Carmen Sevilla
De Luis Mariano a las ovejitas
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Tras años enferma de alzhéimer y retirada en una residencia, nos dejó hace unos días la simpar Carmen Sevilla (María del Carmen García Galisteo, Sevilla, 1930 – Madrid, 2023), una mujer que consiguió esa extraña hazaña humana de caerle bien a todo el mundo (incluido Jordi Pujol, del que se dice que siempre sintió una especial fascinación por ella: creo que me acercaré a su próximo acto de autobombo para preguntárselo).
Dada su larga carrera, hay una Carmen Sevilla para cada generación, desde la que la vio empezar a la sombra de Estrellita Castro (impagable cantante de coplas cuya principal seña de identidad, que conservó hasta la senectud, fue un rizo de pelo clavado en la frente con alguna sustancia pringosa) hasta la que la conoció presentando el Tele Cupón (entre 1991 y 1997), pasando por la que se tragó sus películas con Luis Mariano de los años 50 (Violetas imperiales o La bella de Cádiz, sendas adaptaciones cinematográficas de las operetas que escribió Francis López para el cantante de Irún y que éste estrenaba puntualmente en el parisino Theatre du Chatelet), la que se enganchó a sus largometrajes del pre destape (Un adulterio decente, de 1971, La cera virgen, de 1972, o No es bueno que el hombre esté solo, de 1973) y hasta la que la descubrió, ya muy tardíamente, como presentadora del inefable espacio televisivo Cine de barrio (a partir del 2004).
Recuerdo que, cuando el Tele Cupón, publiqué en El País un perfil entre irónico y cariñoso (a mí también me caía muy bien) de Carmen Sevilla y que ella me envió una carta escrita a mano dándome las gracias y enviándome todo su afecto. La abrí temblando, pues temía que alguna de mis gracias a su costa no le hubiese hecho ninguna, pero solo encontré agradecimiento y alabanzas por parte de esa señora adorable. ¡Dios la bendiga!, pensé en aquel momento.
Tras un supuesto romance con el mexicano Jorge Negrete (ni confirmado ni desmentido), con el que rodó su primera película en 1949, Jalisco canta en Sevilla, Carmen acabó contrayendo matrimonio en dos ocasiones: primero, con el compositor Augusto Algueró (entre 1961 y 1974) y luego con el empresario cinematográfico Vicente Patuel (de 1985 al 2000, cuando éste falleció).
Tras retirarse como actriz y cantante, montó una granja de ovejas (se hicieron célebres sus referencias sin venir muy a cuento a las ovejitas) y fue entrando y saliendo de la televisión, que la hizo tremendamente popular a una edad avanzada, a menudo gracias a sus meteduras de pata, que eran de aúpa, pero tenían una gracia que no se podía aguantar (en cierta ocasión, confundió una enfermedad terrible con lo que ella definió como una profesión muy bonita).
Tras haber sido una mujer bellísima y una actriz y cantante más que correcta, la vejez la convirtió en una abuelita encantadora que no le caía mal a nadie. No se dejaba ver desde que la pilló el alzhéimer, pero yo creo que todo el mundo la recordaba con sumo cariño. Yo siempre le agradeceré que me felicitara por un artículo en el que, probablemente, me pasé de listo a su costa.
Y lo de Pujol ya se lo contaré en cuanto me cruce con el expresidente de la Generalitat y padre de la patria catalana (si no me interceptan los de seguridad).