita de Enrique, Háblame en la cama.
Decía la difunta que había gente que cantaba con el corazón, pero que ella lo hacía con el coño (era muy dada a soltar groserías que en su boca no solo no lo parecían, sino que resultaban tan divertidas como sinceras). Escuchar a María Jiménez era escuchar una voz que olía a sexo, alcohol y tabaco (se la ha acabado llevando por delante un cáncer de pulmón). Todo en ella era excesivo y ahí estaba su gracia, a la que ni querían ni podían aspirar divas más, digamos, presentables como Rocío Jurado o Isabel Pantoja. Nadie le había regalado nada. En su primera adolescencia, ya limpiaba casas en Barcelona. A los quince, empezó a dejarse ver por tablaos de Barcelona y Madrid, con el alias de La Pipa. El éxito en 1978 de su álbum Se acabó encarriló definitivamente su carrera, a lo largo de la cual grabó diecinueve elepés que le acabaron granjeando la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes que concede el ministerio de cultura español.
En el 2018, creó la fundación María Jiménez de ayuda a las mujeres maltratadas, un tema en el que se había doctorado gracias, en gran parte, a su inefable marido, el actor Pepe Sancho (1944 – 2013), con el que se casó varias veces, aunque la convivencia fuese siempre, por usar un término suave, complicada a causa de cierta tendencia al maltrato y la violencia doméstica por parte del actor valenciano, con el que tuvo un hijo, Alejandro (una hija anterior, Rocío, falleció a los diecisiete años en 1985, en un accidente de tráfico). Aunque siempre eligió muy bien su repertorio, la gracia de María siempre estuvo en lo volcánico y deliberadamente melodramático de sus interpretaciones, que era lo que a mí más me llegaba. Me gustó hasta cuando grabó sus propias versiones de Joaquín Sabina (al que no soporto), cuyas canciones me encantaron cantadas por la señora Jiménez. En un raro (y bienvenido) rasgo de humor, llegó a colaborar con el grupo La Cabra Mecánica en el hit La lista de la compra, un tema que unía ironía y ternura de una manera insólita en el pop español.
Si Se acabó se convirtió en su tema estrella fue porque resumía a la perfección todo aquello por lo que había tenido que pasar hasta llegar a ser, finalmente, ella misma.